En el tiempo que ha pasado desde entonces, la Unión Europea no ha sido capaz de reponerse del golpe. A muchos, los cinco años desde que se atisbaron los primeros indicios del desastre se les están haciendo interminables y más que se pueden hacer, porque, apremiada por las circunstancias, Europa ha afrontado una remodelación profunda de sus estructuras e ideas, que puede marcar su futuro por mucho tiempo. O no, quien sabe. Quizás se quede en nada comparado con lo que llegue después. En estos días es difícil hacer vaticinios.
En realidad, ya lo era en 2007. Al poco de reventar la burbuja estadounidense, la Comisión Europea decía: "los fundamentos económicos en Europa son sólidos y no hay preocupación inmediata de que el crecimiento y el desarrollo económico europeo se vean afectados de manera grave y sostenida por esta situación".
Ahora sabemos que la Comisión se equivocaba, claro. O que no quería alarmarnos, por aquello de respetar las vacaciones de verano. Sólo algunos datos, para ver cómo han cambiado las cosas. En junio de 2007 -antes de aquel movido verano- el paro en la zona euro era del 6,9%. En junio de este año, cerca del doble, 11,2%.
¿Y en España? El paro ha pasado en cinco años del 8 al 24,8 %. ¿Y nuestros bancos y cajas? Hemos pasado del sistema financiero "más sólido" del mundo a pedir 100.000 millones de euros para mantenerlos a flote.
En cinco años Europa ha dejado de tener esos fundamentos económicos de los que hablaba la CE para ser un gigante con pies de barro. Después de una primera recesión la eurozona se asoma ahora a una segunda, con unos cuantos mensajes atolondrados anunciando el fin de la crisis entre medias. Lo hace arrastrada por las dudas sobre el futuro de la moneda única y un buen puñado de sus miembros, dudas que como ya nos han explicado a todos se reflejan en la prima de riesgo española, que bordea los 500 puntos. Hace cinco años ni siquiera sabíamos lo que era. Si alguien tiene curiosidad, estaba en 12 puntos.
Europa seguirá intentando sacudirse todas estas angustias económicas en septiembre -sí, la imagen del mal estudiante-, empezando por el atolladero griego y continuando con los peligrosos males de España. Parece poco probable que tenga éxito, al menos a corto plazo. A pesar de ello, es de esperar que, antes o después, salgamos de esta.
Para entonces, Europa será ya un sitio bastante diferente. No hará falta que se cumplan los peores augurios (por ejemplo, que Grecia termine por salir del euro y se desencadene una ola que nos arrastre a todos). Incluso si hoy, por arte de magia, volviese la calma, pronto nos daríamos cuenta de que la UE tiene poco que ver con la de agosto de 2007. La transformación forzada por la crisis ha sido ya mucho más radical que la introducida por cualquier vía más o menos organizada, incluido el Tratado de Lisboa, aprobado precisamente hace algo menos de cinco años.
En lo económico, la necesidad ha unido a la eurozona más de lo que nadie había imaginado y ha dado a Bruselas un poder con el que nunca había soñado. Al mismo tiempo, todos esos cambios no han hecho más que abrir la vía para muchos otros: unión bancaria, unión fiscal, una supervisión financiera mucho más estricta... Esas cosas que quizás deberían haber estado ahí desde un principio. Algo es algo.
De todo esto saldrá una zona euro más fuerte, o no saldrá. Algunos autores hablan ya del "fin del sueño europeo". Yo apuesto a que se equivocan. Sin embargo, si por sueño europeo uno habla del modelo de sociedad, de lo que nos toca a todos más directamente, puede que tengan razón. Mirados con algo más de perspectiva, es probable que estos años de penuria económica queden grabados como el principio del fin del Estado del bienestar generalizado en Europa a partir de mediados del siglo XX y sobre el que se construyó la UE. En muchos casos los ajustes presupuestarios ya se han hecho notar. En otros llevará algo más de tiempo. Pero si muchos ya veían antes de la crisis el sistema como insostenible a largo plazo, ahora han encontrado el momento perfecto para revisarlo a conciencia.
Con todos sus defectos, que los tiene, el modelo de bienestar ha hecho de Europa durante décadas el lugar del mundo donde mejor se ha combinado prosperidad con solidaridad. Un lugar donde prácticamente todo el mundo ha podido estudiar y tener acceso a una sanidad de calidad. El sitio en el que a muchos nos gustaría vivir. Perderlo para las generaciones que vienen sería una de las grandes tragedias de la crisis. Si hay que salvar algo de la tormenta, que sea lo bueno.
Un día todo este mal sueño se terminará, eso seguro. La cuestión es saber en qué condiciones saldremos de él. En 2007, cuando aprobó Lisboa y todavía no era consciente de la que se le venía encima, la UE hablaba aún de convertirse en la economía más potente e innovadora del mundo, de acabar con la pobreza en el continente y de multiplicar su influencia exterior. Hoy, creo que muchos nos conformaríamos con mantener lo que teníamos entonces. O incluso un poco menos. Las cosas pueden cambiar mucho en cinco años. Si no, pregunten por aquí.
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Mario Villar, subdelegado de la Agencia EFE, en Bruselas.
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