Desde 2020, el uso del término “teoría de conspiración” aumentó. Sin embargo, estas llevan siglos existiendo. Muchas nunca desaparecen, van y vienen, pocas veces se crean nuevas, la mayoría son viejas teorías con pocos cambios. Casi todos hemos creído al menos una, o pensado “es medio cierto”, y están en nuestras conversaciones cotidianas. Nos entretienen. Pero, ¿qué son y por qué importan?
Empecemos por lo básico. Una teoría conspirativa es “la creencia de que grupos poderosos actúan en secreto para hacer algo malo, y que parte de eso es engañar permanentemente al público para ocultar sus actos”. Las conspiraciones existen, y en general, personas coluden para estafar o robar. El problema es cuando, en palabras del Dr. Steven Novella: “Toda evidencia en contra de la teoría es parte de la teoría”. Es decir, no existe forma humana de comprobar que la conspiración no existe. Por lo tanto, en lugar de apelar al conocimiento, apela al desconocimiento y la ignorancia.
El mejor ejemplo es el de una teoría graciosa; los reptilianos o “lizard people” en inglés. De forma rápida, esta teoría dice que hay un grupo de seres no humanos (reptiles) que se hacen pasar por humanos y controlan el mundo. Sólo un reptiliano puede identificar a otro reptiliano, por lo tanto, los humanos normales no podemos hacerlo. Se necesitaría que un reptiliano confiese y demuestre que puede hacerse pasar por humano, pero como todos los reptilianos son parte del secreto, ninguno lo va a hacer. En consecuencia, los reptilianos existen porque no podemos probar que no existen.
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Por muy gracioso que suene, esa misma es la lógica que se aplica a las teorías conspirativas con más difusión e impacto político. En la actualidad, la más difundida es la del globalismo, o la Agenda 2030. Esta teoría conspirativa dice que “intereses ocultos” de personas poderosas como Bill Gates, George Soros, o la familia Rothschild, están maquinando un plan mundial para acabar con la población, o reducirla a un punto que les sea manejable para sus intereses. ¿Cuáles son sus intereses? No sabemos, sólo ellos saben, pero sabemos que los tienen. La conspiración entonces implica que han pagado de su bolsillo a todos los actores de la ONU, la UE, y el gobierno estadounidense para difundir esta agenda. Por lo tanto, sólo hay dos tipos de personas que creen en la agenda, los “ingenuos” y los comprados. Si alguien como uno lo dice, lo tachan de ingenuo, pero si viene de alguien con un poco de poder, está comprado.
La teoría no tiene límites porque, según sus difusores, el dinero de estos grupos puede comprarlos a todos. Como el dinero es infinito, todos están comprados y la posibilidad de que alguien sea whistleblower o denuncie es ninguna, porque todos están pagados. De la misma forma, cuando uno revisa el sitio web de la ONU y ve que la Agenda 2030 no dice nada del aborto, o de matrimonio entre personas del mismo sexo, lo que procede es el “no lo dicen ahora, pero lo hacen en secreto”.
Estas ideas apelan a miedos a veces infundados, a veces razonables. Es cierto que, la ONU y la política exterior estadounidense son progresistas, pero esto es consecuencia de años de trabajo y negociación en la que diferentes grupos progresistas han llevado sus valores a estos niveles de las agencias. De la misma manera, al ser la Agenda 2030 creada por la ONU y con participación de todos los países, hasta los más conservadores, es lógico que la Agenda 2030 no incluya esas políticas. Entonces, aquel que cree en la conspiración se encuentra ante una pregunta: ¿si el gobierno siendo conservador firmó la Agenda 2030 es porque fue comprado o engañado? Sin embargo, no importa la respuesta, la reacción seguirá siendo la misma, hay que mantener los valores conservadores, aunque después sean comprados o engañados.
Lamentablemente, el resultado ha sido precisamente el contrario. Son los políticos locales (en cada país), los que se aprovechan de eso, y engañan a las personas, haciendo un uso desagradable de la religión, para fundar miedo y llevarlos a creer esas teorías que los hacen ignorar el resto de problemas que nos acompañan en el día a día, como la inseguridad, la violencia, las carreteras devastadas, la desnutrición, entre otros.
Por eso, cuando uno habla con estos personajes, cualquier evidencia presentada es considerada falsa. Como todos los medios están comprados, se limitan a (des)informarse de personas “independientes”, que no se rigen bajo ningún estándar de calidad para presentar evidencia.
Cuando Karl Popper describió que la no-falseabilidad es el mayor problema de la pseudociencia, se refería a la misma lógica, si una teoría en su argumento hace imposible la evidencia en contra, no puede ser desaprobada y, por lo tanto, no se debe creer.
Finalmente, la parte más desagradable de las teorías de conspiración es que, frente al miedo, difunden el odio. Estas no son nuevas, aunque hoy sea el globalismo, fue el mismo discurso el que llevó a los nazis al poder, acusando a los judíos de controlar el mundo desde Wall Street. Hasta la izquierda que hoy reniega de la derecha conspirativa se sumó y mantuvo ese discurso, culpando al capital y la bolsa de todos los males. Por eso Chávez culpaba al “imperialismo” de los males que él provocaba, y su defensa siempre fue la soberanía.
No nos sorprenda entonces que hoy, como en los años 30, los enemigos y culpables a los que siempre señalan sigan siendo tanto millonarios y judíos, como lo es el caso de Soros y los Rosthchild. Independientemente de si Soros o los Rosthchild sean personas cuestionables en sus prácticas, acusarlos de una agenda que controla el mundo y que compra a periodistas, académicos, políticos, médicos pro-vacunas, y cualquier persona que critique la conspiración, es una alarma de antisemitismo y anticapitalismo.
El odio es la consecuencia de creer en esas teorías, la causa está en el uso abusivo de las creencias y de los miedos de cada persona.
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