Las redes sociales digitales y personales ya daban cuenta de su paso por las fronteras de Corinto y Aguas Calientes. En cosa de pocas horas fueron recibidos por las casas de migrantes que afortunadamente tienen la capacidad y el amor para organizar, de forma ágil, alimentación, albergue y asistencia médica, siempre con el apoyo solidario de personas y de otras organizaciones de ayuda humanitaria como Médicos del Mundo y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Esta nueva caravana se desarrolla en el marco de la actual coyuntura del Acuerdo de Cooperación y Asilo (ACA), prácticamente impuesto por Estados Unidos y aceptado de forma servil y con opacidad por los Gobiernos de Guatemala y Honduras. Pese a ello, las nuevas autoridades guatemaltecas, e incluso el Acnur, afirman desconocer el contenido de dicho acuerdo y no ser aún incluidos en su aplicación. A las y los migrantes no llega esta información. Se enteran posiblemente por vivencias de las personas que partieron en las caravanas anteriores y desde distintas perspectivas, tanto de las que lograron entrar a Estados Unidos como de las que siguen en México esperando ser entrevistadas para gestionar asilo y de otras que ya regresaron o fueron deportadas.
Los motivos parecen seguir siendo los mismos: hartazgo frente a la violencia que viven en sus barrios, falta de empleo o de ingreso suficiente o el incentivo de unirse a un familiar o amigo que ya está en Estados Unidos. Frente a un viaje que se presenta como algo fortuito y arriesgado, aún se logra percibir en ellos el sueño de «llegar allá» y lograr lo que saben que nunca lograrán en sus países: trabajo, superación y que sus hijos e hijas tengan oportunidad de estudio y bienestar antes de que terminen con un tiro o formando parte de grupos delincuenciales. Solamente unos pocos aspiran a llegar a México, aunque saben que las condiciones de este país empiezan a parecerse mucho a las de Centroamérica.
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Algo aparenta haber cambiado en la atención del paso de esta caravana. El nuevo gobierno de Guatemala la está dejando transitar por el territorio y la está registrando en frontera bajo el Acuerdo CA4, que permite libre movilidad desde Nicaragua hasta Guatemala, así como niños y adolescentes solamente acompañados y documentados. Por su parte, México lanzó un mensaje de que no pasarán, pero mientras se escribía esta columna aparecieron nuevas noticias sobre la puesta a disposición de personal que realizará la recepción y documentación de quienes viajan en las caravanas, y el presidente López Obrador anunció que tendría 4,000 empleos para ellos.
Es pronto para sacar conclusiones. Sin embargo, estas recientes acciones nos sugieren que los Gobiernos quieren lanzar el mensaje político de gestión de la movilidad y aplicar el principio de migración «ordenada, regular y segura», aunque en la realidad sepan que esto será un bucle de retornos, ya que el tránsito permitido es de unos cuantos días y hasta ciertos territorios, y que el brindar condiciones de asilo en cualquiera de estos países no es lo que la población migrante desea y tampoco lo que traerá seguridad humana. Aun México no ha logrado ni logrará gestionarlo, y Estados Unidos ya está blindado para no permitir su ingreso.
Lo más preocupante, triste y frustrante para los destellos de esperanza que mueven a las personas de estas caravanas, a pesar de todo lo que saben que afrontarán, es que solo algunas lograrán sus sueños, pues la mayoría se topará no solo con el muro de Trump, sino con el de los Estados que se empeñan en seguir promoviendo espejismos de progreso para todos mientras sus acciones siguen dejando fuera a las mayorías. Por algo el papa Francisco hace la exhortación a adoptar otro modelo económico y de sociedad para cumplir con las expectativas de los pueblos: tierra, techo y trabajo, así como priorizar a los vulnerables, a la juventud y a la casa común. Quizá mejor deberíamos empeñarnos en alcanzar esto todos, y no solo la población migrante.
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