Sociólogos y antropólogos han escrito sobre el círculo probablemente más popular de quienes aspiran a y deben desenvolverse en política: los intelectuales, los políticos y los empresarios. Al fin y al cabo podríamos decir que el Estado puede ser comprendido como expresión propia de un grupo destinado a crear las condiciones favorables para la expansión del mismo grupo, el grupo dominante se coordina con los intereses generales de los grupos subordinados y la vida estatal es concebida como una formación y superación continua de equilibrios inestables (en el ámbito de la ley) entre los intereses del grupo principal y los de los grupos subordinados; equilibrio en donde los intereses del grupo prevalecen pero, hasta cierto punto, o sea, hasta el punto en que chocan con el interés económico corporativo.
Pierre Bourdieu, en su obra “Intelectuales, política y poder” dice que “es en la esfera intelectual donde los intelectuales deben llevar el combate, no solamente porque es sobre este terreno donde sus armas son más eficaces, sino también porque, la mayoría de las veces, es en nombre de una autoridad intelectual –en particular la de la ciencia– como las nuevas tecnocracias llegan a imponerse. Así, por ejemplo, la nueva demagogia política se apoya en los sondeos para legitimar la puesta en práctica de las políticas neo-liberales, las medidas represivas tomadas en contra de los extranjeros o las políticas culturales hostiles a la vanguardia. Esta es la razón por la cual los intelectuales deben dotarse de medios de expresión autónomos, independientes de los requerimientos públicos o privados, y organizarse colectivamente para poner sus propias armas al servicio de los combates progresistas”.
Más allá de la soberbia intelectual, que encuentra su antípoda en los “Intelectuales apolíticos de mi país” de Otto René Castillo, encontramos la soberbia empresarial, es costumbre de última moda el promocionarse como la solución para administrar el Estado por el hecho de tener un currículum empresarial brillante, siendo que los principios para administración estatal y privada son completamente distintos así como los criterios de eficacia y eficiencia de la gestión. Sobre todo en épocas de crisis económica, cuando parece ser que las políticas anticíclicas y sus tiempos y espacios para manejar gasto e inversión no logran ser comprendidas.
Al proponer mutaciones entre las distintas calidades, creo que es más fácil que un empresario pueda mutar en político y hacer un buen papel, al fin lo que necesita es asumir el interés de la mayoría y no el de la corporación y tener una inducción apropiada sobre la gestión pública, generalmente desempeñando más de algún cargo público no necesariamente de elección previo a su participación electoral.
El caso del intelectual y el político parecería más difícil, y esto porque como cita Norberto Bobbio “el político no termina de confiar en el intelectual, y el intelectual no tarda en menospreciar al político” construyéndose una atracción fatal que lleva incorporado en su creación el germen de su destrucción. Bueno, basta de elucubrar y hay que darse cuenta que la historieta de Mafalda al fin de cuentas tiene un mensaje importante, ¡hay que crear clase política!
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