Al completarse el tercer año de gobierno de Giammattei, es imperativo que prevalezca el conocimiento de la realidad, basado en análisis técnico y no propaganda demagógica.
El próximo sábado se cumplen tres años de la presidencia de Alejandro Giammattei y de la IX Legislatura, hasta ahora dominada por una alianza servil y obediente a los antojos del presidente. Seguramente abundarán los discursos repletos de logros e hitos, descargas de propaganda que retratarán una Guatemala que aparentará estar mejor que la de hace tres años. ¿Es esa la realidad que cotidianamente está viviendo la mayoría de las y los guatemaltecos?
Más allá de la ilusión que generan algunos indicadores macroeconómicos, la desigualdad, la pobreza multidimensional y la prevalencia de la desnutrición crónica infantil evidencian que el impacto de Giammattei y su mafia al frente del gobierno es muy distinta a la panacea que proclaman los discursos propagandísticos y demagógicos. Hoy Giammattei es un presidente con niveles extraordinariamente altos de molestia, rechazo y desconfianza ciudadana, pero, pese a esta impopularidad y rechazo, incluso de su propio electorado, no es débil y no carece de poder. Ha liderado un proceso mafioso de captura de prácticamente toda la institucionalidad del Estado.
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Esta situación no es gratuita, y las consecuencias son graves. Un gobierno tan corrupto, con su institucionalidad capturada y al servicio de grupos de interés específicos, ha demostrado ser inefectiva para enfrentar choques externos como la pandemia o el incremento de los precios asociados a la guerra en Ucrania. Al final de 2022, los precios de la canasta básica alimentaria se incrementaron en más de 20 %, con impactos muy graves en la pobreza. En vez de ser un indicador alentador de bonanza, con el incremento de los precios y la pobreza, el crecimiento económico del cual se vanaglorian las autoridades, solo puede significar un aumento de la desigualdad.
Con una población infantil y creciente, las tasas de matriculación escolar continúan estancadas, o en el caso del nivel medio, decrecientes, y todos los indicadores muestran deterioro en la calidad de la educación, una de las principales razones por las cuales vemos cada vez más niñas, niños y adolescentes forzados a migrar. En 2,022 se incrementó el número de muertes de niñas, niños y adolescentes, asociadas al hambre y la desnutrición, pese a los cientos de millones de quetzales asignados a la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición, pero desviados a los Consejos Departamentales de Desarrollo, y que se han malversado en el financiamiento de campañas electorales.
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Quizá lo peor y más vergonzoso de las mentiras y la demagogia que Giammattei espetará este sábado en su informe de gobierno, es la pasividad, cansancio y temor de una ciudadanía que continúa apática y desinteresada por lo que pasa. Las explicaciones son múltiples, principalmente porque la mayoría de la gente en Guatemala está tan angustiada por resolver el día a día, poner un plato de comida en la mesa familiar, como para ocuparse activamente de los grandes problemas nacionales. Y la juventud, que debería ser la reserva de esperanza y energía de Guatemala, además de sobrevivir, sueña con largarse migrando a Estados Unidos, huyendo de una sociedad que no ofrece oportunidades ni expectativas de vida.
Angustia ver cómo el proceso electoral avanza, con mítines, propaganda demagógica, clientelismo, mentiras, gorras, playeras y cancioncitas. Causa pesar profundo pensar qué debería ocurrir o lograrse para que el pueblo de Guatemala, el principal estamento de poder, tome conciencia de que sí es posible corregir la situación actual. Con una ciudadanía mayoritaria activa y empoderada, el régimen actual no aguantaría ni un mes. Otras sociedades lo han hecho. ¿Por qué nosotros no?
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