Los “techeros”, como se hacen llamar en nuestro país, han sido el capítulo nacional de una organización latinoamericana que se funda en 1997 en Chile. Me ha sorprendido saber que su fundador es un padre jesuita chileno, el padre Felipe Berrios S.J., que ha encontrado en los jóvenes de universidades privadas los ánimos para que este proyecto se difunda en todo el continente y más allá.
En Guatemala, “Un techo para mi país” ha movilizado a decenas de jóvenes sin preocupaciones económicas...
Los “techeros”, como se hacen llamar en nuestro país, han sido el capítulo nacional de una organización latinoamericana que se funda en 1997 en Chile. Me ha sorprendido saber que su fundador es un padre jesuita chileno, el padre Felipe Berrios S.J., que ha encontrado en los jóvenes de universidades privadas los ánimos para que este proyecto se difunda en todo el continente y más allá.
En Guatemala, “Un techo para mi país” ha movilizado a decenas de jóvenes sin preocupaciones económicas, en la recaudación de fondos y en la construcción de alrededor de mil casas de emergencia. Ha hecho que los universitarios, voluntariamente, tengan otro interés que las redes sociales, las fiestas, las parejas, y ha dado identidad colectiva a muchos de ellos. Esta participación se ha convertido, como ellos mismos lo explican en su página web en: “una experiencia social de alto impacto físico y emocional”.
Ahora, el reto es trascender de una experiencia emocional, a una experiencia con sentido de transformación real y duradera; y no coyuntural y de emergencia. Si bien la vivienda es necesaria y para muchas familias imprescindible, son otras luchas las que permitirán que cambios estructurales subviertan las condiciones de vida de la mayoría de guatemaltecos. Esto implica que el “voluntario” o “techero” no se deje llevar por la moda del momento, aún si esta moda es “moda de ayudar” y que no vea en la caridad cortoplacista la única opción de los jóvenes. La cosa va más allá, para que verdaderamente tenga sentido, tiene que ser un proceso de solidaridad integral, de fraternidad, de “conversión personal”, dirían algunos.
Como jóvenes nos enfrentamos a una problematización de qué somos y de qué seremos como profesionales de universidades en las que los discursos de “eficiencia” , “competitividad” y “éxito profesional”, no siempre concuerda con la transformación de las condiciones económicas y políticas de los más excluidos. Así podremos asumirnos como “sujeto” (político), y comprender la realidad y sus causas de manera crítica. Desde ahí se tendrán las herramientas para proponer soluciones que vayan a la raíz de los problemas de Guatemala.
Ojalá que nos atrevamos a construir como jóvenes universitarios más que un techo, una sociedad justa en todas las dimensiones, menos excluyente;
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