Un sol enorme y naranja entra por la ventana de la habitación. Es la tarde de un domingo apacible, de los que se disfrutan sin más. Ha sido una semana maravillosa, la primera de un mes de vacaciones que recién comienza.
Los niños del condominio juegan al escondite entre los edificios. Una imagen que rompe con la versión que tienen algunos de los niños en las redes sociales, donde profetizan un presente en el que todos ellos son unos adictos a la tecnología incapaces de disfrutar.
Cada vez que veo esos dibujos apocalípticos me imagino que los hizo un dinosaurio, mientras mi hijo y sus amigos son capaces de divertirse con algo sencillo como antes y manejar un computador como cualquiera, ahora.
Estoy regocijándome en mi propio ocio. Sé que en la tele pasan el discurso que el Presidente da en la zona dieciocho por su primer año de gobierno; pero no lo he querido ver. Hay que reconocer que este no es un presidente hábil con la palabra; tampoco incapaz, sino más bien plano, aburrido. Sólo me aproximé a él por el tuiter, donde han puesto que la Vicepresidenta ha pedido aplausos para su propio discurso.
Qué cosa. Siempre odié a los directores del colegio que hacían eso. O a los motivadores, yo que sé, no soy del tipo que encaja en la figura de ese que le dicen aplaude y lo hace, que baile y da brincos, etcétera. Lo que sí llamó mi atención fue el folleto que un usuario de tuiter dijo haber recibido en el mitin: El camino a la felicidad, de L. Ron Hubbard.
Claramente se lee que esta edición fue impresa por el Gobierno de Guatemala a través de CONAMIGUA (Consejo Nacional de Atención al Migrante). Qué ironía, ¿no? Llega el Presidente a la zona dieciocho, una de las más violentas de la ciudad a pintar casas, dar un mitin donde piden aplausos y repartir un folleto que dice llamarse El Camino a la Felicidad gestionado por la oficina de migrantes de Guatemala. Qué manera tan sutil de decir huyan.
Y no es que esté en desacuerdo con la invitación al éxodo, yo siempre tengo ganas de marcharme. Tampoco quiero ahondar demasiado en el autor del libro, el mismísimo fundador de la Dianética y la Cienciología, que fue condenado por Grecia y Francia de fraude, tuvo problemas con los mismos Estadounidenses, su país de origen, por acusaciones de pedofilia, homofobia y violencia contra la mujer.
Tampoco quiero ahondar demasiado en los veintiún principios que el libro recoge como sugerencias para alcanzar la felicidad entre los que está obedecer al Gobierno. Mira qué bien. Mira qué maravilla.
Lo que sí me gustaría es saber es qué se siente llegar a un acto público con tanta demagogia y salir sonriente y aplaudido. Qué se yo. Tampoco seré severo. El año ha comenzado con una noticia que me pone feliz. Harold Caballeros ha dejado el gabinete y se han retractado del Acuerdo que hacía una reserva a la competencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Bien por Otto.
El problema es que este primer año es un paso para adelante, cinco para atrás. Sin embargo, puedo leerme el folleto y ser feliz. Claro. Luego pegarle en la cabeza a un psicólogo o perseguir a un psiquiatra, ya empoderado en la cienciología que el Gobierno patrocina.
Qué va. Lo que en verdad quiero es recordar todos estos días llenos de felicidad que han sido mis vacaciones, como flotando en las aguas mansas de la serotonina, unas aguas cristalinas y turquesas, en una mañana en una playa caribeña.
Aquí la clave es hacerse el loco, claro, para sobrevivir. No es una ética que pueda ser sometida a un juicio externo. No hay forma de mantenerse cuerdo, cuando por un lado mis días están llenos de cariño y risas; y por el otro, cadáveres de mujeres y niños son descubiertos con sus ropas intactas en el destacamento militar de Cobán.
O pensar en ese niño de tres años que en la carretera antigua de Amatitlán pasó llorando frente al cadáver de su madre toda una noche, desolado, mientras los bichos se lo empezaban a comer. Que no hay forma. Salvo mantenerse en una pequeña burbuja cómoda que pueda flotar sobre los ríos de mierda y sangre que corren por este país.
Supongo que el camino a la felicidad no los atraviesa. Que la felicidad es un destino que a este país aún le queda demasiado lejos. Un paso para adelante y cinco para atrás.
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