Como es tradicional en nuestra democracia conservadora, se eleva protagonismos individuales que en poco benefician al país, y se resta importancia a éxitos silenciosos que pueden cambiar la vida de la ciudadanía o del mundo.
En esta ocasión, Guatemala hace las cosas bien. El equipo dirigido por Gert Rosenthal, el diplomático más prestigioso de la historia del último siglo en Guatemala, logró lo que no alcanza prácticamente ningún país: casi la totalidad de los votos de la Asamblea General para ingresar al Consejo. Todos los apoyos de su región, 191 votos, 2 abstenciones y ningún voto en contra.
Gracias al esfuerzo durante una década de la Misión de Guatemala en Nueva York y por parte de cuatro cancillerías consecutivas, de cuatro distintos partidos políticos, imperó, en general, la moderación internacional. La independencia diplomática respecto de la potencia mundial tradicional estadounidense –no fuimos a la invasión a Irak ni aplaudimos golpes de Estado en Venezuela y Honduras, por ejemplo– nos empezó a dar un status de país serio, maduro frente nuestros ya independientes vecinos latinoamericanos.
En este bienio en el que estaremos en el foro más importante del planeta, tendremos que aportar ideas y argumentos para los debates mundiales. Bien nos caería como país, como políticos, como internacionalistas, como medios de comunicación y opinión pública, ponernos al más alto nivel de las ideas globales, fuera de las posiciones radicales encontradas de algunos actores que velan sólo por sus propios intereses.
Contamos, y en especial cuenta el canciller designado Harold Caballeros y el presidente electo Otto Pérez Molina, quien al final conduce la política exterior, con uno de los mayores expertos latinoamericanos y mundiales de la diplomacia, Gert Rosenthal.
A penas a una semana de formar parte del Consejo, en el país se desató la primera polémica en torno a la toma de posesión. Guatemala, como el resto de naciones civilizadas y pacíficas del planeta, invita a la toma de posesión a todos los Estados con los que tiene relaciones diplomáticas, incluido Irán, país con el que tenemos relaciones desde 1991. Y como somos un país abierto a conversar con cualquier Gobierno del orbe, se incluyó a Irán entre los invitados. Mahmud Ahmadineyad, el presidente iraní que de acuerdo a observadores y opositores ganó por medio de un fraude, un opresor con las minorías, antisemita y un belicista en contra del belicista Israel, anunció su intención de venir a la toma de posesión.
Lo haría probablemente para conversar, como el resto de visitantes, en algún momento con el nuevo presidente para cabildear por apoyo en el Consejo de Seguridad en el momento en el que llegue el caso de su país –al borde de un conflicto bélico con Israel y Estados Unidos–. Como país miembro del Consejo de Seguridad tenemos la obligación de escuchar a todas las partes, y más a un jefe de Estado, antes de argumentar y votar en el Consejo.
En dos editoriales, el diario Prensa Libre calificaba la invitación como el primer error del nuevo gobierno y del canciller designado Caballeros, porque podría provocar desagrados en nuestros aliados, en referencia a Estados Unidos e Israel. Tanto el nuevo canciller como el presidente electo respondieron con intentos de retractarse ante el señalamiento. Pérez Molina dijo que su futuro canciller se confundió y no está confirmada la venida de Ahmadineyad, que no cambia en absoluto el fondo de la invitación o la legitimidad de su llegada al país. El canciller designado ya no explicaciones. Las nuevas autoridades no tienen por qué asustarse de los periodicazos o las llamadas inquisidoras de la embajada de Estados Unidos. Pueden perfectamente responder que somos un país soberano, que escucha a todo el mundo, y que su venida equivaldría a una legitimación de Guatemala como interlocutor de primer nivel en la diplomacia mundial.
Es de reconocer el editorial del diario La Hora que llama a la cordura y hace hincapié en la independencia guatemalteca y la sobredimensión del matutino conservador. Actuaron de manera correcta el presidente Álvaro Colom y el secretario Ronaldo Robles al explicar que son procedimientos diplomáticos y no tiene por qué generarse tanto alboroto.
En Guatemala estamos acostumbrados a los debates simplistas, inmaduros, provincianos y no globales, cosmopolitas. Medio siglo de vernos a los pies y creer que son únicos e irrepetibles nuestros problemas en el mundo y que la mitad de las teorías globales son una conspiración marxista contra la pureza de nuestra realidad, son algunas de las causas.
No debemos claudicar en el esfuerzo de elevar el debate. Como sociedad necesitamos argumentar qué puede aportar Guatemala sobre cada uno de los temas más preocupantes para la paz mundial. El ejercicio de abstracción, con base en nuestra experiencia de guerra y construcción de paz, no tiene por qué alejarnos de la solución del resto de problemas internos sino más bien enriquecernos.
En medio de nuestra moderación y la innovación que caracteriza a nuestra diplomacia y a la América Latina contemporánea, el Gobierno y el Estado deben ser independientes no sólo de las presiones de los más radicales conservadores globales –Estados Unidos e Israel– como de sus radicales antagónicos –Irán, Siria–, sino también ser independientes de los radicales internos con visiones aldeanas internas, tanto conservadores extremos como sus antagónicos.
Así que este editorial es una felicitación para nosotros como país, y en particular a los equipos de la Misión de Guatemala ante la ONU y los apoyos de las cancillerías y las presidencias de la República, por haber alcanzado el escaño. Y es un llamado a las autoridades, a los políticos, a los medios, a formadores de opinión pública y a la ciudadanía a informarnos sobre el mundo y argumentar con propuestas y no con prejuicios para estar a la altura de las circunstancias.