Esto se suma a la serie de comunicados que empezaron a ser difundidos unos días atrás cuestionando la naturaleza del proceso, uno de ellos calzado por la firma de personas que en algún momento fueron mis mentores en el alba de la democracia y del proceso de paz. Muchas de ellas alguna vez creyentes de las políticas públicas inter-temporales como una condición vital para la gobernabilidad, la democracia y la prosperidad. Bien dicen que el papel aguanta con todo.
El colega me decía que experimentaba “dos dolores juntos pero que con uno es más fácil hacer las paces”. Efectivamente, es reconfortante conocer y tratar de emular el legado impecable que deja un guatemalteco de cuna muy humilde pero de vida y trabajo dignos. Sin embargo, cuesta vislumbrar, entender y tratar de dar la otra mejilla a los otros, cuando a los herederos queda la monumental labor de construir institucionalidad allí donde la torpedean continuamente, valiéndose de privilegios, recursos y poder. Ese otro jueves negro, a pesar de la ilegalidad contenida en la decisión, los defensores de los acusados sentían que ya la justicia había sido cumplida y con lágrimas de cocodrilo reivindicaban victoria.
Haciendo eco, la prensa criticaba a la jueza Jazmín Barrios por poner orden en la sala y la ninguneaban, indicando que su reacción había sido emocional, tratando de confundir a la población sobre el origen de la decisión de la jueza Flores y cuestionando al sistema de justicia guatemalteco. ¿Y no fue la reacción de “resistencia pacífica” de los abogados defensores no sólo visceralmente más emocional sino que además un desacato a la autoridad? Claro, como sociedad patriarcal, siempre se tiende a deslegitimar las acciones firmes de las mujeres y a celebrar la de los hombres.
Toda ruptura es dolorosa, pero lo es más cuando ahora los ciudadanos indígenas son los (nuevos) actores de su destino mientras que la justicia, liderada por mujeres valientes, está a la vuelta de la esquina. La combustión perfecta contra el establecimiento. Lo que no quiere conceder el status quo es que este rompimiento con el pasado se está haciendo dentro de la institucionalidad y sin violencia, con apego a derecho.
Que se quiere evitar la agudización de la polarización social y política dicen. Revisemos cuáles son los requisitos del equilibrio ideal o gobernabilidad explicado en la celebrada obra del prominente sociólogo centroamericano Edelberto Torres-Rivas: “La democracia es una forma ventajosa de distribuir el poder del Estado en la sociedad al que fortalece mediante la organización y participación ciudadanas; es importante su legitimidad en tanto adhesión de la ciudadanía al orden que se considera válido y por ello, al que se le presta obediencia; y su legalidad, en tanto por su origen y en su desarrollo, porque se realiza según normas jurídicas existentes. La legitimidad es un componente ex post y la legalidad, ex ante”.[1] Pues ahora que no vengan a espantar con petate de muerto y quieran ver micos aparejados, como decía Gustavo Porras.
Me cuentan que mi abuelo, cuando le tocó votar en el plebiscito para confirmar a Carlos Castillo Armas como presidente en 1954, después del derrocamiento con apoyo de la CIA, del gobierno democráticamente electo del Coronel Jacobo Arbenz Guzmán, de manera pública votó NO, a sabiendas de que quizás arriesgaba su vida. De igual forma, hoy miles de guatemaltecos por medio de las redes sociales hacen caso omiso de las listas neo-paramilitares, al estilo de los líbelos de la Fundación contra el Terrorismo, apoyan la institucionalidad y de manera frontal siguen diciendo NO a la impunidad.
¿Qué nos deparará esta semana?
(*) La resolución ha sido declarada ilegal y a pocas horas antes de que se publique esta nota, todavía se esperaba resolución de los recursos planteados por parte de la Corte de Constitucionalidad.
[1] E. Torres Rivas, (2011: 259). Revoluciones sin cambios revolucionarios. Guatemala: F&G Editores.
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