La académica y pensadora española hace ver que: «Ninguna sociedad puede funcionar si sus miembros no mantienen una actitud ética, así como ningún país puede salir de las crisis que se le presentan, si las conductas antiéticas de sus ciudadanos y políticos proliferan con total impunidad». Esta íntima relación que guardan los dos conceptos del titular, viene muy al caso a raíz de las recientes desgracias vinculadas a nuestro fallido Estado guatemalteco, pero, ante todo, por las sorprendentes explicaciones emitidas por los medios alineados al oficialismo.
La confluencia comunitaria y participativa del dúo ética-ciudadanía, características sine qua non para su pertinente desarrollo, explica la escasa madurez de estos conceptos en naciones como la nuestra. Atados y amordazados para cualquier tipo de organización popular, los tejidos sociales, debilitados o rotos, evidencian pobres avances (sino es que nulos), en las dos líneas citadas, tan esenciales para el sentido humano de una sociedad.
Por otro lado, la deshumanización de la que habla Cortina, es la consecuencia inmediata de no invertir en la construcción ética de las personas. La humanidad, que debería ser nuestra marca esencial, va a la baja en la contemporaneidad, en la que, cuando se habla de ética, se piensa en algo de naturaleza subjetiva e individual. Esto no es así. Debemos tener claro que es materia intersubjetiva, que requiere de la reflexión individual, pero en un contexto social inseparable.
«Ética» proviene de la raíz griega ethos: carácter o conducta. Aparece en «etología», el estudio científico del comportamiento humano y animal. En una formidable entrevista, Cortina expresa de qué trata la ética y para qué sirve. Enfatiza que refiere a una construcción teórica en torno de la forja del carácter de los seres humanos, orientada a consolidar ciertas predisposiciones convenientes en la acción individual, pero en respuesta a la vida en sociedad.
En la Antigüedad, los griegos utilizaron el término areté, para la virtud, la excelencia en la acción. De ahí la importancia de esta edificación del carácter, dirigiéndolo hacia predisposiciones manifiestas hacia lo que al ser humano conviene. En Oriente, de igual forma, vemos el desarrollo de sistemas de pensamiento encaminados éticamente, como base de la sociedad. Es el caso del taoismo y el budismo Chán, en donde el término gōngfu adquiere el mismo significado que el griego citado: perfección.
Empero, es relevante distinguir entre moralidad y ética. La diferencia central estriba en la forma en que se construyen y se aplican. La ética implica una pregunta y un análisis crítico, una toma de decisiones libres, en sociedad. En cuanto a su aplicación, involucra acciones reflexivas y responsables, no dogmáticas ni dictadas por determinada autoridad. Resulta crucial un enfoque desde la pedagogía de la pregunta, como proponía el filósofo Paulo Freire.
Lo cierto es que la historia de las grandes civilizaciones hace evidente que ciudadanía y ética conforman una amalgama dual indisoluble.No obstante, pareciera que el mundo contemporáneo se ha distanciado de esta imprescindible relación, derivando en graves consecuencias. Lo vemos en la corrupción y la mediocridad imperante en la región.
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Otro punto de convergencia de estos dos ejes sociales es la democracia. Resulta impensable una sociedad de espíritu democrático y pluralista sin el ejercicio ético por parte de su ciudadanía. Es imposible. Sin ética las democracias no funcionan y degeneran. Con lentitud o celeridad, los «gobiernos democráticos» se transforman en dictatoriales o en tiranías.
Finalmente, regreso al inicio, con una negativa rotunda al minimalismo que nos ha venido imponiendo la visión legalista o jurídica de la sociedad. Si nos limitamos a hacer todo aquello que la ley no prohibe, nos quedamos cortos. Homo homini lupus reza un antiguo adagio. Los derechos y el buen vivir deben ubicarse por encima de toda judicialización de la acción social, puesto que la conducta humana es, esencialmente, de naturaleza sociocultural. El camino hacia un fortalecimiento ético profundo requiere trascender las visiones moralistas o jurídicas del actuar humano, en pro del diálogo deliberativo tan requerido en nuestro país.
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