El Acuerdo fue firmado el 28 de diciembre del año pasado. ¿Casualidad o vileza? En Guatemala todo puede suceder. Ese día, se conmemora un incidente hagiográfico del cristianismo: La ejecución —ordenada por Herodes el Grande— de todos los niños menores de dos años nacidos en Judea. Su objetivo: Deshacerse del Mesías y consolidarse en el poder.
Los responsables de semejante resbalón dejaron corto a Larry, el más peligroso de Los Tres Chiflados. Dicho sea, este personaje era tan gracioso como oscuro porque utilizaba los cementerios como parque de diversiones y tenía en su casa cadáveres que habían sido robados de los cementerios. No obstante esa cauda, parecía genial y chistoso. Su máscara era el ingenio y el chiste, su verdad la muerte.
Por razones similares está ahora Guatemala contra las cuerdas. En una esquina, nuestro pasado reciente atiborrado de crímenes de lesa humanidad; en la otra, la Corte Interamericana de Derechos Humanos tratando de que brille la verdad. Imposible negar el desbalance.
Sobre la pésima redacción del Acuerdo, donde se equivocaron hasta en el encajamiento de un tribunal inexistente: La Corte Interamericana de Justicia (sic), campea la prepotencia del Secretario de la Paz al asegurar —según la prensa escrita— «que no cumplirán siquiera las sentencias del año pasado de la Corte IDH».
Al respecto, Marta Altolaguirre, en su columna del sábado 05 de enero del presente año dice: «Pretender una interpretación sui géneris después de 25 años de la declaración formulada en los términos establecidos en el Artículo 62 de la Convención, refleja una miopía institucional que debilita la posición del Estado en cuanto a su voluntad de cumplir con las obligaciones internas e internacionales en materia de derechos humanos».
A la luz de lo leído cabe preguntarse: ¿Qué necesidad había de jalarle las barbas a una Corte de la cual Guatemala ha demostrado a gritos que necesita de ella y en la cual varias veces ha estado en la picota? ¿Por qué se coloca a nuestro país en ese entredicho ante el mundo entero? Honestamente, da para pensar que puede haber otras intenciones, ignotas y perversas.
La actitud conciliadora del presidente Pérez Molina saliendo al paso del gazapo es la correcta porque la imagen que trasladamos al concierto internacional de naciones es la de Larry, el chistoso y siniestro. Y dado el caso, es más sabio desandar lo caminado que seguir dando traspiés.
No es la primera vez que Haroldo Caballeros y Antonio Arenales Forno ponen al Ejecutivo en trapos de cucaracha y, ni el Estado ni el gobierno están en condiciones de seguirse desgastando. Vale la pena entonces que don Otto Pérez Molina haga una revisión —con lupa y a conciencia— de sus flamantes funcionarios y asesores. Ha de recordar que él —sin perjuicio de su formación y su ideología— es el Presidente de la República y harta obligación tiene de velar porque al Estado no se le endilgue falta de arrojo para corregir los yerros cometidos.
Indudablemente, los tentáculos más aciagos del monstruo de la guerra interna siguen dando quehacer. Mientras no se controlen, nuestro entretejido social seguirá fraccionado y el sueño de una Guatemala pluricultural, multiétnica, multilingüe y multirreligiosa, inmersa en una legítima democracia, seguirá siendo una utopía.
Y hablando de sueños: ¿Qué pesadillas sacudirán noche a noche a los felones?
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