Democracia autoritaria

El tema de la democracia es quizá uno de los más complejos en las ciencias sociales, especialmente por la gran variedad de significados y esperanzas que se le atribuyen -los investigadores Collier y Levintsky contaron más de 600 significados y apellidos-, por lo que es uno de los temas más difíciles de abordar.

Justo por ello, existe un consenso entre los especialistas de que hay dos formas de visualizar claramente la democracia: verla como un fin en sí misma (muchos de los apellidos de la misma tienen que ver con esta visión), y visualizarla simplemente como un medio privilegiado para alcanzar todos los fines que se le atribuyen.

La primera vertiente de análisis es la que más prefieren los analistas, por lo que usualmente se elaboran largas listas de "males" que padecen las sociedades como la guatemalteca. Aunque este tipo de abordaje es interesante, aporta realmente muy poco a la comprensión de la realidad.

La segunda forma de analizar la democracia es la menos popular, especialmente para los analistas de izquierda, que la ven con desprecio y desdén, ya que la llaman mínima o de fachada. Justo por ello, en los inicios de la transición democrática en los ochenta, muchos actores de izquierda se opusieron a participar o colaborar en la discusión y aprobación del actual ordenamiento político electoral que nos rige; quizá el más craso error de los sectores progresistas de los últimos años.

En esta vertiente del análisis, la ingeniería electoral es lo más relevante: el diseño de las reglas que favorecen y habilitan a quien está autorizado para tomar las decisiones en una sociedad. Mientras mejor se diseñe estas reglas, mejores representantes tendremos, por lo que es más fácil alcanzar los sueños ligados a la democracia.

El dicho popular: "las sociedades tienen los gobiernos que merecen" sintetiza la experiencia de sociedades que permiten que les roben sus sueños, porque no lograron luchar por las reglas que favorezcan que los más capaces lleguen al poder. (Continuará)