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Flor que escupe piedras

Me descubrí con odio por mi enemigo y mucho resentimiento. Con muchas heridas y pocas ganas de sanarlas. Como si el dolor me volviera más valiente y comprometida, qué se yo. Los conflictos internos siempre ayudan a encontrar otros caminos, aunque una se quiebre.
Y fue un terremoto. Me salí del activismo de calle, me descubrí feminista, luché conmigo misma, me replanteé el deseo, desmitifiqué la heterosexualidad y el romanticismo. Todo en muy poco tiempo.
"Y una cosa hermosa fue descubrir mi propia voz en la poesía. La poesía no era la poesía comprometida con la lucha que había heredado de mí tía. Era el mapa de mi caos".
"Los libros y la experiencia me abrían los ojos de la mente. Ya no era la señorita inocente destinada a ser obediente esposa. Ese molde me quedaba muy pequeño".
"Sepa de dónde me saqué la testosterona, pero de mí ya no quedaba rastro de la niña buena de colegio católico. No me gustaba ser mujer porque había muchas desventajas. Y me perdí a mí".
Ovarios.
"Me salí del activismo de calle, me descubrí feminista, luché conmigo misma, me replanteé el deseo, desmitifiqué la heterosexualidad y el romanticismo".
Rebeca Lane nació por azares del dolor.
"Ser mujer es eso que el inquilino nos dice que debemos ser. Por eso a veces me siento tan lejos de esa categoría, como la extranjera visita incómoda. Por eso, desde que mi útero comenzó su ciclo terminó mi etapa de niña obediente".
"No soy tan joven ni tan vieja  pero vivo con la nostalgia de una vieja que añora la joven que se sentía anciana..."
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Flor que escupe piedras

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“… nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos…”, escribió Virginia Woolf, en 1929, en “Una habitación propia”, el ensayo en el que plantea la necesidad de que las mujeres tengan un espacio propio para crear, para hacer que se escuche su voz. En esta serie, Plaza Pública reanuda la pregunta: ¿Cómo construyen su habitación propia las mujeres guatemaltecas? Aquí responde la socióloga, poeta y rapera feminista Rebeca Vargas / Rebeca Lane.

No soy tan joven ni tan vieja
pero vivo con la nostalgia de una vieja que añora la joven que se sentía anciana
por una melancolía que arrastraba de su reciente recuerdo de un pasado que no entendía
absurdamente atada a una tristeza que me precede
alimento, sin embargo, de esta obsesión enfermiza por la palabra
salvación de mi vida terrenal
condena de mi alma
por ser muerta y parida en los ochenta
perdida y encontrada
con el rostro marchito en alguna pared del Centro
y la voz amarga cantando dulces melodías para redimirme
posmoderna de la posguerra apropiándome del grito rítmico de la calle
rechazada por ser flor que escupe piedras
imperdonable desertora de la comodidad ignorante de la clase media
aún no me acostumbro a los entierros de mi generación 

I

 Es terrible nacer en un cuerpo que no es de una. Hasta que se recupera. Se convierte entonces en un campo de batalla. Hay que defenderlo del mundo y de una misma. Del menosprecio de fuera y de dentro. Porque en la cabeza se nos instala un inquilino, poseedor de la culpa, portador del deber ser.

Ser mujer es eso que el inquilino nos dice que debemos ser. Por eso a veces me siento tan lejos de esa categoría, como la extranjera visita incómoda. Por eso, desde que mi útero comenzó su ciclo terminó mi etapa de niña obediente. Lo cuestioné todo. Recuperé a esa edad la memoria de un recuerdo que se me había obligado a olvidar. Y comencé a pelear mi propia guerra.

II

Rondaba los 12 años cuando se firmaron los Acuerdos de Paz. Ese 29 de diciembre de 1996 fue llanto. Nos habían traicionado, eso entendí. Porque la tía que ese día cumpliría años no volvería nunca. No, no estaba en los Estados Unidos. Había sido secuestrada y desaparecida desde 1981 por haber sido militante guerrillera. Rebeca Eunice, la poeta que me había legado su nombre. Sentí entonces que la semilla de mi ombligo había sido regada con lágrimas.

Recuerdo haberme indignado por ignorar la verdad acerca de tantas cosas, no sólo en mi familia sino en el país. ¿Cómo era posible que en el colegio nunca hubieran mencionado que vivíamos en guerra? Por mi cuenta comencé a investigar qué había pasado y devoré todos los libros que encontraba del tema, que no eran muchos. A mis 15 años ya sabía que fuera de mi burbuja había toda una sociedad masacrada, violada, enterrada clandestinamente como XX, sin derecho a luto. Sólo silencio.

Pero mi espíritu no nació para callar. Seguí los pasos de mi mamá montaña adentro, en el 79 ella fue a “Operación Uspantán”, en el 99 yo fui a “Juventud Misionera” que, dada la guerra, había tenido que cambiar de nombre. Éramos niñas de colegio católico llevando alfabetización a comunidades que nos enseñaban mucho más de lo que nosotras dábamos. Realidad a sorbos grandes. Mi burbuja se agrietaba. Los libros y la experiencia me abrían los ojos de la mente. Ya no era la señorita inocente destinada a ser obediente esposa. Ese molde me quedaba muy pequeño.

Habiendo estudiado para ser maestra, en mi último año de carrera di clases en la Escuela Primavera en El Milagro y me confronté con las propias limitaciones que me imponía mi pompa de clase media. Más allá del conocimiento y la experiencia, mi visión de la sociedad estaba condicionada por ser mestiza, clase media y urbana, y eso me frustraba. Mis alumnos apenas tenían seis años menos que yo, impartí clases en 6º primaria, ellos tenían 12 y yo 18. Pero, se enfrentaban con problemas que yo a mi edad no había experimentado aún. Una alumna me contó, por ejemplo, que su hermana había abortado introduciendo un gancho de ropa en su vagina, como lo hacía la mayoría de vecinas. Había un alumno que siempre llegaba golpeado cuando lo mandaban a traer el pan porque la panadería quedaba en el territorio de una pandilla contraria a la de su cuadra. Y una vez tuve que confiscarle una pistola a otro, durante el tiempo que duraban las clases, porque habían amenazado con matarlo, y tuvo que terminar el año escolar haciendo sus tareas a distancia.

III

En el 2004 la burbuja terminó por reventar cuando un policía  me tiró una bomba lacrimógena que me impactó en el brazo ―que quedó al doble de su tamaño durante casi un mes―. Durante una semana, antes de que se aprobara el CAFTA, los jóvenes fuimos los primeros en salir a las calles a protestar. Y justo cuando lo estaban aprobando acordonaron el Congreso con policías antimotines que nos reprimieron brutalmente.Recuerdo haber escuchado una canción de Control Machete a todo volumen cuando la bomba me golpeó y caí al suelo. 

Otro compañero me levantó y me llevó a una banqueta donde, quién sabe por qué, me echaron limón en la herida. También me cubrieron la boca y la nariz con un pañuelo empapado en vinagre para ayudarme a respirar y evitar el efecto del gas. No fue la última vez que las bombas me quitaron la respiración. La paz era ficción y nosotros queríamos demostrarlo. Hijos e hijas de la guerra nos sentíamos en deuda con quienes tomaron las armas y se levantaron una generación antes. Nacimos con el espíritu de una bala, pero el campo de batalla era otro.Y fuimos a buscarlo.

En el campo aumentaban desalojos violentos a comunidades campesinas que ocupaban tierras para no morir. Pero igual los mataban, porque legalmente vale más un título de propiedad que un colono expulsado del feudo en pleno siglo XXI. Varias organizaciones de jóvenes formamos el Bloque Antiimperialista y tomamos ―“a 50 años de la intervención yanqui en 1954”― una casa abandonada, otrora propiedad del Club Americano y antigua sede de migración, sobre la 8ª avenida y 12 calle de la zona 1. Queríamos que nos desalojaran para llevar hacia la ciudad lo que estaba ocurriendo en el campo. Pero no lo hicieron. Y la Casa Tomada se convirtió en una pequeña comuna de activistas políticos, anarquistas, marxistas, exguerrilleros y artistas. Un refugio para quienes sentimos que habíamos nacido tarde.

Archivo de http://cpr-urbana.blogspot.com/

Allí empecé a hablar por primera vez acerca de la historia de mi familia.Descubrí que no era la única, que muchos de los que allí resistíamos habían perdido a su madre, padre, hermanos, o que habían salido al exilio. Me sentí por primera vez parte de algo. Allí no era extraña. Imprimí la foto y saqué el nombre de mi tía Rebeca a las calles y comencé a pedir que en mi familia no se guardara más silencio. Mi abuela Martita era la que más necesitaba hablar. Callar había sido la forma en que lograron seguir con vida luego de que se la llevaran.

Creo que tomé demasiado personal la tarea de revivir a Rebeca. No negaré que en muchas ocasiones me supe en peligro, en nombre de la recuperación de la Memoria Histórica. Teníamos los teléfonos intervenidos, nos vigilaban y amenazaban constantemente. Y el miedo que se había guardado también en silencio comenzó a salir: “Te puede pasar lo que le pasó a tu tía”.

Luchar en este país nunca ha sido tarea fácil. Sentía miedo, pero también me sentía acompañada. Nos solidarizamos con la lucha de los campesinos en la finca Nueva Linda, con las marchas del CUC y las veces que ocuparon el Parque Central, con estudiantes de educación media en lucha, con ocupaciones campesinas en las Verapaces, en el cauce de Río Dulce. La resistencia en el área ixil a los megaproyectos… No, la guerra no había terminado, ni había cambiado de lugar, sólo nos habían ganado en volverla invisible.

IV

Botas con punta de acero, jeans y playeras flojas. Ese era mi vestuario la mayor parte del tiempo. La voz fuerte en las asambleas, planteamientos incuestionables. Así como eran los compañeros, me había vuelto yo. Sin demostrar miedo, en la línea de frente pateando antimotines, demostraba que no era “mujercita” burguesa. Me convertí en uno de ellos para ser aceptada, hasta me tomaba los mismos litros de chela que ellos. Sepa de dónde me saqué la testosterona, pero de mí ya no quedaba rastro de la niña buena de colegio católico. No me gustaba ser mujer porque había muchas desventajas. Y me perdí a mí.

Eso de ser rebelde siempre es una bendición y un riesgo. Rompés cadenas con tanta fuerza que no te importa lastimarte en el proceso. Rechacé tanto la enseñanza de señorita puritana que recibí en el colegio que me convertí en una alcohólica de izquierda. Me descubrí con odio por mi enemigo y mucho resentimiento. Con muchas heridas y pocas ganas de sanarlas. Como si el dolor me volviera más valiente y comprometida, qué se yo. Los conflictos internos siempre ayudan a encontrar otros caminos, aunque una se quiebre.

Archivo dehttp://cpr-urbana.blogspot.com/

Y, entonces, por motivos laborales tuve que ponerme tacones y falda, maquillaje y esas cosas de “mujer”. Salí de mi zona de confort y no se sintió mal. Me encontré trabajando desde lo institucional para mujeres desde un grupo de mujeres y no se sintió mal. Obviamente con nuevo look y nuevas ideas sentí eventualmente que ya no pertenecía a mis grupos de activismo. No digamos para ellos, las tribus urbanas tienden a ser bastante cerradas si una se sale del uniforme. En Guatemala hasta la disidencia es conservadora. En realidad yo tenía ganas de sanar, de luchar con alegría y sobre todo: ser yo misma. A veces femenina, a veces masculina, tierna y terrible, todo en equilibrio.

Y fue un terremoto. Me salí del activismo de calle, me descubrí feminista, luché conmigo misma, me replanteé el deseo, desmitifiqué la heterosexualidad y el romanticismo. Todo en muy poco tiempo. Cometí muchos errores por no tener mesura y aprendí mucho de mí misma.

Y una cosa hermosa fue descubrir mi propia voz en la poesía. La poesía no era la poesía comprometida con la lucha que había heredado de mí tía. Era el mapa de mi caos. Miss PennyLane, me nombraron mis compinches, y con ese seudónimo nació mi blog Mujeres de bolsa grande y zapatos bajos, con la libertad de firmar con un nombre sin historia. La historia de mi etapa irreverente en texto. Y como la vida no es fiesta, por mucho que una intente exacerbarla, existe la resaca, y ¡oh! qué resacas las que me ayudaron a vomitar tanto dolor acumulado. La noche insomne fue testigo del desgarrador proceso de desnudarme ante el espejo, y calcar en papel el nombre de mis cicatrices.

V

En el 2008 se llevó a cabo en la USAC el Foro Social de las Américas y allí me encontré con una de mis pasiones. En uno de los espacios donde se presentó teatro vi la puesta en escena Dentro del closet dirigida por Jany Campos. Ver una obra de teatro donde dos mujeres se amaban me conmovió profundamente. Ya ni siquiera recuerdo cómo sucedió, pero eventualmente empecé a asistir a un grupo que ella dirigía para entrenar teatro. Empecé tocando percusión para una danza africana y terminé como actriz para una obra de teatro que montamos en un grupo con mayoría de mujeres ―sólo había un hombre―.En los montajes que realizábamos empezamos a compartir reflexiones feministas y fue entonces que comprendí que el arte podía utilizarse para plantear temas políticos para las mujeres, no sólo en lo discursivo sino en la propia transformación que implica interpelarse a una misma y atreverse a hacerlo públicamente. Hicimos un proyecto para un laboratorio de creación escénica con el Centro Cultural de España  y realizamos la obra de teatro Las Profanas donde tocábamos temas de manera sarcástica, como la “oenegización”? “onegeización” de los discursos políticos de “género”, la diversidad sexual entre mujeres, la religión como opresión, la internalización de la culpa, la necesidad de hacer algo. Así de diversas éramos. Luego, junto con Sofía Arévalo y la dirección de Jany montamos El Juego , en la que planteábamos el poder como una serie de relaciones sadomasoquistas entre dominante y dominado. Un juego en el que se podía pasar a cualquiera de los dos lados con el uso de la violencia y manipulación.

El teatro –bendito teatro– tiene la capacidad de romper los aprendizajes que tenemos en el cuerpo. Al fin y al cabo vamos a prestarlo para darle vida a un personaje, y muchas veces ese personaje nos exige quebrarnos. Fue sin duda una experiencia que me ayudó mucho a cuestionarme la construcción de mujer que había asumido y también una oportunidad para empezar a posicionarme políticamente lejos del bochinche, pero siempre desde la calle.

VI

Rebeca Lane nació por azares del dolor. Comenzó, así de banal y posmodernamente, a raíz de un cambio de nombre en feisbuc. Coincidió con que en ese momento comencé a trabajar como gestora cultural en un centro de investigación social y no quería que mis puntos de vista personales se vincularan con el mundo académico. Además de un hecho que aún me tiene astillada el alma. El 17 de mayo de 2010 fue asesinado mi bróder Repo (Jorge Dubón) en un bus de la ruta de Peronia a manos del guardia de seguridad privado Eugenio Jiménez Polanco, de la empresa TAURUS. Repo es uno de los compinches que me había bautizado como Miss PennyLane, así que me puse Rebeca Lane, y años después le dediqué Primavera Marchita.

En ese entonces estaba cursando los últimos semestres en Sociología en la escuela de Ciencia Política de la USAC cuando empecé a interesarme por los estudios culturales. Tengo la dicha de haber sido alumna de Mario Roberto Morales, que además desempeñó un papel crucial para mí: cuando le mostré mi poesía, me animó a publicarla. Desde los estudios culturales comencé a analizar la cultura Hip Hop en la Ciudad de Guatemala, que me cautivaba y alrededor de la cual había estado orbitando durante mucho tiempo como espectadora. Empecé a escribir lo que observaba desde fuera y poco a poco me fui adentrando. Empezaron a invitarme a eventos como el Festival Internacional de Hip Hop, a moderar conversatorios sobre el tema, y también al programa de radio “Rap con Clase” en www.da-radio.com. Sucede que congenié muy bien con quienes dirigían la radio, tanto así que para el 2012 lancé mi propio programa, titulado “Políticamente Incorrecta”. La idea era combinar los mundos que me habitaban: el activismo, la poesía y la música. Por ese entonces ya era parte de la escena poética irreverente, ya había publicado poesía en algunas revistas y compilaciones tanto nacionales como internacionales. Pero lo más importante: estábamos haciendo lecturas colectivas desde lo que a una ciudad colonial aún le parece tabú.

El programa de radio se emitía desde Oustanding, un estudio de Hip Hop en el cual empecé a conocer y convivir con raperos y productores musicales. Fueron ellos quienes al escuchar mi poesía rítmica empezaron a animarme a escribir mis letras sobre bases instrumentales. Y, como todo en la vida, comencé a implicarme sin saber que terminaría siendo tan importante para mí. Formamos un crew (nuestra tribu) que nombramos Última Dosis y con el cual empezamos a convivir en la tribu de tribus que llamamos Hip Hop.

En realidad nunca pensé que alguna vez fuera a ser “rapera”. Yo grabé una canción para Colectiva Urbana, una compilación en la cual las mujeres que a finales del 2012 estábamos rapeando intentamos unirnos para promover nuestro trabajo. Digo intentamos porque trabajar colectivamente entre artistas siempre es un reto en el que hay que domar el ego propio, sin perderlo, claro. Luego me fueron invitando a eventos para los cuales trabajaba y estrenaba nuevos temas que parecían gustar; de allí, a los festivales nacionales e internacionales en los que ser “rapera feminista” de repente empezó a tener significados políticos para grupos organizados, pues son muy pocas las artistas que se nombran desde esta identidad 

Ahora, dos años después, escribo este texto que empezó en los descansos entre fronteras por Centroamérica y concluye en el Distrito Federal de México. Me he acercado al trabajo de mujeres feministas a través de mis letras, no sólo interpretando mis temas sino también compartiendo mis saberes a través de talleres de rap con metodología feminista. He tenido oportunidad de compartir con mujeres en Guatemala y Centroamérica de la cultura Hip Hop con las cuales tratamos de abrir brecha en una escena musical dominada por hombres. Ha sido a través de esta cultura y esta forma de expresarme que he descubierto cómo equilibrar mis energías “femenina” y “masculina” en una síntesis que en escena me hace sentir éxtasis. Y también que tomar un micrófono, tomar la palabra o bailar en un cypher es un acto de valentía que me ha sacado a mí, y a muchas, del silencio y del rol de oprimidas para transformarnos en guerreras, en luchadoras.

Nunca hago planes a futuro porque nunca se sabe a dónde me llevará la palabra y este don de portar la voz de muchas. Sólo sé que quiero seguir caminando y construyendo al lado de otras guerreras, espacios donde podamos darnos amor y fuerza, para abrirnos brecha en ese mundo donde a las mujeres nos han asignado papeles secundarios. La idea es romper ese libreto y ser las protagonistas principales, atrevernos a hacer, de una vez y por todas, la única revolución que aún no ha sido hecha. La nuestra. 

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