Impusieron su propia interpretación de la insurgencia y la historia guatemalteca sobre la población en lo que Judith Zur llama una “falsificación orwelliana de la memoria, una falsificación de la realidad”. A pesar de las armas a su disposición, el ejército no tuvo éxito en borrar las memorias de la violencia. Los guatemaltecos mantuvieron sus memorias en silencio hasta que estas pudieran ser contadas. Con la formación de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico y el Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica, los guatemaltecos podrían recordar otra vez lo que habían vivido. El informe de la CEH, Memoria del silencio, y el de la Iglesia, Nunca más, negaron el ataque del ejército contra la memoria. Desenmascararon la memoria del ejército como mentira y recuperaron la memoria de los miles de guatemaltecos que sufrieron en silencio.
Los informes son una victoria importante para la memoria y la verdad, pero también están abiertos a la crítica. Fueron escritos para promover la reconciliación y el perdón. Hablaron de la necesidad de “facilitar la unión de todos los guatemaltecos y desterrar las divisiones que han sufrido durante siglos”. La CEH se encargó de formular recomendaciones para “favorecer la paz y la concordia nacional”. Los autores de Nunca más buscaban contribuir a una “paz verdadera fundamentada en la verdad, la justicia, el perdón y la reconciliación”. Para la Iglesia, el perdón “es un hecho voluntario que nace dentro de cada persona que ha aprendido la verdad y que ha experimentado la justicia”, a lo cual Nunca más pretendía contribuir.
Sin embargo, los testimonios no hablan de reconciliación y perdón, sino de enojo, dolor, tristeza, frustración y confusión. La oposición entre los testimonios y los sentimientos expresados en los informes se ve con más claridad en los testimonios que relatan las experiencias de violencia contra mujeres. En Cuarto Pueblo, Quiché, “separaron a mujeres y a hombres. A doce de las mujeres las dividieron de dos en dos. Cada par tenía que quedarse con cinco soldados en cada una de las seis garitas... Fueron obligadas a cocinar y traer agua para la tropa. Los soldados las estuvieron violando durante 15 días... Había turnos para que cada mujer fuera violada por cinco soldados”. Los soldados reían mientras violaban a las mujeres y también mientras las ejecutaban de maneras perversas y macabras. En estos testimonios no hay reconciliación.
La retórica del perdón tampoco se encuentra en los testimonios. El enojo y el dolor de las víctimas son claros en los numerosos testimonios que relatan cómo el ejército y sus representantes trataban a sus víctimas. Los soldados les pegaban a las mujeres, “les decían que eran vacas, las trataban como si fueran vacas de cambiar de potrero". El ejército metía a la gente "en un corral con alambre... como animales, daban justo comida para que uno no se muera de hambre”. En Chitucán, Baja Verapaz, “el 5 de septiembre de 1985... llegó un avión dando vueltas. Luego llegó una columna de soldados. Empezaron a disparar. Allí murió mi primo R.J., I. y E. de 13 años aproximadamente (son primos). H.J.S. no se moría con las balas, pues le sacaron el corazón”.
Memoria del silencio y Nunca más buscan arrancar las memorias emocionales de la guerra y hacer que las futuras generaciones recuerden la guerra de manera diferente, no como los sobrevivientes la recuerdan y la experimentaron, sino como la CEH y la Iglesia desean que lo hagan.
Los informes pueden ser vistos como cenotafios, monumentos que no guardan los restos de los difuntos, los cuales están siendo lentamente exhumados de los cementerios clandestinos (que no son tan clandestinos) en todo el país y re-enterrados con las honras fúnebres apropiadas, sino que contienen las memorias de los que sobrevivieron el genocidio. Estas mismas memorias quedan luego sepultadas por las metas que los informes pretendían promover, metas que sirven para contener –en el sentido de limitar la proliferación de una amenaza– las memorias de las víctimas y los sentimientos que las acompañan. A pesar de eso, los informes no pueden ser desechados. Se oponen directamente a la retórica del ejército y denuncian la contrainsurgencia como genocidio. Y aunque buscan que generaciones futuras recuerden de otra manera, los informes son una clara condena hacia el ejército, la guerrilla, los partidos políticos, la élite económica, ciertos sectores de la sociedad civil y actores internacionales clave.
Rachel Hatcher es una estudiante de doctorado en historia en la Universidad de Saskatchewan en Canadá. Estudia las memorias y como hablan de las guerras recién terminadas en Guatemala y El Salvador en la época posguerra. Ha trabajado como investigadora visitante con el National Security Archive y colaborado con la Guatemala Human Rights Commission/USA.
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