Creo que hay tres factores que están en el fondo de lo que estamos llamando “la ciencia política de Guatebolas”: un traslape inadecuado entre política y academia, una distancia abismal entre la investigación y opinión pública, y una acentuada dependencia intelectual. Aunque no existe academia políticamente neutral, y aunque el sustento científico de la acción política y gubernamental es algo absolutamente necesario y deseable, es preocupante el que mucha de la investigación producida en Guatemala sirva para sustentar conclusiones definidas políticamente: “Lo que vamos a decir es esto; ahora produzcamos estudios que lo sustenten”.
Por otro lado, es valioso que hoy los politólogos tengamos una amplia participación en los medios de comunicación, algo que solía estar reservado a “analistas” que eran abogados, políticos en ejercicio o viejos lobos con experiencia empírica. Esto ocurre cada vez menos. Sin embargo, aunque muchos politólogos opinemos en medios de comunicación, hay un abismo entre la escasa investigación que se produce y lo que se expresa en los medios. Esta distancia debe reducirse.
No obstante, ambos problemas parecen provenir de un tronco común: La dependencia intelectual.
Sector
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Por sector de financiamiento
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2006
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2011
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Gobierno
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36.5%
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19.9%
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Empresas
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0.0%
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0.0%
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Educación superior
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23.7%
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27.7%
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Instituciones privadas sin fines de lucro
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0.0%
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0.0%
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Extranjero
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39.8%
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52.4%
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Fuente: Blas y Hernández, 2013
Este es un término acuñado por los teóricos del colonialismo para referirse a la incapacidad de los países periféricos de producir ciencia por su cuenta, sin depender de lo que hagan los países centrales. Explicado:
Las condiciones de este sistema de dependencia incluyen el control de los fondos disponibles globalmente para investigación y de las publicaciones académicas por instituciones centrales, y que el prestigio se atribuye a aquellos [investigadores de países periféricos] que han publicado en revistas internacionales, o que han estado en contacto con académicos de Europa y Estados Unidos, según la expresión de Richard Peet y Elaine Hartwick en Teorías del desarrollo. El resultado es contar con cientistas sociales cautivos, incapaces de diseñar métodos analíticos originales, así como una alineación de los temas< principales de la sociedad.
[frasepzp1]
Esta condición de dependencia intelectual está acentuada en Guatemala, en donde la mayor parte de los fondos para investigación provienen de entidades internacionales. Un estudio elaborado por Violeta Hernández y Ana Lucía Blas, investigadoras de ASIES, evidencia que el porcentaje más alto de los fondos utilizados para investigación provienen del extranjero. En este sentido, y aunque la cooperación ha servido hacer trabajos que no se harían de otra manera, el hecho es que enfoques y contenidos de la investigación suelen ser determinados por la disponibilidad de fondos internacionales. Además, el esfuerzo de muchos politólogos no está enfocado en algo que pueda llamarse estrictamente “investigación”, sino que se dirige a la ejecución de proyectos de corto plazo. De algo hay que vivir.
Pero el problema va más allá de los fondos para investigación. Aun en las universidades que producen investigación con dinero propio, los enfoques y referentes teóricos son europeos, de pretendida aplicación universal, pero insuficientes (a veces inútiles) para explicar la realidad guatemalteca y latinoamericana. La respuesta de Bolaños, Haering y Fernández a Torres-Rivas evidencia esto último. La crítica, por ejemplo, al abuso del concepto de élites, pareciera partir de que el uso local no cabe en el uso normado por la ciencia política europea y estadounidense.
Sin embargo, es evidente que categorías incluso más amplias, como oligarquía, son útiles para análisis en Guatemala, que aparece de manera explícita en trabajos como Linaje y racismo o El ascenso de las élites industriales, y de manera más tácita en Imponiendo la democracia. Aquí vale la pena rescatar lo que Foucault dijo acerca de las prohibiciones en el discurso político en su libro El orden del discurso: “Uno sabe que no tiene derecho a decirlo todo, que no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin, no puede hablar de cualquier cosa”. ¿Qué se oculta cuando se precisa el concepto de élite? ¿A quién se cubre cuando se prohíbe llamar “oligarquía” a la oligarquía?
En cualquier caso, es obvio que es necesario crear conceptos y categorías más precisas y pertinentes a la realidad guatemalteca. Esto requiere de tiempo, esfuerzo y recursos. En este sentido, no queda más que señalar la necesidad de que la agenda de investigación sea definida localmente. Una agenda propia, que parta de teoría local, requiere necesariamente un paso previo recopilación empírica: Estudiar los fenómenos sociales como son, y no como las ciencias sociales europeas dicen que son. Las universidades y el Estado tienen un papel importantísimo en esta solución, particularmente en un país en donde el financiamiento privado, cuando llega a la investigación en ciencias sociales, lo hace con una agenda conservadora y particularista. Mientras tanto, seguiremos intentando hacer lo que se puede (que es mucho) con lo que se tiene (que es poquísimo).
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