Así lo señala en entrevista sobre el proceso que inició en contra de un grupo de exguerrilleros que presuntamente lo secuestró en los años ochenta. De la hipocresía, al cinismo: a tal punto hablan desde las vísceras, que no les importa declarar abiertamente que es un asunto político, que a ella le apuntan “por el amor de Dios” debido a la “cacería de soldados” que lleva a cabo. Me refiero a ellos en plural, porque está claro que Méndez Ruiz no actúa solo. Él mismo admite que iniciar este proceso no ha sido algo improvisado, sino que lo han trabajado junto con oficiales retirados de inteligencia, de otras especializaciones y en servicio activo.
Yo no creo posible estar en contra de la petición (o el sueño, más bien, considerando la raquítica condición de nuestro sistema de justicia) de que se juzguen todos los crímenes de la guerra. Pero de eso, a validar ciertas equivalencias manipuladoras que se hacen entre hechos históricos de distintísimo calibre, hay mucho trecho. Me parece obtuso que para “compensar” en justicia se tenga el atrevimiento de equiparar secuestro con genocidio. Y, si a eso añadimos que la acusación se admite como un ataque directo y calculado hacia la Fiscal para que detenga la persecución penal contra militares, no puedo dejar de pensar en este escenario como una parodia bastante grotesca de la justicia.
¿Que lo que quieren es que se pondere la historia? De acuerdo. Aunque me pregunto si están conscientes de lo que piden, ya que ponderar la historia implica partir de la (repetida hasta el cansancio) asimetría en las responsabilidades criminales: el Ejército de Guatemala cometió un 93% de las masacres, la guerrilla cometió el 3%, y del 4% restante no se ha logrado determinar la responsabilidad. El Ejército, con la logística, el armamento, los servicios de inteligencia y una maquinaria represiva instalada hasta la médula del temor y el silencio de la sociedad, representó al Estado y eso agrava su participación. Ponderar la historia significa dirimir responsabilidades a partir de la medida y el impacto de las acciones de las partes en el conflicto. Ponderar la historia en este caso significa poner en su justa dimensión la masacre de miles de guatemaltecos históricamente considerados inferiores, frente al secuestro de otro guatemalteco que tiene la fortuna de haber sobrevivido, contar su historia y no ser un número más entre los casos registrados por los informes de la verdad.
La evidente alergia que Claudia Paz y Paz produce (¿a quiénes?) es una contundente muestra de que las cosas están cambiando. De que los cimientos de este país comienzan a temblar. De que el autoritarismo del que nos atiborramos en Guatemala comienza a hacer corto circuito desde dentro del mismo sistema que lo legitimó durante años. Y para mí que es hora de respaldar públicamente el trabajo de una Fiscal General que, como nadie antes, ha procurado poner en movimiento los paralíticos engranajes de un sistema de justicia copado por las mafias y los históricos poderes de facto en el país.
Yo repudio la violencia del pasado contra civiles inocentes y repudio su muerte. Repudio las causas del conflicto, que permanecen intactas, y causan hoy un renovado sufrimiento. Y con la misma fuerza que anhelo justicia por ello, y con la misma fuerza de mi desconfianza hacia la clase política del país que ha deslegitimado la arena de lo público, me congratulo porque una funcionaria pública asuma su trabajo con la coherencia y compromiso practicados a lo largo de su vida.
Yo no me resigno a que sea la historia quien juzgue a los violadores de derechos humanos. Tampoco me resigno a los actos de perdón entacuchado e hipócrita. Creo que grano a grano se puede sembrar la justicia y el mensaje de la no repetición. Y que como ciudadana común y corriente, lo mínimo que puedo hacer es alzar la voz para respaldar el trabajo de un equipo que está comenzando a dotar de contenido la institución, ese pedacito de arena pública que se depositó en sus manos hace un tiempo. No puedo imaginar los obstáculos que estén teniendo que sortear la Fiscal General y su equipo en el desafío de poner a funcionar una institucionalidad copada por mafias y poderes fácticos. Y si por esa causa ella está siendo atacada abiertamente con todo lujo de publicidad, hay que respaldarla. Por el fortalecimiento de esa institucionalidad, y porque creo que no podemos darnos el lujo de retroceder. Ya no, a estas alturas.
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