En fecha reciente, como una oportunidad única en el mundo, las cortes nacionales juzgaron altos mandos del Ejército y gobierno en 1982, por actos de genocidio contra el pueblo ixil. De dicho proceso, Guatemala emergió con una sentencia en primera instancia que abría las puertas para sanar las heridas abiertas durante el conflicto armado. Apenas diez días después, el muro de la impunidad se erguía amenazante de la mano de tres magistrados constitucionales. Más que ofrecerle beneficios a un militar condenado, los jueces Alejandro Maldonado, Roberto Molina y Héctor Pérez, elevaron a rango constitucional el racismo. Una decisión de la que, en opinión de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH), podrían desdecirse y con ello enmendar la gigantesca falla cometida.
Una acción que también debe extenderse hacia otros poderes del Estado y la sociedad en su conjunto, a fin de superar las taras cuasi genéticas que hacen de este un país enormemente racista, discriminador y excluyente. No son perlas ni caricias, las frases y contenidos publicados en redes sociales relativas a la reproducción de los patrones de odio por discriminación en contra de las y los indígenas en Guatemala.
Si resultó casi una hecatombe la discusión durante los días que estuvo vigente el juicio oral y público por genocidio, más lo es todavía el silencio racista que se gesta en la mayoría de espacios sociales y que se oculta hipócritamente. No basta con eventos oficiales que como dicen las abuelitas, sólo sirven para taparle el ojo al macho, pero que en el fondo no representan acciones efectivas para construir un nuevo entramado social. De allí que las acciones afirmativas sigan siendo indispensables en cualquier espacio y que la persecución penal de la discriminación sea por el momento una herramienta necesaria.
Esta sociedad no puede seguir alimentando cual la sarna bajo la piel, al racismo y la discriminación como doctrina y contrato social. Necesita de procesos profundos de revisión de su método y contenidos de educación. No pensar en producir y fabricar auriculares humanos en varios idiomas extranjeros sino en formar seres críticos, capaces de entender y transformar su entorno en bien de la mayoría. Necesita igualmente, transformar las estructuras de poder y participación sociales, a fin de garantizar que las mismas sean verdaderamente representativas.
De lo contrario, estaremos con eventos como un congreso nacional contra el racismo y la discriminación, promovido por un gobierno que ha negado fehacientemente la existencia del genocidio. Un hecho que sólo puede ser una burla comparable con la grotesca celebración del cambio de era en la cosmovisión maya.
Tiempo es ya de acabar con el racismo, de superar la discriminación y de sepultar en definitiva a la impunidad. Porque el día en que esta sociedad se reconozca a sí misma en toda su diversidad, cuando respete la otredad y la diferencia, cuando entienda que la equidad es indispensable para la democracia y el desarrollo, otra era habrá iniciado.
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