“Entiendo que mi vida ya no es mía:
es de mi pueblo y de mi patria
y estaré donde me exija el momento histórico.”
Rafael Correa
Son palabras del actual presidente ecuatoriano justificando de antemano la reforma constitucional que le ubicará en el “momento histórico” deseado: la reelección indefinida. Esas palabras no son originales, las han dicho otros mesiánicos que en el mundo han sido. La reelección presidencial tiene muchas justificaciones, casi siempre ninguna razón y una sola causa: la ambición de poder y los intereses que representa el gobernante.
La reelección no es perversa per se, ni hay país en el mundo donde esta regla no tenga su excepción por razones históricas y situaciones particulares del país, al margen de sus estructuras económicas-sociales, y del sustento ideológico de quien gobierna. La reelección suena a música en los oído presidenciales, y cuando no bailan con ella no es por falta de ganas, sino por falta de acompañamiento.
Las derechas se inclinan más por la reelección única, porque eso les permite mantener la imagen democrática sin perder la continuidad de su dominación de clase, les causa menos traumas políticos y les permite jugárselas con su mejor gallo en cada ocasión. Cuando no tienen al gallo suficientemente fino ni apoyo popular, y corren el riesgo de perder el poder, recurren al fraude electoral, y por último al golpe de Estado para salvar la “democracia”. Si por razones especiales les fallan el fraude y el golpe militar, utilizan la conspiración violencia con apoyo del exterior para reconquistar el poder.
Las izquierdas, o que se disfrazan de tales, tienen tendencia a no alternan el gallo, y estimulan la ambición del jefe para que se reelija indefinidamente, para garantizar la continuidad del proceso “revolucionario.” Luego, pregonan con decibles extras y los retratos descomunales en calles y carreteras, las cualidades insustituibles, únicas, del caudillo. Para hacer esa tarea, sobran los ambiciosos y oportunistas de oficio, a quienes les “ha costado la causa más que a nadie” y lo cobran con mansiones millonarias y otras riquezas, como para no olvidar que se metieron a la revolución “para dejar de ser pobres”.
Nuestro ejemplar en el poder, no esperó que otros propusieran su reelección indefinida; él mismo trabajó para condicionar la Constitución a su deseo. Y nunca necesitó argumentarlo con inteligencia, porque para ir tras “más victorias” tiene aceitada la maquinaria fraudulenta, y como gancho electoral algunas medidas sociales, a las cuales les saca el jugo político, más que utilidad le pueden sacar quienes trocaron sus votos por láminas de zinc.
Aunque son simples medidas, en Nicaragua los políticos jurásicos de derechas fueron incapaces de ponerlas en práctica, debido a su mezquindad clasista. Cuando Somoza García, buscando otra reelección, promulgó el Código del Trabajo (sin interés de aplicarlo plenamente). ¿Qué pasó? Que el resto de la burguesía atacó esa ley por ser “comunista”, ignoró el oportunismo político de Somoza, de haberse aprovechado del objetivo histórico de las luchas del movimiento obrero para atraerse su apoyo. En cambio, calumnió al movimiento obrero y, algunas veces, también apoyó, las represiones de Somoza en su contra.
Cuando el interés personal o político de los círculos dominantes no coincide con su poder fuerte, capaz de frustrar las luchas obreras, se ven forzados a aceptar las demandas de carácter social. Cuando las condiciones les favorecen, recurren a la represión, y cero medidas sociales. Para los trabajadores nunca hay almuerzo gratis, y para que no se lo cobren demasiado caro, deben mantenerse en pie de lucha, enfrentando a la patronal y a sus gobiernos.
Con altibajos, esa situación política y social también tiene larga permanencia, y ante las reelecciones indefinidas, y cuando no se haya explicación a ese cáncer político, se suele preguntar con cierta inocencia: ¿por qué quienes llegan al poder no se conforman, con un solo período, máximo dos, para colmar sus ambiciones? La ocultación de las causas es la finalidad de la propaganda política oficial, de la cual es víctimas buena parte de la población; a la que le cuesta descubrir los intereses económicos, generalmente creados desde el poder, la ambición desmedida por el control social, con los egoísmos de clase, la deshumanización de la política (entre otras cosas, porque le suponen origen divino al poder), y una ofensiva vanidad.
También surgen preguntas aproximadas a la realidad: si se trata de impulsar un programa socio-político real y de avanzada, ¿acaso no existe en una organización, en un partido, en un país, individuos que puedan sustituir al pretendido mesías, con capacidad de desempeñarse de igual o mejor forma en el gobierno? ¿Los personajes mesiánicos creerán de verdad estar “bendecidos” por Dios? No lo creen, y saben que son plebeyos con mentalidad monárquica y, por ende, parasitaria.
Entre dirigentes de izquierdas y de derechas, esos ejemplares no escasean. ¿Qué les dejan a su partido y al país? La inmovilidad y la sumisión de las bases, el estancamiento social y el conservadurismo político, lo cual degenera en corrupción administrativa y en toda clase de vicios personales y políticos.
Ya que fue Correa quien nos ilustró con sus palabras, cuesta imaginar que la Revolución Ciudadana sea estéril, y que sin él no podría continuar. Eso sería como decir que en Ecuador no existe otro político declarado revolucionario, y desde su fe católica enemigo del aborto terapéutico, tal cual lo es Correa.
Correa tiene sus contradicciones. Por ejemplo, mantiene la dignidad de su país, defendiendo el derecho de asilo de Julian Assange, frente al acoso norteamericano, inglés y sueco, y con la demanda de una justa indemnización contra la petrolera Chevron, que convirtió una amplia zona de la Amazonía ecuatoriana en laguna de muerte para seres humanos, la fauna y la flora.
Esas contradicciones enseñan que no es funcional ni positivo confundir las ambiciones personales con las necesidades de la patria, sea en Ecuador, en Nicaragua y en cualquier otro país.
*Publicado por Confidencial, 24 de junio de 2014.
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