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Memorias de Wilmer Tulul Tepaz en prendas y fotografías sobre el ataud el día de su velorio el pasado 17 de Julio en Tzucubal, Nahualá.

El niño que soñaba con una casa para mamá

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El niño que soñaba con una casa para mamá

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Cuando Juan Wilmer Tulul Tepaz se despidió de su familia, el 14 de junio de este año, consoló a su mamá, Magdalena, con la promesa de que un día le a iba mandar a construir una casa. No logró cumplir lo ofrecido. Veinte días después de morir  hacinado dentro de un furgón, el niño migrante de 14 años fue homenajeado en su aldea y su cuerpo enterrado la mañana del 18 de julio, tras ser repatriado desde Estados Unidos.

Si Juan Wilmer Tulul Tepaz no hubiera decidido emigrar hacia Estados Unidos, el 29 de julio cumpliría 15 años. Cuando esa idea se metió a su cabeza no hubo quien pudiera persuadirlo para quedarse. Ni Magdalena Tepaz, su mamá, ni Manuel Tulul, su papá.

[Al final del texto hallarás el video documental de esta historia]

«Le dijimos que estaba muy chiquito, que mejor se esperara pero él ya había tomado su decisión», relató Magdalena, horas antes de enterrar al tercero de sus cuatro hijos.

Y es que la ilusión de Juan Wilmer, o «Apú», como le decían todos sus conocidos, era construirle una casa a su familia, especialmente a su mamá. En la aldea Tzucubal, Nahualá, el anhelo de muchos hombres y mujeres es levantar una vivienda grande y bonita. Wilmer vivió poco menos de lo necesario, en una casa de dos ambientes grandes, con paredes de block y techos de lámina. Todas sus pertenencias cabían fácilmente en dos costales.  Wilmer aspiraba a algo más. Con esa ilusión probó suerte para cruzar la frontera, como lo hizo su hermano mayor, un año antes.

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Según un informe de la Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia (Segeplan) del 2020,  en Nahualá el 84 % de la población vive en condiciones de pobreza,  0.5 % menos que el que se reporta a nivel del departamento de Sololá (84.5%) y el 13% lo hace en pobreza extrema.

Las familias en promedio no viven en condiciones de hacinamiento y el 99.37% de las viviendas son casas formales, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Aunque la  familia Tulul Tepaz cuenta con una vivienda formal, ha tenido que hacer sacrificios para salir adelante. Wilmer no estudió más que el sexto grado de primaria, porque tuvo que comenzar a trabajar desde niño, en el campo, como su papá. En Nahualá, una jornada de trabajo para un agricultor se paga con Q25 o Q40, si mucho. Alimentar a una familia de seis personas con ese ingreso es una odisea.

Por eso Nicolás, el hermano mayor de Wilmer, salió hace un año de su casa y se fue a Estados Unidos para enviarle dinero a su familia. Hasta ahora no ha podido aportar mucho porque sigue en deuda con el coyote que le ayudó a llegar a su destino. El pago generalmente se acerca a los Q100,000.

El acuerdo  para Wilmer era similar. Al llegar a suelo norteamericano comenzaría a pagar su deuda y para ayudarlo, la familia estaba dispuesta a hipotecar su casa. Como Wilmer no llegó, el trato se rompió.

Magdalena, una mujer de casi 40 años, con la mirada perdida y semblante triste, lleva un pañuelo rojo amarrado a la cabeza —porque la costumbre es esa, cuando hay luto— desde que supo que su hijo iba dentro del furgón hallado en San Antonio, Texas, el 27 de junio. Supo que algo estaba mal desde que Wilmer dejó de escribirles. La última vez que supieron de él fue cuando envió una nota de voz avisando que estaba por abordar el camión, envió una foto y pidió que rezaran por él. El audio y la foto solo existen en la memoria de Magdalena, quien no pudo soportar el dolor de escuchar la voz de su hijo en bucle, y optó por borrar su última comunicación. «Le daba mucha tristeza», dice Cristina Tulul, prima de Wilmer, mientras traduce el sentir de Magdalena, porque aunque entiende un poco de español, su idioma es el k'iche'.

Manuel, el papá, tampoco puede ocultar su dolor. Es un hombre serio y de pocas palabras. En todo momento intenta mantenerse de pie pero hay instantes en los que se derrumba. Como cuando tuvo que viajar a la ciudad de Guatemala para reconocer el cuerpo de su hijo, o cuando el cuerpo de Wilmer fue repatriado, o cuando se despidió del ataúd de y se aferró a él minutos antes de emprender el camino hacia el cementerio.

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El último gol de Wilmer

A Wilmer lo recibieron en Tzucubal, Nahualá  la noche del 16 de julio. Fue el segundo cuerpo repatriado de los 21 guatemaltecos fallecidos en Texas. Mientras velaban su cuerpo, a cinco minutos de camino, en Tzucubal, Ixtahuacán otro grupo de personas lloraban y homenajeaban a Johny Tizquin, de 17 años, quien también murió hacinado en Texas.

En Sololá hay dos Tzucubal. Como parte del conflicto entre dos municipios que históricamente han peleado por sus límites territoriales a Tzucubal la dividieron en dos, al estilo salomónico. Por un lado Tzucubal, Ixtahuacán y por el otro, Tzucubal, Nahualá.

Juan Wilmer era habitante de la aldea que está del lado de Nahualá.

A los dos Tzucubal les ha llovido la desgracia, dicen sus vecinos, porque  un día antes, los mismos pobladores recibieron y lloraron a Melvin Guachiac, de 13 años. Su cuerpo fue el primero en ser repatriado desde Estados Unidos, tras la tragedia de San Antonio. A Melvin lo homenajearon en su casa y fue enterrado en la aldea, a pocos metros del espacio que la comunidad reservó para Juan Wilmer.

Wilmer, Johny y Melvin  subieron juntos al furgón que más tarde protagonizó una tragedia.

Sobre el féretro de Wilmer, sus amigos y familia le colocaron los uniformes de futbol que solía usar y dos pelotas nuevas. Todos lo recuerdan como el goleador de Tzucubal porque formó parte del equipo que en varias ocasiones los representó en distintas aldeas y caseríos de Nahualá, Santa Lucía Utatlán, Santa Clara La Laguna, entre otros lugares.

Su último gol fue en la final de un torneo deportivo organizado por la inauguración de un drenaje en el barrio Xola, en Tzucubal.

Dos costales, bastante holgados,  fueron suficientes para guardar los uniformes, zapatos deportivos, tenis, ropa y otras pertenencias de Wilmer. La costumbre, dicen los pobladores, es que el difunto sea enterrado junto con sus pertenencias.

La mañana del 18 de julio, entre un coro de llanto y gritos de dolor, la familia y unos 300 vecinos despidieron a Wilmer en el cementerio local. Una banda interpretaba marchas al estilo fúnebre durante el camino. Una de las melodías contaba la historia de un hombre que cruza la frontera y se lamenta por dejar a su padre, solo, labrando la tierra.

La música, la comida, los costos funerarios y otros gastos fueron cubiertos por la familia, con el apoyo de los vecinos y principalmente por paisanos que enviaron aportes desde Houston, Dallas y Nueva York.

Magdalena dice que para sobrellevar su dolor, lo único que se le ocurre es aferrarse a Dios. Lo mismo que Wilmer hizo cuando se subió al furgón y les mandó a decir que oraran por él.

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La riqueza que no es de aquí

En cualquiera de las dos Tzucubal la diferencia entre un hogar favorecido con remesas y uno que sobrevive con el trabajo de campo, es abismal. En menos de una década, calculan sus pobladores, las aldeas han mostrado un desarrollo a pasos agigantados. Pero no porque el gobierno local o central esté implementando programas para motivar el crecimiento económico sino porque hubo hombres, adolescentes y niños sin infancia que tuvieron que cruzar la frontera con rumbo a la «Unión Americana», como dicen en Tzucubal.

«Todo lo que usted ve, no es de aquí, es de allá», dice María Tepaz, maestra, de 30 años.

A un par de cuadras del hogar de la familia Tulul Tepaz, en donde Wilmer vivió, creció y donde le nacieron las ganas de emigrar, se observa una casa blanca de dos pisos, con arquitectura suntuosa, vidrios polarizados, arcos y decoración en tonos dorados. El mismo estilo se replica en la mitad de las casas de Tzucubal. Para los vecinos, el fenómeno es evidente.

«Lo que pasa es que esas son las familias que ya tienen a alguien del otro lado, los que vivimos de la tierra somos otra cosa», explica uno de los pobladores.

Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Nahualá se caracteriza por una alta tendencia migratoria y es uno de los municipios que registra más deportados cada año.

No ha habido campaña ni política migratoria que pueda persuadir a las personas de arriesgarse a cruzar. No hay mensaje que pueda contra el deseo de conseguir una vida mejor.

La semana pasada, dice Cristina, la prima de Wilmer, otro grupo de jóvenes emprendieron el viaje, en medio del luto que ha llovido en Nahualá, por las muertes de varios migrantes.

Con ese escenario, Cristina tiene una certeza. Ni la tragedia de Juan Wilmer, ni la de Johny, o la de Melvin, ni las de las hermanas Griselda y Carla Tambriz, que murieron ahogadas en el trayecto, van a detener lo que en Nahualá y otros municipios ya es una tendencia. Aunque sigan las tragedias, predice, los niños, adolescentes y jóvenes van a seguir soñando con un futuro lejos de su aldea.

Ahora, a Magdalena y a Manuel les da miedo que su hijo menor, de 10 años, siga con el anhelo de irse porque hace tiempo les había contado que cuando cumpla 15 años va a seguir el camino de sus hermanos.

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