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De la pandilla al arte

"Entonces, fuimos nosotros los que empezamos a tomar el espacio y, literalmente, “empoderarnos”, y todos esos términos que utilizan los oenegistas pisados. Pero ahí fue real, no fue para el informe. Y esa es la magia de Iqui Balam", Ángel Cañas.
"En algún momento teníamos luz verde (el permiso) de parte de las dos pandillas, de la 18 y de la MS. Había mara consciente de que nosotros no éramos una pandilla más, sino que estábamos intentando hacer teatro. Pero era un espacio abierto, y las puertas estaban abiertas y a veces llegaban las pandillas...", Spanki.
Al fondo el asentamiento Mario Alioto, el más grande de Centroamérica. Pedro Castillo fue uno de los integrantes del grupo de teatro.
La que antes fue la galera de madera y láminas es ahora una iglesia evangélica, ahí ensayaban los integrantes de Iqui Balam.
Integrantes de Iqui Balam presentaban, en marzo de 2011, la obra de teatro "La Ronda de la Verdad" que relataba la violencia que sufrió Guatemala durante el conflicto armado.
La obra llamaba a la conciencia de la juventud para que estos hechos no vuelvan a repetirse en el país.
Pedro Castillo, al centro, es uno de los integrantes de Iqui Balam permaneció en Alioto. En la fotografía, tomada en marzo de 2011, presenta la obra "La Ronda de la Verdad".
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De la pandilla al arte

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En un asentamiento clasificado como zona roja, en plena consolidación y desarrollo de las pandillas, un grupo de teatro surgió en medio de la pobreza, junto con los migrantes que buscaban un espacio para sobrevivir. A partir de 1996 Iqui Balam trocó los destinos de niños y adolescentes del Alioto, abrió puertas y los alejó de la violencia. Pero, cuando el grupo comenzó a hacerse popular, las organizaciones se acercaron, el dinero comenzó a entrar y el grupo se destruyó. Quedan los artistas que allí nacieron para contar aquel experimento. Aquí la primera parte.

“Éstos son los nombres de los primeros hombres que fueron creados y formados: el primer hombre fue Balam-Quitzé, el segundo Balam-Acab, el tercero Mahucutah y el cuarto Iqui-Balam”.

Popol Vuh, capítulo II

 

Ya se había hecho de noche cuando Spanki llegó por primera vez a la sala de ensayos de Iqui Balam. Era una pequeña galera de madera y láminas, ubicada en la parte alta del asentamiento Mario Alioto. En el interior, casi a oscuras, Fu y su hermano ensayaban la obra “El titiritero”. Unos 20 niños, niñas y adolescentes miraban absortos a Fu que, subido en una pequeña tarima, sostenía las cuerdas de las que colgaba su hermano Ángel. Escenificaban la vida de Eber Hernández, el Muletas, su pertenencia a una pandilla, y a quien una paliza de la policía le había dejado una pierna inmóvil.

Erik “Spanki” Gálvez tenía 14 años y acababa de mudarse desde Mixco hacia el asentamiento Mártires del Pueblo, cerro arriba del Alioto, huyendo de la violencia que vivía en su propia casa. Esa mañana, en la escuela, Ángel Cañas le había invitado a llegar al ensayo y unas horas más tarde se decidió a entrar a la sala, sin saber exactamente qué iba a encontrar allí.

—Empieza esa onda, con música, personajes. Empiezan a actuar y era una onda que yo nunca había visto. Ni cerca ni lejos, ¿va vos? Pero en ese momento yo estaba cerca del escenario. Y en ese momento me cagué. Dije: ‘Yo quiero hacer esto en mi vida’, —recuerda Spanki, casi 20 años después de aquel primer encuentro que asegura que le cambió la forma de pensar y le ayudó a “dejar de cagarla”.

El asentamiento de los funcionarios

En 1995, el asentamiento Mario Alioto, hoy considerado el más grande de Centroamérica —con 70 mil habitantes— era sólo un terreno baldío del Estado. 40 manzanas ubicadas al sur de Villa Nueva, cercanas al lago de Amatitlán, que llevaban varios años incluidas en un proyecto para funcionarios del Banco Nacional de la Vivienda (BANVI) que nunca llegaba. Finalmente, un grupo de empleados públicos, cansados de esperar al Gobierno, se confabuló para invadir el lugar.

Sandra Sebastián

La toma se efectuó en octubre de 1995 y muchos trabajadores de las maquilas que habían comenzado a funcionar en el área, llegaron también a posicionar terreno. Chapearon el monte, trazaron lotes, instalaron champas, comenzaron a construir una escuela y crearon una comunidad. El asentamiento fue bautizado como Mario Alioto López Sánchez, en honor al dirigente estudiantil asesinado por la policía en una manifestación en noviembre de 1994.

Aunque uno de los primeros proyectos comunitarios fue la conformación de una Junta de Seguridad, que logró mantener cierta paz durante los primeros meses, este grupo de hombres que se reunía en las noches a patrullar, no pudo hacer nada contra de la realidad que los adolescentes vivían en sus casas. La pobreza, la violencia intrafamiliar, el alcoholismo y el abandono, hacían que muchos buscaran refugio en la calle. Ahí, en las esquinas, en los lotes baldíos, estaban las pandillas. Ahí se habían refugiado algunos de los integrantes del Barrio 18 y la Mara Salvatrucha, que tras ser deportados desde Estados Unidos, comenzaban a consolidar un fuerte poder en Centroamérica.

En Guatemala, las primeras pintas del Barrio 18 aparecieron en 1992, en tiendas de la 18 calle de la zona 1. En los siguientes tres años habían absorbido prácticamente a las demás pandillas locales. Eran los llamados cholos, quienes importaron a Guatemala la estética y las estructuras delincuenciales que funcionaban en Estados Unidos. La MS-13 y el Barrio 18 ofrecían una marca, un reconocimiento y, sobre todo, protección.

En los años 90 las pandillas, según cuentan los mismos integrantes de este grupo de teatro, eran menos criminales que en la actualidad. El uso de armas y el consumo y venta de drogas apenas iniciaban. En aquel momento, eran regidas básicamente por un fuerte sentido orgánico, de territorialidad. En el sector norte del Alioto se estableció la mara Salvatrucha; en el sur, el Barrio 18. Los de Bario 18 no podían pasar al sector norte, los homeboys de la MS-13 no podían pasar al sur. En los años siguientes, la lucha por el control de los territorios, la entrada de armas, el consumo y venta de drogas, las extorsiones, poco a poco las fueron transformando en estructuras con un mayor potencial para el crimen y para generar violencia.

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—La gente que no ha vivido eso piensa que un niño se hace pandillero porque decide ser pandillero. Pero simplemente que no hay nada más, no sucede nada más. Me recuerdo que cuando tenía nueve años, quería salir de la casa, ver qué más había en el mundo. Y salía y era lo único que había: pandillas. En una esquina una, en otra esquina otra —explica casi 20 años más tarde Ángel Cañas, el niño que hacía de títere en "El Titiritero" y actual vocalista del grupo de hip hop "Aliotos Lokos".

El nacimiento de Iqui Balam

En 1996 Ángel Cañas, apodado en aquel momento “El Joquer”, tenía 14 años y desde los nueve vivía con su hermano Manuel Orozco, Fu, y otro “montón de patojos”, en el parque central de Villa Nueva. Sus padres vivían cerca, de hecho Ángel veía a su madre de vez en cuando. Pero en aquel momento ya había cambiado de familia. Pertenecía a una clica, una célula pandilleril, y sus días transcurrían entre la enajenación de las drogas y los asaltos. Cuando se fundó el asentamiento, se trasladó al Alioto con su hermano Fu y, poco después, se enteró de que estaba funcionando un grupo de teatro en la escuela del lugar. Ángel, un niño robusto, moreno, con ojos achinados no pudo resistir la atracción del grupo artístico y, junto a otros jóvenes, comenzó a merodear el lugar donde ensayaban.

—Al principio la mayoría llegábamos sólo a ver los ensayos por curiosidad. A ver qué estaban haciendo. A ver qué estaba pasando ahí. Luego recuerdo que Miguel nos decía: ‘Entren y participen, intégrense’. Yo fui uno de los primeros en participar, —recuerda Ángel Cañas, ya lejos del Alioto, a la espera del almuerzo en una cafetería de la zona 1 de la capital.

Miguel Gaitán, de quien habla Ángel, llegó al asentamiento en febrero de 1996, apenas un mes más tarde de que la escuela hubiera empezado a funcionar. Gaitán llegaba a Villa Nueva tras permanecer una temporada en Momostenango, Totonicapán, donde decía haber sido misionero de la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Nadie pudo explicar por qué Gaitán dejó su labor como mormón y se desplazó al Alioto, y como después también se alejó de todos sus discípulos, tampoco fue posible preguntárselo directamente a él. De lo único de lo que pueden dar fe los jóvenes que integraron Iqui Balam es que Gaitán no tenía ningún objetivo económico –al menos en los tres primeros años-, y que el único fin con el que formó el grupo de teatro e involucró a los jóvenes pandilleros en este, era ayudarles a salir de la violencia.

Al llegar al asentamiento, Gaitán quien tendría unos 25 años, estatura media, pelo y piel oscuros, ofreció su apoyo en la recién creada escuela. Este centro de estudios, construido y gestionado por los vecinos, le recibió en las mismas condiciones de precariedad que el resto de la nueva comunidad: sin pupitres ni sillas ni pizarrones, y con dos mil niños inscritos. La Procuraduría de Derechos Humanos les había invitado a participar en un certamen de teatro y los demás maestros pidieron a Miguel, quien había sido miembro del grupo de teatro experimental de la Universidad Popular, que se hiciera cargo de la preparación. Gaitán formó entonces el grupo de teatro “Facetas Juveniles”, que continuó sus ensayos después de pasado el concurso.

Al principio el grupo estaba formado solo por niños de la escuela y ninguno de ellos era pandillero. Pero en el transcurso de los primeros meses, jóvenes y adolescentes ajenos al centro de estudios, muchos de ellos involucrados en maras, comenzaron a llegar a ver los ensayos. Y Gaitán los invitó a participar en los ensayos.

—Principalmente eran miembros de la pandilla 18 ST. Son los primeros que se acercan. Y luego, también, otros que estaban militando en la MS comienzan a llegar. Al principio era un poco complicado, porque eran dos grupos completamente distintos, que no toleraban estar dentro del mismo espacio físico. Pero, poco a poco, a través de juegos teatrales, se va haciendo una relación mucho más fuerte, —cuenta Miguel Gaitán en 2005 en el documental Detrás de lo que es obvio, elaborado por jóvenes de Iqui Balam junto al colectivo de Cine La Camioneta.

Haciendo teatro del oprimido sin saberlo

Los ensayos del grupo comenzaban con un ejercicio de concentración y seguían con una serie de juegos y técnicas teatrales, preparadas por Miguel Gaitán. Para la construcción de las obras se basaban en hechos reales, en temas que concernían a toda la comunidad. Comenzaban a explorar las relaciones de poder, a reflexionar sobre sus vidas, a abrir puertas que hasta entonces desconocían. Sin saberlo, estaban poniendo en práctica la metodología propuesta a finales de los 60 por el director de teatro brasileño Augusto Boal. Sin saberlo, estaban haciendo Teatro del Oprimido.

—Cada uno de nosotros contaba experiencias familiares. Había casos de abusos sexuales de parte de los padrastros de las chavitas, desintegración familiar, violencia intrafamiliar. Eran temas que todos teníamos en común, y que podíamos sacar o desatar encima del escenario. Y era bien chilero, —recuerda ahora Spanki, en una bodega de la zona 1 en la que planea, junto a otros dos compañeros, crear un espacio de producción audiovisual y artística. 

—Nos dimos cuenta de que nos pasaban las mismas cosas. A pesar de que yo era de una pandilla y tú de una contraria. Se fue convirtiendo en una terapia de autoayuda y, a la vez, alimentaba la creatividad para los montajes, —hace memoria Cañas en la cafetería a donde se ha trasladado desde Sacatepéquez antes de un ensayo con el grupo musical "Bacteria Sound System".

—Era un espacio muy abierto, muy solidario, como de familia de verdad. Como la familia que no podíamos consolidar en nuestras casas. Jamás nos ofrecieron drogas, y nos decían: ‘si las miramos –consumiendo-, pobrecitas de ustedes, porque eso es malo, y nosotros ya estamos en eso, pero ustedes no’, —explica Jennifer Coguox, de 30 años, una de las adolescentes que formó parte del grupo de teatro y que siguió en él durante todo su camino.

Jennifer Coguox tenía en aquel momento 13 años y vivía en la colonia El Milagro, zona 6 de Mixco. Era una de los cinco hijos de una madre soltera, separada de su marido por problemas de alcoholismo y malos tratos. Su madre trabajaba en el mercado El Guarda vendiendo tenis y la adolescente, que estudiaba los básicos, pasaba prácticamente todo el día con sus primas. Por problemas de dos de sus primos, quienes habían iniciado una clica en El Milagro, y después de un incidente violento, toda la familia de sus primos se vio obligada a huir de Mixco y mudarse al Alioto.

Al inicio el ambiente en el nuevo asentamiento era más tranquilo que en El Milagro, donde Jennifer escuchaba disparos y persecuciones de carros por las noches, y convenció a su madre para que se trasladaran también al asentamiento. Compraron un lote, todavía sin título de propiedad, por Q35 mil, y se mudaron. Un día, Jennifer acompañó a sus primas Evelyn y Ruth, a un ensayo del grupo de teatro, y Miguel Gaitán la invitó a participar.

—En Iqui Balam yo nunca me sentí menos que nadie. Siempre me decían: ‘¿y vos qué pensás, Jennifer? y '¿vos qué opinas?’, ‘Ah, pues yo opino que tal y tal y tal’. Y siempre me escuchaban, —recuerda ahora Jennifer, con gafas y pelo negro recogido en una coleta, mientras bebe un café helado, en una cafetería de la zona 1 de la capital,  

Brujos y brujas que se divierten por las noches

En el transcurso de los primeros meses Miguel Gaitán fue poco a poco adentrando a los jóvenes en el arte. Fue el primero en darle a Ángel a leer poesía de Luis de Lion, el poeta guatemalteco desaparecido en 1984. Les narraba la obra del dramaturgo guatemalteco Hugo Carrillo y les explicaba que estaban haciendo teatro de Grotosky, director de teatro polaco, impulsor del teatro pobre. Durante este tiempo, de una forma un poco confusa en el relato de los jóvenes, donde las cosas simplemente se dieron sin causa aparente, Gaitán logró que las pandillas le dieran permiso para funcionar. Aconsejaba a las adolescentes, daba de comer a quienes llegaban con hambre. Y nunca dejaba de hablar: de libros, de historias, de superación. 

El exmisionero mormón fue también el primero en hablarles del Popol Vuh, de sus dioses, sus personajes y sus historias, del pasado maya que muchos desconocían por completo. Fue cuando les propuso cambiar nombre de Facetas Juveniles por el de Iqui Balam, en honor al cuarto hombre creado en el mundo, según el libro sagrado de los maya-quiché. Ellos accedieron. Y todos quedaron en la memoria, hasta el día de hoy, con la segunda acepción que les dio Gaitán de Iqui Balam: “Brujos y brujas de la luna que se divierten por las noches”.

Además de las obras teatrales, los miembros del grupo comenzaron a acercarse a la música, a la escritura, al dibujo. De allí surgió el ahora reconocido grupo de rap y hip hop "Aliotos Lokos", formado en 1997 por Ángel y su hermano menor MC Plenno, integrado en 2005 a "Bacteria Sound System". Dentro de la cultura hip hop, otros de sus miembros empezaron a experimentar con el grafiti y el break dance. A partir de 1997 también empezaron a hacer artesanías con bambú y a enseñar a leer a niños analfabetas. A involucrarse con la comunidad.

—Entonces, fuimos nosotros los que empezamos a tomar el espacio y, literalmente, “empoderarnos”, y todos esos términos que utilizan los oenegistas pisados. Pero ahí fue real, no fue para el informe. Y esa es la magia de Iqui Balam, —explica Ángel Cañas.

La expulsión y la persistencia

Poco a poco, conforme los jóvenes comenzaron a interpretar sus obras en la escuela y las calles, mientras eran más conocidos en la comunidad, el rumor de que había mareros en Iqui Balam -que empezó a deformarse en que Iqui Balam era, en realidad, una pandilla- comenzó a esparcirse por el asentamiento.  

Los padres de algunos niños pidieron que dejaran de ensayar en la escuela y otros prohibieron a sus hijos llegar a los ensayos. Aunque Gaitán persuadió a algunos padres para que sus hijos permanecieran en el grupo, muchos seguían inconformes y un grupo de familias solicitó a la junta directiva del asentamiento que expulsara a los pandilleros del grupo de teatro. Hubo una reunión comunitaria para decidir si los jóvenes pertenecientes a pandillas podrían seguir o no en el grupo. Los vecinos tomaron una decisión: Los jóvenes pandilleros eran parte de la comunidad y, por lo tanto, seguirían en Iqui Balam.

Aunque el grupo fue expulsado de la escuela, esto no hizo que perdiera su impulso y comenzaron a ensayar en la calle, o en la casa de la madre de Pedro Castillo, que pasó de ser “doña Elvia” a “mama Elvia”. Más tarde, Gaitán compró un lote, construyó un pequeño cuarto para él y cedió el resto del terreno para construir la sala de ensayos. Se trataba de una pequeña galera donde se reunían a partir de las 7 u 8 de la noche, al caer el sol, cuando todos habían salido del trabajo o de la escuela. Un espacio donde, cuando hacía calor, hacía mucho calor; y cuando llovía, se comenzaba a llenar de agua, que recorría el cuarto en forma de pequeños riachuelos. “Pero nosotros éramos felices de tener nuestro espacio”, dice Jennifer Coguox.

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Durante todo el proceso, desde 1996 a 2003, y de 2007 a 2009, cuando se abrió casa joven Iqui Balam llegaron entre 500 y 700 niños, adolescentes y jóvenes a ensayar o pasar sus tardes en Iqui Balam. Algunos llegaban esporádicamente, otros pasaban fugazmente, y casi todos los que abandonaban el grupo regresaban a las pandillas. Pero algunos se quedaron. Comenzaron a pasar cada vez más tiempo ensayando, cantando, pintando y a pasar menos tiempo con la pandilla, hasta desligarse por completo de estas. Como si el cauce que parecía natural hacía la violencia se volviera nuevamente, de forma natural, hacia una vida centrada en el arte.

La persecución

Con la salida de los niños no pandilleros del grupo, este comenzó a estar conformado prácticamente por pandilleros o adolescentes que, aunque no pertenecieron nunca a una mara, compartían con ellas en sus entornos más cercanos, a través de sus hermanos, sus primos o sus amigos. Este periodo, que inició aproximadamente a partir de 1997 y terminó en 2003, es conocida como la segunda etapa de Iqui Balam.

Aunque al llegar a la sala de ensayos entraran en un espacio neutral, donde lo único que importaba era el arte, la pertenencia a las pandillas seguía teniendo un peso muy fuerte entre los integrantes del grupo teatral, y la violencia seguía causando estragos entre sus miembros. Sus nombres aparecían en listas negras y miembros de pandillas rivales con quienes tenían problemas llegaban a buscarlos al lugar de ensayos. Durante los casi diez años en los que vivió el grupo fueron asesinados, con cifras muy inexactas, al menos 20 de sus integrantes.

—En algún momento teníamos luz verde (el permiso) de parte de las dos pandillas, de la 18 y de la MS. Había mara consciente de que nosotros no éramos una pandilla más, sino que estábamos intentando hacer teatro. Pero era un espacio abierto, y las puertas estaban abiertas y a veces llegaban las pandillas. Era bien difícil mantenerlo, —relata Spanki, desde la bodega de zona 1.

—Sufrimos bastante persecución, tanto de la pandilla como de las autoridades. En cualquier momento nos detenían, nos amenazaban. En las pandillas decían que les íbamos a quitar a los chavitos, que estábamos reclutando. Pero nosotros nos integramos tanto al arte que nos hermanamos, —explica Pedro Castillo, Lukas, uno de los jóvenes que más se involucró en Iqui Balam, donde ejercía un fuerte liderazgo entre los demás, y que mantiene desde la coordinadora de la juventud de Villa Nueva, una casa para jóvenes en la colonia Enriqueta..

—Cuando se está saliendo de algo, llevas ahí la violencia y cualquier comentario que te hacen... Pero como era un grupo, la mara trataba de calmarse, de no pelearse. Eran más agresiones verbales, que a veces son más duras, a veces duele más una palabra, —dice Fredy Turcios, “Maskota”. 

A Fredy Turcios le llamaron “Maskota” porque era el más pequeño de la pandilla. El niño que siempre les seguía, la mascota. Al tomar el Alioto ya vivía en Villa Nueva y fue también él quien llegó primero a tomar el asentamiento, para luego llevar a su familia. Maskota, ahora de 31 años, cuenta que en aquel momento trabajaba de carpintero y estudiaba tercero de básico en la colonia Enriqueta, a la que iba en bicicleta todas las mañanas. Un día, estaba con sus amigos en una esquina donde ensayaba los miembros de Iqui Balam y faltaba un integrante para una obra. Miguel le invitó a participar. Se trataba de una obra sobre enfermedades de transmisión sexual: “Y yo era un linfocito, jaja, eso era lo que tenía que hacer y era fácil”, recuerda.

Pero Iqui Balam se convirtió en su familia. Varios recuerdan hoy la misma escena para ejemplificar aquella fraternidad: Un día en el que miembros de una de las pandillas llegaron a buscar a "Maskota" durante un ensayo y todos los compañeros de Iqui Balam hicieron un círculo rodeándole, para protegerle. Otras veces, llegaban a buscarle y mientras sus compañeros entretenían a sus persecutores, él salía por la ventana. Él sin embargo, resta importancia a la época de violencia que vivió durante sus años de adolescente.

—No se podía estar. Si te vestías formal eras homosexual, si te vestías de negro eras rocker, si te vestías flojo eras marero y no podías estar. Te obligaban a pertenecer a una pandilla. Sos o no sos, —dice ahora el reconocido clown, "Maskota", sentado en un banco del parque San Sebastián y acompañado de Sativo, su perro salchicha color canela.

Abner Paredes, defensor de la Juventud de la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH), quien acompañó el proceso de Iqui Balam desde el año 2000, a través del Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH), afirma que el proceso violento que sufrieron los jóvenes de este grupo era la cotidianeidad de los muchachos en este tipo de lugares y agrega que Iqui Balam funcionó para ellos como “un escudo de protección”. “Circularon listas negras, los amenazaban. Pero no por ser del grupo, no por ser mareros. Era el contexto normal hacia todos los jóvenes de Alioto. Y no solo del Alioto”, explica.

* * *

—¿Fue encontrar un sustituto a la pandilla? —se le pregunta a Ángel Cañas.

—Eso es, sólo que es al revés. Son los chavos que están en las pandillas los que encuentran en la pandilla un sustituto a todo lo que deberían de tener, no fui yo el que encontré el sustituto sino que estaba en el sustituto equivocado, y me di cuenta de cómo es la vida en realidad. 

Aquel espacio, aquel respiro que se constituyó como una familia, como la válvula para escapar de la violencia; aquel lugar de creación empezó a ser reconocido en el barrio; y afuera de éste. Nadie pensó que el éxito y el reconocimiento traían consigo el germen de la destrucción.

 

Sigue leyendo la segunda parte. "El ascenso y la caída".

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