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Un migrante viaja en el baúl de un carro, en el recorrido desde Sayula hasta Isla, estado de Veracruz / Simone Dalmasso

El engaño, el caos y los muertos vivientes de Puebla

Karen y Seidy Díaz duermen tiradas encima de su mamá, Silvia, al suelo, recién llegadas al albergue de Puebla / Simone Dalmasso
Los primeros migrantes llegados al albergue toman lugar en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Puebla / Simone Dalmasso
María Luisa Vázquez, 36, originaria de Monjas, Jalapa, Guatemala, pasará la noche al lado del confesionario de la iglesia, junto con sus dos hijos César y Brittany / Simone Dalmasso
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El engaño, el caos y los muertos vivientes de Puebla

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Momento crítico para la caravana migrante. El gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, ofreció la noche del viernes transporte para todos hasta la Ciudad de México. Su propuesta aguantó dos horas. Nadie sabe por qué se echó atrás. Los caminantes, decepcionados y hartos, se rompen. Una parte queda en Isla, estado de Veracruz. La avanzadilla llega hasta la capital. En Puebla, decenas de personas llegan completamente destruidas tras horas subidos en camiones.

Miguel Ángel Yunes, gobernador de Veracruz, pudo haber sido un héroe. Lo fue, de hecho, durante un par de horas, entre las 17:30 y las 19:30, del viernes 2 de noviembre. Este es el tiempo en el que el mandatario sostuvo su oferta de facilitar unos 150 autobuses a los miembros del éxodo centroamericano, que aquel día entraban en uno de los estados más peligrosos de México. Autobuses para llegar hasta Ciudad de México. Sonaba bien la idea. Sonaba increíble. Sonaba a no tener que pedir ride, ni colgarse de forma inverosímil sobre un picop, ni jugarse la vida aferrado a una cisterna, poniendo a prueba las exiguas fuerzas de los brazos agotados, ni asfixiarse junto a 100 compatriotas en un camión lleno hasta reventar. Sonaba tan bien que los hombres y mujeres exhaustos, doloridos y enfermos que acampaban en el mercado de Sayula, estado de Veracruz, recibieron la noticia eufóricos. Sonaba tan bien, ¡tan bien!, que creyeron, sin dejar resquicio a la duda, sin caer en la cuenta de que era demasiado bueno para ser verdad.

Dos horas después de prometer que solucionaría la vida de la caravana, al menos en su tramo hasta la capital mexicana, Yunes se desdijo.

Pudo ser un héroe, pero el gobernador de Veracruz eligió pasar a la historia como un mentiroso.

Esta es una parte de la historia cruel. Terriblemente cruel. Y hay que contarla cronológicamente.

2 de noviembre. 17.30 horas. El gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, anuncia lo que sus homólogos de Chiapas y Oaxaca nunca estuvieron en disposición de ofrecer transporte seguro hasta Ciudad de México. El mandatario habla en un video de 1:21 minutos, colgado en su cuenta de Twitter. “Son más de 5,000 personas”, dice, contradiciendo al Gobierno federal, que siempre ha cifrado en 4,000 el número de caminantes. “Vamos a proporcionar ayuda humanitaria. Aguas, alimentos, servicios de salud”, afirma.

“Es muy importante que puedan moverse pronto de Veracruz hacia otro lugar. Por eso, ofrecimos transporte para que, si es posible, el día de mañana, 3 de noviembre, puedan trasladarse a la ciudad de México”.

Transporte. Transporte. Transporte.

Simone Dalmasso

Atravesar rápidamente uno de los estados más peligrosos del país, el lugar en el que se mata, se secuestra, se explota sexualmente a más migrantes que en otros territorios de México, en los que también se mata, se secuestra, se explota sexualmente. La ruta que cada año se traga a decenas de centroamericanos.

19.00 horas. Hay una asamblea ante el mercado de Sayula de Alemán, que es donde ha llegado el grueso de la caravana procedente de Matías Romero, en Oaxaca. En total, 129 kilómetros. La gente está nerviosa, cree que se avanza demasiado despacio, especialmente los jóvenes, que son los que tienen capacidad para adoptar posiciones inverosímiles en la parte superior de un camión. Se dejó atrás Donají, que es el lugar en el que estaba previsto dormir, y se avanzó a pulmón hasta Sayula y Acayucan, en Veracruz. Estamos ante el primer síntoma de fractura de una caravana que tiene en la unidad su gran fortaleza: si no caminan juntos, si no son parte de ese grupo, entonces sus integrantes pasan a ser migrantes anónimos, de los miles que cada año atraviesan México hacia Estados Unidos. Sin el colectivo abandonan su carácter de inmensa acción de desobediencia civil, y son mucho más vulnerables.

Ahora no es momento de discutir sobre estrategia. La oferta del gobernador de Veracruz ha venido a cambiarlo todo.

“Lo logramos. Vamos a tener autobuses. Luchamos, pero lo logramos”, dice Francisco Suazo, un dominicano nacido en 1969, que renueva cada año su permiso de residencia en México, muy activo en las asambleas, al que suele verse, megáfono en mano, en todas las reuniones. Atraviesa las estancias del mercado municipal de Sayula, convertidas en campo de refugiados. Las habitaciones, que es como llamaremos a los espacios ocupados por cada núcleo familiar, se separan con toallas, plásticos negros, mantas o la ropa tendida. Entre la gente que descansa se mueve Suazo con su megáfono, anunciando la buena nueva. “Si se pudo”. Lo que hace 24 horas era un imposible ahora lo tocamos con la punta de los dedos. En el exterior se desarrolla una asamblea. En realidad, una celebración. Se oficializa la oferta. Habrá autobuses que partirán en caravana, de diez en diez. Prioridad para los niños y las mujeres. Habrá escolta de un vehículo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Comisión Estatal de Veracruz, Defensoría de Oaxaca y otro de la Policía Federal. Se harán dos paradas, en Córdoba y Puebla. Está previsto que cada caravana llegue a Ciudad de México en diez o doce horas.

Después de una noche de tormenta en un refugio al aire libre en Matías Romero, escuchar que habrá autobuses es la mejor noticia que jamás alguien pudo dar a estos hombres, mujeres y niños. Están exhaustos, doloridos, hambrientos, pero ahora, en este momento, tienen una esperanza.

“Manchadas de sangre, están las fronteras, porque ahí se mata a la clase obrera”, clama una voz que se deja escuchar entre un centenar de personas bajo la lluvia.

Simone Dalmasso

La asamblea queda en manos de la comisión de negociación formada por cuatro hombres, tres mujeres y un representante de la comunidad LGTBI. De ellos, dos son guatemaltecos: Anger Odamir Godoy González, de 26 años, que residía en la zona 1 de la capital; y Ana Luisa España, de Zacapa. El primero huye de las pandillas, mientras que la segunda busca una vida mejor en Estados Unidos.

Dejamos a la caravana en un momento de excitación máxima.  A ver quién se duerme ahora. A las cuatro de la mañana tocarán diana. A las cinco se formarán las primeras filas para ordenarse y subir a los ansiados autobuses. Parece mentira que mañana vayamos a estar cómodamente sentados, de camino a Ciudad de México.

19.30 horas. Todo se viene abajo. El gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, emite un segundo video. Se contradice. Antes quería a los migrantes fuera de su estado lo antes posible. Ahora les pide que se queden en Veracruz. Alega los problemas de abastecimiento de agua que sufre la Ciudad de México, que cortó el suministro entre el miércoles y el domingo por la realización de unas obras.

“Se trata de un problema institucional, que hay que resolver de fondo. No se trata de pasar la papa caliente de una mano a la otra o de un Estado al otro. Se trata de ir al fondo del tema. Ofrecí darles apoyo para trasladarse a la Ciudad de México. Pero la Ciudad de México enfrenta hoy, todo el fin de semana, y probablemente hasta el lunes o martes de la próxima semana, un problema grave de abasto de agua que afecta a más de siete millones de personas. No sería correcto que agraváramos aún más esta situación. Por eso quiero ofrecer a los migrantes que, mientras los problemas se resuelven, y a la espera de una solución de fondo a este asunto, acepten la invitación para ir a alguna ciudad de Veracruz más al sur, una ciudad grande, donde podamos tener instalaciones adecuadas”, dice Yunes en el video, de 1:31 minutos de duración.

“Solución de fondo” suena a burocracia, a engaño, a trampa, a proceso larguísimo y migrantes varados.

Jarro de agua fría. Tremendo jarro de agua fría.

Simone Dalmasso

Asamblea de urgencia. Apenas participa un pequeño grupo. Deciden emitir su propio video y un comunicado. Alegan que el puente humanitario organizado por la Ciudad de México ya había tomado en cuenta que no habría agua, que ha habilitado la unidad deportiva de la Magdalena Mixuca y que les están esperando. Son horas frenéticas. Intentos de negociación, pero en vano. Toca informar a toda la romería. Muchos de ellos ya duermen, confiados en que al día siguiente tendrán su espacio reservado en un autobús con destino a Ciudad de México.

Solo el gobernador de Veracruz puede responder a las preguntas fundamentales: ¿qué ocurrió entre las 17.30 y las 19.30 horas para que cambiase de opinión de forma tan radical? ¿Por qué empleó un argumento que todos conocían de antemano, el corte de agua en la capital, para retirar su oferta? ¿Por qué los miembros del puente humanitario organizado por Ciudad de México se enteraron a través de un comunicado y no por información directa de las autoridades de Veracruz? ¿Telefoneó algún miembro del gabinete del presidente Enrique Peña Nieto a Yunes para obligarle a dar marcha atrás?

Esas respuestas explicarían por qué, pudiendo convertirse en un héroe, Miguel Ángel Yunes, del Partido de Acción Nacional (PAN), decidió quedar como vendedor de humo a menos de un mes de abandonar su cargo.

La asamblea de la decepción bajo la lluvia

Sábado 3 de noviembre. 6 de la mañana. Ginna Garibo y Alex Mansing, de Pueblos Sin Fronteras, están subidos a un camión cisterna, megáfono en mano. Junto a ellos, Arturo Peimbert Calvo, defensor de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca, y Juan José García Ochoa, de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México.

Es uno de los momentos más dramáticos. Nadie querría estar en su pellejo. Tienen delante a una masa de seres humanos agotados, enfermos, hambrientos y mojados. Deben comunicarles que la esperanza por la que llevan haciendo cola varias horas bajo la lluvia se ha esfumado, que regresan al punto cero, que no tienen más alternativa que seguir caminando a través del peligrosísimo estado de Veracruz.

Había que dar la cara y ahí están, Garibo y Mansing, sobre un camión, expuestos, conteniendo su propia decepción. Definitivamente, a nadie le gustaría estar en su pellejo.

Los migrantes llevan horas en fila y han comenzado a desesperarse. Ni rastro de los autobuses. Algunos ya saben la malísima noticia, pero otros todavía confían en una milagrosa aparición de los vehículos mágicos.

Es difícil gestionar la información cuando las urgencias del día a día dificultan muchísimo la asistencia a las asambleas y la rumorología es la principal fuente de noticias.

Antes de que Garibo comience a hablar, emite a través del megáfono los dos comunicados del gobernador Yunes, como vacuna. El primero, el de la oferta, y el segundo, el del desengaño. Y pronuncia las terribles palabras que nadie quiere escuchar: hay que seguir caminando. Juntos. En el peligrosísimo estado de Veracruz. Próximo destino, el municipio de Isla.

Simone Dalmasso

Las caras de los cientos de hombres y mujeres que observan a Garibo, Mansing, Peimbert y García es el reflejo de la decepción máxima. Es terriblemente cruel manipular su esperanza. Estamos ante gente acostumbrada a que jueguen con ellos, a ser los últimos de la fila, a no contar para nadie más que para ellos mismos. El jefe, el pandillero, el matón del barrio, el padre ausente, el político, el gobernante. Todos ellos les decepcionaron, les abusaron, les pisotearon. Ahora se sienten engañados por las personas que, al menos durante dos semanas, les han ofrecido algo de esperanza.

“¡Basta de pajas! ¡Nos están engañando! ¡No pueden jugar así con la dignidad de esta gente!”

En la primera fila, un hombre bajito de gafas, gorra y abrigo abrochado hasta el cuello, expresa su enfado. Alega ante Ginna Garibo. “Si no estaban seguros, no debieron dar esa información”, dice. “Era seguro. A nosotros también nos han engañado”, responde la mexicana. Tiene el gesto descompuesto. A ella también le estafaron, pero tiene que dar la cara. “Emitió un comunicado en televisión. Nos aseguró que tendríamos los autobuses. No lo comunicamos hasta que estuvimos completamente seguros. Ustedes han podido escuchar al gobernador”, explica.

El hombre se queda pensativo. Da la razón a la activista.

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“Entonces… ¿habrá que organizar una rueda de prensa, verdad? No se puede quedar así. Hay que denunciarlo”, responde.

Su indignación ha cambiado. Es como si no le cupiese en la cabeza que una autoridad pueda decir una cosa y luego hacer la contraria. Como si no recordase todas las veces que en Honduras, El Salvador o Guatemala, sus gobernantes hayan engañado a gente como él. Es casi conmovedor escuchar su confianza en una denuncia pública, como si eso pudiese cambiar el estado de las cosas.

La caravana sigue. Algunos, los menos, se desgajan. Han perdido la paciencia. Quizás lo intenten con un coyote. El gran ejército de los derrotados centroamericanos inicia otra etapa de su larga marcha. El próximo destino es Isla, a 80 kilómetros. Es injusto, pero hay personas que empiezan a perder la confianza en el grupo.

La ley del más fuerte en la gasolinera de Isla

Sábado 3 de noviembre. 11.36 horas. Gasolinera de Isla. Magui Núñez, de Pueblos Sin Frontera, avanza rodeada por más de una docena de personas. Les recuerda que el pacto al que se llegó hace menos de seis horas implicaba dormir en Isla, donde se ha habilitado un salón social. El albergue está vacío y cientos de personas se encuentran en este cruce. Tienen dos alternativas. Tomar el camino de la izquierda y adentrarse en este municipio de más de 40,000 habitantes, calles cuadriculadas y atravesado por la vía del tren, o seguir adelante. Allá, más lejos, al final del tránsito que comienza en esta carretera, se encuentra Puebla, a 371 kilómetros. Todavía más lejos, a 483 kilómetros, está la Ciudad de México, parteaguas para esta romería de los hambrientos.

¿Qué hacer? ¿Seguir adelante y jugársela en la carretera o esperar al grupo? ¿Avanzamos demasiado lento? ¿Cuánto falta para llegar a Ciudad de México? ¿Y la frontera con Estados Unidos?

Minutos antes, toda la frustración, la ira y la desesperación han estallado junto a la gasolinera de Pemex. Se produjo una disputa entre dos tipos que estaban subidos a un camión y otra gente que quería entrar, contraviniendo al chofer, que se negaba a arrancar con gente encaramada en sus costados. Alguien dijo una palabra más alta que la otra y estos dos tipos, hondureños ellos, bajaron con sendos garrotes. Midieron mal sus fuerzas. Por mucho que uno cargue un palo, si se enfrenta a una multitud siempre tiene las de perder. Así que huyeron. Uno consiguió escapar. El otro no. Recibió tremendos golpes. Lo vimos, herido, sangrando por la nariz, mientras era evacuado en la palangana de un picop de la Policía Federal. Alguien también empujó a un camarógrafo. Y eso encendió aún más los ánimos. Uno de los consensos de la caravana es que los medios de comunicación les permiten hacerse visibles, caminar a plena luz del día por esas carreteras por las que antes se escondían, en las que les secuestraban, les engañaban, les mataban. No pueden permitirse que su éxodo deje de ser transmitido. Así que protegen a los medios. “Si alguien te toca, por favor, nos lo comunicas. Nadie puede tocarte. Tienes derecho a grabar lo que quieras. Nos estás ayudando”, dice un hombretón alterado.

Simone Dalmasso

Todo en esta gasolinera es un caos. Se forman corrillos. Algunos agarran aventón y no miran atrás. Otros deambulan preguntando qué hacer. No hay nadie identificado como liderazgo y todo se ha descontrolado.

—Les recuerdo el pacto al que habíamos llegado —dice Núñez, agotada.

—¿Dónde están los autobuses? —responde un joven, airado.

—¡Avanzamos muy lento! —dice otro.

—Si no seguimos con la caravana, no somos nada —opina un tercero.

Es muy difícil entender qué está pasando. Todo el mundo anda de un lado a otro, perdido, nadie lleva la batuta. Hay órdenes contradictorias de personas con chaleco verde. Hay tensión en el ambiente. Rabia, frustración, un calor terrible, policías armados y dos patrullas del Ejército mexicano. Algunos camiones, la nueva Bestia sobre ruedas, ya están camino a Puebla, o a Ciudad de México, o a alguno de los municipios que encontrarán en la ruta. Un pequeño grupo fue al albergue, pero, al verse en soledad, regresó por donde habían venido.

“¿Qué hacemos ahora?”, es la pregunta que más se escucha.

Llegan Ginna Garibo y Alex Mansing. Bajan de un camión lleno hasta reventar. No pueden estar en todos sitios.

La joven mexicana toma la palabra, megáfono en mano, subida a los hombros de otro compañero. Frente a ella, más de un centenar de personas. Dice que su papel es acompañar, que ellos no son organizadores, y que debe estar con el grupo mayoritario. Lleva días preocupada por los diferentes ritmos que se observa en la caravana. Los hombres jóvenes, sin cargas familiares, pueden avanzar más deprisa. Tienen agilidad para subirse a cualquier recoveco de un vehículo en marcha. Esto no ocurre con las personas mayores, las madres y los niños, las decenas de niños enfermos que caminan de la mano de sus adultos. Es la ley del más fuerte. Hay muchos hombres jóvenes y muchas madres solas. No hay hombres solos con sus hijos. Eso nos dice algo de la sociedad que se exilia.

Simone Dalmasso

“Si aquí habemos muy pocas personas, los acompañantes deben ir donde está la mayoría. En algún punto nos tenemos que reunir. No podemos entrar a Ciudad de México desorganizados. Esto se va a volver nada. Y le vamos a dar gusto al Gobierno federal. De eso no se trata”, proclama. Se escucha algún aplauso y también, desde la lejanía, alegaciones. “¿Dónde están los autobuses?” Los activistas se han convertido en paganos del engaño del gobernador Yunes. Es injusto, pero es así.

“Hay que seguir juntos, hombro con hombro, como hemos venido”, prosigue Garibo. “Esta es su caminata, ustedes la hicieron desde Honduras. Considero que antes de entrar a Ciudad de México es importante reagruparnos. Eso se puede hacer en Puebla. Si deciden avanzar nos vemos en Puebla. Ahí está el padre Gustavo Rodríguez Zárate. El padre está en la parroquia de La Asunción. Ahí es el punto de reunión para los que decidan avanzar”.

Aplausos. Los presentes han escuchado lo que querían, el visto bueno, que no necesitan, para seguir avanzando.

“No me fío de esta gente. Ya nos han engañado en dos ocasiones. ¿Por qué aparece y desaparece? ¿Quién le dio autoridad?”, protesta Mauricio Mancilla, de 33 años, de San Pedro Sula. Discute con otros compañeros. Está muy presente la decepción por los autobuses. Sabe Mancilla, porque lo dice, que los activistas no fueron quienes negaron el transporte. Que a ellos también les engañaron. Pero en situaciones extremas existe el riesgo de dejarse llevar por la ira, el enfado, la decepción, y cargar contra la persona que tienes más cerca. “Estamos vacunados contra la paja”, dice el hombre, mientras se retira para pedir jalón.

Simone Dalmasso

La caravana está rota. Un grupo de unas 2,500 personas se queda en Isla. Son, en su mayoría, familias con niños pequeños, los que avanzan más despacio. La teoría dice que tienen prioridad en los rides, pero eso no siempre se cumple. Hay vehículos a los que un niño jamás podrá subir. El resto sigue adelante. Algunos llegarán a Puebla. Otros quedarán por el camino. Córdoba. Tierra Blanca. Comunidades que tienen nombre de secuestros masivos, violencia, desapariciones. Muchos no han escuchado las recomendaciones de Garibo para reunificase a 130 kilómetros de la Ciudad de México. Si todo se disgrega definitivamente, si esta gran romería de hombres mujeres y niños se convierte en pequeños grupos dispersos, dejarán de ser el éxodo centroamericano para regresar a la oscuridad del anonimato. Volverán a ser migrantes irregulares en el país que más migrantes centroamericanos deporta del mundo. Cuando se encontraban a las puertas de México, en aquel puente lleno de seres humanos desesperados, Enrique Peña Nieto les dijo que si cruzaban por el río serían detenidos y devueltos a sus países. Sin embargo, la Policía Federal escolta su marcha. Eso sería lo que perderían si la caravana se deshace. Desde la capital todavía faltarán cientos de kilómetros hacia Estados Unidos, atravesando algunos de los territorios más peligrosos de una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo. La ley del más fuerte les debilita.

Muertos vivientes llegan a una parroquia de Puebla

Sábado 3 de noviembre. 22.46. Parroquia Nuestra Señora de la Asunción, Puebla. Un hombre cubierto con varias mantas. Parece un fantasma que se hubiese descubierto la cabeza. Arrastra los pies, mirada perdida, pasos cortísimos. Es la sombra de lo que fue. Camina despacio, muy despacio, hacia la parroquia Nuestra Señora de la Asunción, en Puebla. Carga sobre sus espaldas seis horas agarrado a un camión, o encerrado, o subido en la parte de arriba de un tráiler. No lo sabemos, porque por mucho que se le pregunte, el hombre parece incapaz de hilvanar una respuesta. Es un muerto viviente que ha logrado cumplir la etapa más larga de todas las que la caravana ha desarrollado en México. Lo perdemos al entrar en el albergue. Hoy podrá dormir caliente.

Todos los seres humanos que caen en este centro religioso convertido en refugio están exhaustos, perdidos, derrotados, enfermos. La tos es parte de la penosa banda sonora. No queda rastro del entusiasmo de horas anteriores. Son cuerpos doloridos que avanzan por inercia.

“Nos han engañado tanto. Juegan con la dignidad de las personas”. Jenina Díez, salvadoreña, de la capital, es de las primeras en arribar al albergue. No escuchó las recomendaciones de Ginna Garibo en la gasolinera de Isla, pero el instinto le ha conducido hasta aquí. Está enferma. Tiene fiebre. La voz se convierte en un hilillo aflautado cada vez que abre la boca. Es como si sus pulmones protestasen. Le arde la piel. Se cubre con una manta, sentada, derrotada. Viene con tres nietos, su hija, su yerno. Llegaron en camión, pero finalmente, al alcanzar Puebla, pagaron un taxi. Ella no podía más.

Simone Dalmasso

Junto a Díez está Marvin Andrade, de 37 años, también salvadoreño. Al hombre lo habíamos encontrado hace dos semanas; el sábado 20 de octubre, en el puente que une Tecún Umán, en Guatemala, con Ciudad Hidalgo, en México. Era de los últimos que esperaba que el portón metálico se abriese. Decía entonces que no quería relajo. “La idea es entrar legal aquí porque hay ventajas que nos pueden dar la oportunidad para pelear el caso, que nos dejen pasar o nos den albergue. En cambio, nos han informado de que, si uno cae y no está registrado, directamente va deportado o hasta preso puede ir”, aseguraba.

Horas después habría cruzado de forma irregular el río Suchiate. Si no lo hubiese hecho así, jamás habría llegado hasta Puebla.

Hablaba entonces Andrade de sus penurias en San Miguel, El Salvador. Relataba cómo miembros de la Mara Salvatrucha (MS-13) le arrebataron su casa. Cómo asesinaron cuatro meses atrás a su esposa, Ángela, quien quiso oponerse a que unos pandilleros entrasen a su casa buscando a uno de sus hijos, de 12 años, a quien querían reclutar.

“Allá no se puede, esta todo topado de pandilleros. Allí se han dividido todos, hay un solo revoltijo, ya están los sureños, los revolucionarios, ha llegado otra pandilla, entre ellos se están peleando, uno no puede ir a otra colonia porque lo matan a uno, aunque no sea nada”, decía.

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Mientras Andrade relata las últimas horas de tránsito, dentro de un camión, padeciendo frío y agotamiento, se escuchan unos ruidos en el exterior. Es otro camión. En la parte de arriba, un pequeño grupo cubierto por mantas. Son náufragos en la parte de arriba de un camión. En el interior, decenas de cuerpos hacinados. Solo se les ven las manos, que asoman entre los tablones de la puerta. Gritan. Dicen que no tienen aire, que les abran ya, que no aguantan más. Uno de los voluntarios del albergue responde que no tienen espacio para ellos, que tienen que esperar 15 minutos. Un tipo, desesperado, sale del interior a través de la tela. Baja. Desata las cuerdas. Da igual lo que le digan, la gente se está quedando sin aire y por 15 minutos más no va a permitir que algún compañero termine cadáver.

Si uno pregunta a estos cuerpos exhaustos, doloridos y enfermos si permanecerán un día en Puebla para recuperarse encuentra una respuesta unánime: “mañana temprano, a Ciudad de México”. Son indestructibles.

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