Que detrás de cada estafa hay un testigo,
mis jefes queridos, ya lo saben ustedes.
Yo deseaba solo
ser amigo de mis amigos,
pero una juez pérfida y hermosa
me agarró peor que a bolo
y me enredó en sus redes
y en sus preguntas capciosas.
Dicen que al hacerse viejo
se vuelve uno más listo
pero de plano, y visto lo visto,
concluyo: me agarraron de pendejo.
Ahora que me veo al borde del precipicio
y el asunto se pone feo, le meto un antejuicio.
Las rosas son rojas,
los comunistas también,
un complot me sonroja
pero soy yo hombre de bien.
Deseaba apacharles el clavo
con ardor y con premura
y ahora aquí ando, avergonzado y bravo:
la juez me puso en horrible postura.
Pensaba que si la trataba con suma galantería
la magistrada de las cuatro décadas a mí se sometería
pero ella, en realidad, resultó mucho más lista
y, qué vulgaridad, yo quedé como vil machista.
“¿Qué es lo que tengo que hacer, señora,
para ver si se enamora?”
Le dije que mujer tan bella como monumento
no podía estar ya libre. “Rápido las apartan”.
Pero a ella esas cosas parece que le hartan
Y quiso entender que yo decía
(mirame la mano)
que su futuro dependía,
y que preguntaba cuáles eran sus emolumentos.
Y mientras yo, zalamero, me le insinuaba,
ella, tramposa (dizque honrada), con su ipad me grababa.
¡Qué espionaje! ¡Qué vergüenza! ¡Habráse visto! ¡Qué maldad inesperada!
¡Maldita sea mi estampa! ¡Me estaba tendiendo una trampa!
¡A mí, don Gudiberto Rivera Estrada!
¡Al maestro del sigilo, al rey de la negociación
al más grande presidente del Congreso de la nación
me estaban clavando una daga!
Vilipendiado, ahora les rezo,
humillado, ahora les pido,
Honorable Vice, Excelentísimo Presi, Primera Dama,
sáquenme de este lío en que nos hemos metido.
Yo no sé cómo salir del entuerto,
mis minúsculas vilezas han sido esclarecidas
y juro por la vida de sus mamás ya fallecidas
que de lo contrario esto no llegará a buen puerto.
Yo ante Vds. admito mis errores
si ustedes admiten también su culpa.
Recuerden, señores míos,
que este es solo el más reciente de los escándalos.
Antes de mí, vinieron Lima y López Bonía
y quedaron embarrados como vándalos.
El señor de las prisiones y las camisetas
lo acusa de corrupto y desgraciado.
El ministro se desmarca y hace jetas
pero usted ya sabe que ha pecado.
Lo mío es vergonzoso, no lo niego,
pero actué en servicio del partido.
No se le olvide que mi pecado es haber servido,
aun si cuando trato de ayudar, la riego.
El ministro pagó la fiesta de quince años
de la niña del capitán que no está en el cuartel
Usted se alió con don Gafota
(sí, sí, con don Manuel,
el que empezó con una bancadita y adquirió una bancadota)
buscando votos, magistrados y escaños.
Quería usted tener el control de la corte.
Al final se le ocurrió negociar con Baldizón,
sin fijarse mucho en el importe
y ahora está a punto de llevarse un remezón.
En todos estos años hemos hecho muchas cosas,
unas que no se cuentan, otras que son honrosas,
a mi juicio. No todo son vicios
entre las razones que nos alimentan.
Presionar a la magistrada es un gran desliz,
pero moco de pavo si lo compara
con yates, minicooper y la casotota que usted comprara.
Mejor callados nos quedamos, no solo yo soy infeliz.
Es más, si nos vamos a la raíz,
cuando hoy me gritan: "¡malandrín!",
la culpa es suya, mire su nariz,
porque usté andaba proclamando a Fisiquín.
No me trate, mi estimada Vice, con ninguna saña:
Cierto es que me grabaron
pero a usted también la fotografiaron
en plenos actos de campaña.
Y de Villavicencio mejor no hablamos,
de las oenegés y los 417 millones,
porque si a echar culpas empezamos
no terminaremos antes de las elecciones.
Nota del transcriptor: Se cree que este mensaje apareció en las inmediaciones de la casa presidencial. Escrito a pluma y muy deteriorado, varias estrofas habían desaparecido del documento. Ayúdanos a completarlo escribiendo los faltantes en los comentarios.