Del otro lado de la videoconferencia, casi ocho husos horarios adelante, alguien transmite con absoluta seguridad una fórmula para el éxito: hay que contar historias en las cuales un héroe, usando una herramienta, supera un problema. Todo, en 140 caracteres, incluyendo un hashtag llamativo, simple y no demasiado largo.
Pequeño problema: normalmente escribo sobre antihéroes. Mis protagonistas suelen ser individuos que requieren de una profunda y minuciosa investigación criminal, y mis historias no suelen tener finales felices, de aquellos en los que la luz aparece al final del túnel y las adversidades son superadas. Así que pedirme escribir en esa forma es algo así como querer traducir la escena final de El halcón maltés (1941) a una historia de amor para Twitter.
Por lo tanto, consciente de que tengo un largo camino por recorrer para que mis escritos sean dignos de los tiempos digitales, empiezo esta maquila mientras escucho a una irreverente, casi grosera y maravillosa Alison Mosshart cantando Hang You from the Heavens y garabateo estas líneas la noche de un 8 de marzo, en las cuales voy a hablar de algunas de mis antiheroínas favoritas en la historia del rock y, ojalá, de algunos finales felices.
Mi lista empieza con Grace Slick, la mirada profundamente serena y la voz de Jefferson Airplane en White Rabbit y Somebody to Love. En 1970, con Richard Nixon como presidente de los Estados Unidos, Grace había sido invitada a un evento en la Casa Blanca, pues había asistido a la misma escuela que la hija de Nixon. Grace aceptó la invitación con un plan en mente: poner LSD en el té de Nixon. Nunca llegó a entrar al evento. Uno de los agentes del servicio secreto reparó en la identidad de su acompañante, un reconocido activista anti-Vietnam, y no los dejó pasar.
Hace algunas maquilas, al hablar sobre el punk, les dediqué un par de líneas a las Riot Grrls, a las Poison Girls con Riot in my Mind, a la extraordinaria Vi Subversa con Old Tart’s Song y, por supuesto, a las Pussy Riot con su Virgin Mary, Put Putin Away, a la que debe añadirse la reciente Make America Great Again. Pero hablar del punk sin hablar de Patti Smith sería al menos incorrecto. Sus extraordinarias versiones de Hey, Joe y Because the Night fueron mi compañía una noche extraña en las sombras de Gamla Stan y representan en sí un referente de innegable influencia.
Tampoco podría dejar de mencionar a Joan Jett cantando Bad Reputation (crecí en los ochenta) ni la actitud irreverente de Shirley Manson, la vocalista de Garbage, en Stupid Girl, Only Happy When It Rains y, más recientemente, Strange Little Birds, su álbum de 2015 en el que explora algunos territorios oscuros a los cuales merece la pena dejarse conducir.
Admito mi debilidad por Dolores O’Riordan. Allá por el año 2000, la voz de los Cranberries fue capaz de hacerme soñar despierto durante un amanecer en el templo IV de Tikal con Dreaming my Dreams. Y casi 15 años después When You’re Gone y Free to Decide formaban parte de la banda sonora para esperar el autobús de la escuela, el de las 5 a. m., al cual subía mi hija para continuar su sueño durante las dos horas que tomaba llegar a la escuela todos los días.
Pero, si de antiheroínas se trata, sin duda Janis Joplin lleva la ventaja. Cierro la columna escuchando la voz maravillosa de ella en Summertime sin glorificar sus excesos.
Sin duda, tengo un largo camino por delante para poder darle algún uso a ese curso sobre redes sociales.
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