Sin darnos cuenta, vamos entrando en el departamento de Chontales, tierra de vaqueros antisandinistas, queso y carne barata. Al borde de la carretera, en la planicie, se suceden una tras otra las entradas a las haciendas ganaderas. Es el final de la temporada seca y todo es amarillento, árido. Las vacas buscan los frutos del jícaro para alimentarse. En estas llanuras, los jícaros sembrados para dar de comer al ganado son el único bosque posible. Los ganaderos queman el poco pasto que que...
Sin darnos cuenta, vamos entrando en el departamento de Chontales, tierra de vaqueros antisandinistas, queso y carne barata. Al borde de la carretera, en la planicie, se suceden una tras otra las entradas a las haciendas ganaderas. Es el final de la temporada seca y todo es amarillento, árido. Las vacas buscan los frutos del jícaro para alimentarse. En estas llanuras, los jícaros sembrados para dar de comer al ganado son el único bosque posible. Los ganaderos queman el poco pasto que queda, seco, sobre los campos tratando de que brote de nuevo algo de verdor, pero sin mucho éxito.
Hoy me dio por contar los cadáveres de sapos que vemos aplastados sobre el asfalto. Están adheridos a la carretera. Perfectamente planos y secos, como manchas extrañas sobre el negro del alquitrán. Pilar, con su vocación forense, trata de reconstruir cómo murieron los sapos por la manera en que sus tripas salieron del cuerpo. Yo los miro fascinado. Pienso en una obra de arte que consistiese en confeccionar un enorme tapiz con las pieles de miles de sapos aplastados. Sería algo así como un monumento a un genocidio. Todo pueblo debe ser consciente de sus crímenes, pienso. Los cadáveres de los sapos nos rodean, pero pegados al asfalto no los vemos desde nuestros vehículos. Aunque los periodistas nos digan que allí están, o aunque la policía coloque señales de tránsito que indiquen su ubicación, seguimos sin verlos. Quizás necesitemos soluciones más imaginativas.
Resulta complicado pasar tantas horas sobre la bicicleta sin que la mente te lleve a lugares extraños. Al entrar en la cabecera departamental de Juigalpa el cuentakilómetros marcó 113. Nuestro record a fecha de hoy. Nos quedamos a pasar la noche en un hospedaje familiar propiedad de una pareja de ancianos. Tiene unas 10 habitaciones, todas alineadas frente a un patio. Ante cada puerta hay una mecedora. Nicaragua nos regala pequeños placeres como este. Mecerse en una noche calurosa, mientras las páginas del cuaderno se van llenando.
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