Por un lado, la reacción analítica y crítica al contenido, es decir, a la connotación de los mensajes que transmite la campaña Guatemorfosis, derivó en la censura y finalmente cancelación del espacio de radio para el Grupo Intergeneracional. Por otro, la diatriba televisada contra la cooperación Sueca, pero en el fondo, contra la respuesta comunitaria a la destrucción de su territorio, significó nuevos ataques contra las voces críticas.
Finalmente, en un desplegado a toda página, el domingo 11, Ricardo Arjona, protagonista de la Guatemorfosis, respondió con virulencia ante sus críticos y críticas. De dicha cuenta, el cantautor nacido en Guatemala, dio pie para que los panegíricos que le habían dedicado en tanto benefactor, héroe nacional, líder de nuevo cuño y demás hierbas, fueran aderezados con sermones y paletazos verbales a toda voz que se hubiere atrevido a cuestionarle.
Más que detenerse en la reflexión acerca de los elementos que llamaban a la crítica de la campaña y con ella indirectamente a su protagonista, se dio pie al linchamiento que encabezó una opinión pública enardecida. Opinión que, cegada por el llamado a defender “lo nuestro”, pero sin tener idea concreta de eso nuestro, canceló la posibilidad, por el momento, de desarrollar un pensamiento crítico colectivo, al respecto de lo que la publicidad produce y propone, en el marco de su único propósito: vender para obtener ganancias.
Similar destino de linchamiento de opiniones, tiene la ruta seguida por quienes tanto en espacios televisivos como escritos y radiales, así como en las páginas electrónicas de los medios, satanizan la organización social y vuelven delito el solo hecho de pensar distinto y visten de terrorismo cualquier acto de rebeldía, por demás universalmente reconocida como derecho.
En su incesante afán por posicionar una agenda política y uniformar el pensamiento colectivo, rallan nuevamente en el discurso fascista, compuesto por mensajes al estilo Goebbels, repetidos al cansancio para transformarlos en verdades.
En ambos casos, la pérdida más grande la sufre la sociedad en su conjunto. Ya sea porque forma parte del grupo o grupos que han sufrido la censura o la satanización o porque, siendo parte del entorno inquisidor, no perciben su propia pérdida de autonomía de pensamiento.
Y en ello radica el peligro de que la violencia nacida de la agresión verbal, crezca y se eleve a niveles de intolerancia física. Es una especie de expresión social del fenómeno de la violencia intrafamiliar, misma que puede iniciar con agresiones verbales, cancelación de los espacios de diálogo y objeción, hasta llegar a la agresión que puede devenir en eliminación física.
Puede parecer exagerado pero no por ello imposible que se produzca. Si se alienta y alimenta un pensamiento ultraconservador, alineado y alienante, que no tolera matices de objeción y mucho menos abiertas divergencias, corremos el riesgo de vernos de nuevo arrastrados por la ola de la barbarie.
De allí que resulte indispensable, dar el debate, abrir los espacios a la discusión y contrastar las ideas y visiones sobre la realidad que nos rodea. Si no abundamos en este debate, pese a la diferencia de ideas; si no permitimos que las objeciones surjan y se presenten y, de ser el caso, se mantengan como tales sin que en ello se nos vaya la vida, estaremos como sociedad, condenados a repetir la barbarie que no logramos superar por el terreno de la justicia.
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