Siempre es agradable (al menos para mí), leer algo de periodismo financiero, especialmente cuando arroja alguna luz sobre las opacas dinámicas bajo las que operan las corporaciones en Guatemala (el que sean opacas no implica que necesariamente sean malas, simplemente que operan en un vacío de información para el público en general).
Dicho esto, hay que ser idiota (o ciego, o hacerse el ciego) para no ver la progresión lineal en la meteórica carrera de López: de director de Guatel en los ochentas, a Ministro de Comunicación bajo el gobierno de Vinicio Cerezo, a su salida de la cartera justo en el momento en que se iniciaba el proceso de privatización del monopolio de las telecomunicaciones, a su (muy oportuna) adquisición del 45% de la propiedad de Comcel.
A ello se sumó que la posición monopólica (desde 1993 en manos privadas) de Comcel se mantuvo hasta el año 1999, dándole tiempo de consolidarse hasta que finalmente entraron América Móvil y Telefónica a competir al país.
En el artículo le pintan como un “self-made man”, y en cierto sentido realmente lo es (al menos en el sentido de que su origen no es el de una familia tradicional). Pero vamos, que su mayor éxito no ha llegado precisamente por ser un gran “emprendedor”.
Aquí me gustaría traer a colación a Acemoglu y Robinson, quienes en su fantástico libro “Why Nations Fail”, (a propósito un libro que me parece aún mucho más relevante que el de Piketty para entender los orígenes y efectos de la desigualdad en países en desarrollo) describen el contraste entre Bill Gates y Carlos Slim, y cómo ambos se convirtieron en los dos hombres más ricos del mundo:
“Las instituciones económicas que hicieron a Carlos Slim quien es, son muy diferentes a las de Estados Unidos. Si eres un empresario mexicano, las barreras de entrada (al mercado) jugarán un papel crucial a lo largo de toda tu carrera. (…) Estas barreras pueden ser insuperables, manteniéndote fuera de áreas lucrativas, o tus mejores amigas, manteniendo lejos a la competencia. La diferencia entre ambos escenarios es, por supuesto, a quién conoces, y a quién puedes influenciar”.
Lo de López, llegando a donde está hoy a través de su particular habilidad para explotar contactos políticos, es muy similar a la historia de Carlos Slim. Y es algo que ocurre en un entorno institucional en el que lo que prima para el éxito económico no es necesariamente la competencia de mercado.
La ya infame “Ley Tigo” también es un gran ejemplo de cómo utilizar la actual posición para mantener a potenciales rivales fuera del juego. Consolidar la posición dominante, aun cuando ello pueda implicar un perjuicio para el consumidor y la economía.
Cuando las reglas del juego del mercado (hablando de grandes empresas) de un país están trazadas de antemano para favorecer a un pequeño grupo, las oportunidades de movilidad social para personas que no pertenecen a ese círculo social son pocas.
Para muchos, en el pasado, esa oportunidad de movilidad fue el ejército (y la cuota de poder y/o prestigio que los altos cargos en éste brindaban), hoy lo es la política.
Gran parte del (bien o mal llamado) capital emergente, es un grupo cuyos orígenes tampoco son tradicionales, que surgieron a través no de su éxito creando empresas para ofrecer nuevos productos al mercado, sino a partir de su particular habilidad de explotar relaciones con los políticos para enriquecerse ganando contratos con el Estado (construcción de carreteras, venta de medicinas, etc.).
Es una dinámica desgastante, que más que ser conducente al crecimiento económico, lleva a un juego de suma cero, cuyo único resultado es la degradación de la (¡tan necesaria!) política.
Al menos le doy la razón a Piketty cuando acertadamente escribe que ha sido un grave error pretender separar el análisis de la economía del de la política.
Ahí está Guatemala, siempre como ejemplo.
* http://www.bloomberg.com/news/2014-08-04/richest-guatemalan-lopez-emerge... .
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