Ellos somos todos

Luego siguió hablándome, como si nada, como si sus muestras de discriminación hubiesen pasado desapercibidas.

Ese tan lindos me recordó el país en el que vivimos, en el que tan lindos son esos pobres, esos niños, esas mujeres, esos campesinos, esa gente que ha sido invisibilizada generación tras generación y a la que se sigue negando con políticas,  acciones y discursos paternalistas propios de la época colonial. Aquí parece que la milpa sigue apareciendo sola, las casas se limpian solas y los niños nacen por generación espontánea. De ellos se escribe, pero no se les escribe, se asume que no saben leer, que no van a entender. A ellos se les oye, no se les escucha, no hay tiempo, no hace falta… no tienen voz, siguen atrapados en esa Cultura del Silencio de la que habló Paulo Freire medio siglo atrás.

Pero ellos al final resultamos siendo todos, si vemos un poquito más allá, si nos atrevemos a hurgar en las políticas mundiales que de forma directa o de rebote nos mantienen sumidos en la miseria y el abandono.  Manfred Max-Neef, chileno premio alternativo de economía 1983, apuntaba en la clase magistral “El mundo en rumbo de colisión”, dictada en la Universidad Internacional de Andalucía (diciembre 2009), que con los 17 trillones de dólares inyectados en el mercado financiero entre 2008 y 2009 por Estados Unidos, Japón, Canadá, Unión Europea, Inglaterra y Suiza para salvar a sus bancos, habría “600 años de un mundo sin hambre”. En octubre de 2008, la FAO anunciaba que el hambre afecta a mil millones de personas y estimaba que se necesitaban 30 mil millones de dólares anuales para salvar esas vidas.

La crisis financiera global se me figura entonces una falacia del sistema, una condena en la que vivimos todos, unos, los sin voz, más golpeados que el resto pero todos al fin y al cabo. 925 millones de personas pasan hambre en el mundo. “Ese es el mundo en el que vivimos, un mundo en el que nunca hay suficiente para los que no tienen nada y siempre hay suficiente para los que lo tienen todo” profundiza Max-Neef.

Un mundo colmado de codicia en el que los valores han ido en detrimento y se cuentan en metálico. Una humanidad dirigida por ideologías del siglo XIX viviendo en el XXI. Una señora que sigue viendo al trabajador como un animalito; que está casada a su vez con un marido que la ve a ella como un florero y que él, el marido, se levanta cada mañana a seguir las instrucciones del sistema para acumular todo lo que pueda, y así algún día, tal vez, ser feliz.