Que la sociedad guatemalteca es profundamente racista está fuera de discusión. «Seré pobre pero no indio», decía orgulloso un ayudante de camioneta de Zacapa canchito y de ojos celestes. La cuestión es cómo superar esa lacra. Desde hace unos años existe una ley específica contra la discriminación étnica. Sin embargo, el racismo continúa. Cambiar la conciencia colectiva es arduo, difícil, muy complicado. Es más fácil que llegue a la presidencia una mujer, y no un indígena. Para la conciencia dominante de buena parte de la población, la indiada es el factor de atraso del país. Es decir, se vive en muchos casos con tecnologías de ultravanguardia, pero con cabeza del siglo XVI.
«Naturalmente vagos y viciosos, melancólicos, cobardes, y en general gentes embusteras y holgazanas. Sus matrimonios no son sacramento, sino un sacrilegio. Son idólatras, libidinosos y sodomitas. Su principal deseo es comer, beber, adorar ídolos paganos y cometer obscenidades bestiales. ¿Qué puede esperarse de una gente cuyos cráneos son tan gruesos y duros que los españoles tiene que tener cuidado en la lucha de no golpearlos en la cabeza para que sus espadas no se emboten?», decía el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, cronista de la colonia española del siglo XVI, en su Historia general y natural de las Indias refiriéndose a la población maya originaria del territorio que hoy se conoce como Guatemala, Centroamérica, cuna de una de las grandes civilizaciones de la historia. Años después, en 1894, en el decreto 243 del general José María Reyna Barrios, presidente de la República de Guatemala, territorio ya constituido como país independiente, con fecha 27 de marzo y en referencia a los terratenientes cafetaleros de la época, se establecía: «El patrón […] podrá retener o poner en depósito provisional los haberes en especie, animales u objetos que la ley embargar permite y que pertenezcan a un colono que haya huido o dé señal inequívoca de querer huir sin estar solvente con el patrón. Los patrones […] podrán perseguir a los trabajadores fraudulentos que no hubieren cumplido sus compromisos, y las autoridades designadas en esta ley están estrictamente obligadas a expedir órdenes de captura y facilitar los medios que están a su alcance para su aprehensión».
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Hoy, ya entrado el siglo XXI, las cosas no han cambiado tanto. Situación curiosa: la mayoría de la población nacional es indígena, pero paradójicamente funciona como minoría. Es extranjera en su propia tierra y eternamente ninguneada por el discurso oficial.
Tal es el racismo que incluso algunos dicen que «nuestros» indígenas (sic) no son mayas, que los mayas se extinguieron hace tiempo. Sin entrar en esa bizantina discusión, los actuales pueblos prehispánicos que habitan Centroamérica y Yucatán son herederos de una de las más grandes civilizaciones de la historia. Pero ello se minimiza, se tergiversa, se olvida. Para ofender o denigrar a alguien no se le dice «parecés europeo», sino «parecés indio».
Si a esa conciencia colectiva del ciudadano guatemalteco medio se le preguntara por una pirámide, inmediatamente pensará en las de Egipto. Innegables joyas de la arquitectura universal, estos fabulosos monumentos del desierto pasaron a ser la representación por excelencia de una pirámide. No hay otras como ellas. ¿Malinchismo? ¡Definitivamente! El racismo en juego no permite darse por enterado de que aquí en Guatemala está la pirámide más grande del mundo, en un sitio arqueológico sin igual: El Mirador, perteneciente al período preclásico tardío (del 400 A. de C. al 250).
Allí, en medio de la selva petenera, en lo que fuera la más grande ciudad de los mayas en los momentos de más desarrollo de su civilización, se alza la pirámide La Danta, de 172 metros de altura, más alta y voluminosa que la de Keops, en las afueras de El Cairo, en pleno desierto del Sahara. Tamaña majestuosidad recién ingresada en los circuitos turísticos no es sino una curiosidad en el imaginario social actual. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que se asuma como una verdadera obra de arte este patrimonio cultural de la humanidad? ¿Qué sucedió en la historia de nuestro país que los forjadores de esa joya arquitectónica, los mismos que llegaron al concepto de cero mucho antes que los europeos, pasaron a ser hoy en día mariitas y chicleros de la esquina? ¿Por qué las pirámides de Egipto sí son fantásticas y las de aquí ni siquiera se conocen? ¿Cuántos de los que leen ahora esta nota están pensando en visitar El Mirador? ¿Lo construyeron los ancestros mayas o habrá que pensar que fue obra de los extraterrestres?
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