Al igual que otras cerca de cien personas, Pedro Chávez Brito ofreció su testimonio durante el juicio oral y público por genocidio impulsado en contra de José Efraín Ríos Montt y José Mauricio Rodríguez Sánchez, jefes de Estado e inteligencia militar, respectivamente, en 1982, año durante el cual se cometieron la mayoría de los actos que se tipifican como delitos de genocidio y contra deberes de humanidad. Como conclusión a esta causa, el 10 de mayo de 2013 se emitió la condena en contra de Ríos Montt.
Para esa fecha habían transcurrido 31 años desde el día en que, siendo casi un niño, Pedro Chávez Brito vivió el horror de la contrainsurgencia en carne propia. Atestiguó cómo el Ejército llegó a la aldea Sajsibán, en Santa María Nebaj, y masacró a ocho miembros de su familia, incluidas su mamá y una hermana que recién había dado a luz. En busca de salvar la vida, el pequeño Pedro se escondió durante ocho días en un tronco y aguantó hambre y frío. Luego huyó a la montaña, donde se refugió y buscó protección de los disparos desde helicópteros militares.
Chávez Brito describió de ese modo el horror de las masacres, así como la persecución y el aniquilamiento sufridos por la comunidad ixil en 1982. Al igual que las mujeres que atestiguaron violencia sexual y los sobrevivientes que narraron sufrimientos padecidos, Pedro Chávez Brito ofreció lo mejor de sí para la sociedad, su verdad y su memoria, en aras de que estos hechos no se repitan.
Durante más de tres décadas Pedro Chávez Brito cargó dentro de sí el recuerdo de la muerte y las cicatrices internas del dolor y la frustración. La búsqueda de justicia representó un motor de vida, pese a que esta se le escapaba a borbotones. Las secuelas de la tragedia minaron su cuerpo, cargado también con siglos de exclusión y abandono. Al igual que Clemente Vásquez, fallecido en 2014 a los 85 años, Pedro Chávez Brito vivió la afrenta que representó haber hecho retroceder el juicio por genocidio a una etapa procesal ya superada.
La frustración por los mecanismos maliciosos para retardar el juicio y por los recursos anómalos que interpuso y sigue interponiendo la defensa de los sindicados suma para configurar la denegación de justicia a favor de las víctimas de violaciones de derechos humanos. En particular, para las víctimas de genocidio, un delito que ha sido probado en los tribunales y que ha recibido una sentencia condenatoria.
Guatemala no puede sustraerse a esta verdad jurídica, la cual se suma a la verdad histórica contenida en la memoria de las víctimas. Negar la comisión de genocidio es negar una verdad sustentada con evidencia inobjetable. Es volver a cometer las mismas atrocidades en contra de quienes han guardado la memoria para que los hechos se conozcan.
Guatemala no puede vivir de espaldas a la verdad y a la justicia. El juego perverso de conducir el caso por genocidio como una mascarada cruel debe terminar. El sistema les debe justicia a las víctimas. El sistema le debe justicia a la sociedad. Cada día que pasa sin que se ponga punto final al horror mediante la confirmación de la sentencia es un ladrillo que levanta el muro de la impunidad.
Como lo expresa el CALDH, el mejor homenaje que se puede ofrecer a Pedro Chávez y a Clemente Vásquez es garantizar un proceso judicial efectivo, pronto e independiente. El genocidio cometido por el Estado en contra de la población ixil solo podrá superarse con el cumplimiento de la sentencia y con la construcción de garantías de no repetición. Descanse en paz Pedro Chávez Brito, quien vivió para buscar justicia.
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