Los logros del Servicio Nacional de Erradicación de la Malaria (SNEM) se perdieron a partir del año 1976 a consecuencia del terremoto de San Gilberto y merced a cierta mentalidad política y militar de la época que consideró a los trabajadores del SNEM como posibles agentes de la guerrilla. Así, se menoscabó su trabajo perdiéndose en la historia un modelo digno de imitarse.
Los mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopictus no tardaron en recuperar terreno y a más de paludismo y dengue ahora nos transmiten un virus ARN del género alfavirus que nos provoca la —para nosotros— recién conocida, fiebre chikungunya.
Sobre llovido mojado porque, como si fuera nada, en la cabecera de Alta Verapaz, nubes de moscas han tomado cuenta de espacios donde antes no estaban con las consecuencias descritas en la entradilla: Un brote epidémico de fiebre tifoidea que lleva ya una cauda de cuatro muertos entre lo que se sabe y conoce.
De todos es conocido el hecho de que las moscas pueden transmitir dicha enfermedad transportando las bacterias a la comida y a las bebidas. Asimismo, el hecho de que nuestras aguas están más que fecalizadas y sabemos también de la casi nula higiene personal de quienes manipulan alimentos, principalmente en las ventas callejeras. Es el día a día de nuestro ser y hacer tercermundista sin que alguien diga esta boca es mía. Pero, honestamente, el fundamento de tales plagas son dos entramados: Corrupción y pobreza.
Guatemala no aprende de sus desastres. Sus gobiernos repiten una y otra vez los crasos errores que llevan a la muerte a miles de personas y estas calamidades ponen al desnudo nuestra realidad a pesar de las peroratas de quienes aseguran que todo está bien en el país.
Sería prolijo ahondar en anécdotas, ejemplos y antecedentes. Baste recordar que el gobierno de Mariano Gálvez se derrumbó porque una epidemia de cólera proveniente de México fue suficiente para demostrar la incapacidad del gobernante y sus achichincles en cuanto tratamiento de las aguas, cordones sanitarios, tratamiento inmediato de los cadáveres y otras medidas para nada sofisticadas que debieron tomarse en su momento. El detonante fue la discusión —respecto de la epidemia— entre el doctor Gálvez y un médico que discrepaba de las acciones tomadas. Los argumentos del médico tuvieron eco en Francisco José Barrundia. Lo que vino fue por añadidura.
Y, aunque parezca ridículo, 176 años después, estamos exactamente igual. Me refiero, a los desatinos de los gobiernos.
Debo reconocer el trabajo que están desplegando las y los colegas salubristas: Médicos, epidemiólogos, enfermeras y enfermeros, técnicos en salud rural y cuanto agente de salud lucha a brazo partido para detener los contagios. Sin embargo, el futuro inmediato no pinta bien. Por mucho esfuerzo que se haga, los afanes de la pobreza y la corrupción como plagas substrato son imparables.
La prensa nacional ha hecho mutis. Ya llevamos una semana sin que tal acometida sea noticia. Quizá, si caen en la cuenta de que hace una década en la República Democrática del Congo la fiebre tifoidea sumó más de 42,000 casos en cerca de tres meses, valga la pena —para ellos—informar de este brote.
Lord Byron dijo: “El mejor profeta del futuro es el pasado” así que, mientras nuestro gobierno y la prensa se dan cuenta de ello, usted amigo lector tome sus precauciones: Exija en sus municipalidades clorinadores en las fuentes de distribución de agua, hierva la suya, lávese constantemente las manos, compre alimentos solo donde usted tenga la certeza de la higiene en su preparación y, avise al personal de salud de su comunidad al menor signo que se le presente: Fiebre, dolor de cabeza, diarrea, dolor corporal o cualquier otro que le parezca inusual. Por supuesto, esté atento a su prójimo.
No es dable, no es aceptable, ni siquiera tolerable pero, en pleno siglo XXI tenemos que habérnosla con una enfermedad completamente prevenible. Mas, hoy por hoy, aquí, en el norte del país, nos está golpeando. Certidumbre de la pobreza, sentencia de la corrupción.
Más de este autor