Y, como cabe esperar de los santos, estos hacen milagros sobre todo si sus devotos se los piden con el necesario fervor. Evita Perón, el Che Guevara, Néstor Kirchner hacen parte de esta selecta cofradía. El libertador Simón Bolivar, que en la tradición colombiana ha sido inspirador de los sectores conservadores, ha sido convertido, con casi dos siglos de retardo, en paladín de la revolución socialista del Siglo XXI.
El caso más notable de santidad laica, sin embargo, lo constituye el Presidente Chavez quien no ha necesitado morir para comenzar a hacer milagros. Como lo ha declarado el Vicepresidente Maduro, su vicario en tierras venezolanas, ahora "tú, yo y todos somos Chavez". Una maravillosa transposición de entidades que mucho se parece al panteísmo que algunos pensadores cristianos postularon en la Edad Media, audacia esta que, como corresponde, fue en su momento corregida por el fuego sagrado de la Santa Inquisición.
El Tribunal Supremo de Venezuela, dominado, como se sabe, por el Chavismo, ha realizado el necesario aporte para convertir la posesión del Presidente Chavez -que ha debido suceder en la fecha impostergable del 10 de enero- ante la Asamblea Nacional o, de no ser ello posible por cualquier razón "sobrevenida", ante el Tribunal Supremo, en una mera "formalidad" que se puede realizar en cualquier otro momento. Y como, además, Chavez cuenta con un permiso a término indefinido para ausentarse del cargo, Maduro puede continuar en el ejercicio del mando "sine die" o, si prefieren, "hasta que San Juan agache el dedo".
Sin embargo, lo probable es que la muerte del Presidente Chavez se produzca de un momento a otro generando vacante en la Presidencia, lamentable episodio este que, de acuerdo con la Constitución de Venezuela, obligaría a que se realicen elecciones dentro de los 30 días siguientes. Cabe preguntarse si las huestes Chavistas, que igualmente controlan la Asamblea Nacional, resuelven aprobar un "articulito" para obviar la "formalidad" de las elecciones y disponer que Maduro -que para ello está maduro- ejerza la presidencia por todo el sexenio.
No creo que lo hagan. Su éxito en esas elecciones estaría garantizado. El señalamiento de Maduro por Chavez como su sucesor, el impacto popular de la muerte del caudillo, el respeto del sector del Chavismo que aglutina Diosdado Cabello a esa designación testamentaria, el evidente atropello a la Constitución que significaría prescindir de las elecciones, determinan que sería torpe pasarlas por alto.
Las tribulaciones vendrán después y serán de tipo económico. La economía venezolana creció el año pasado a la estupenda tasa del 5%, una de las mejores de la región, gracias al torrente del gasto público que se destinó a "aceitar" la reelección de Chavez. Como inevitable consecuencia de esta determinación, el déficit fiscal del año pasado será cercano al 15% del PIB, cifra que se ha traducido en emisión monetaria carente de respaldo, mayor inflación, controles de precios y crecimiento del mercado negro. Todo esto golpea al pueblo raso pero ayuda a enriquecer a los "boliburgueses" que convergen en torno a Cabello.
De otro lado, el petróleo, que es el motor de Venezuela, se encuentra seriamente averiado. Mientras en el 2001, por ejemplo, la producción de crudo era de 3 millones de barriles diarios, en el 2010, a pesar de los anuncios reiterados del gobierno (tan parecidos a los que aquí se dan sobre el comportamiento del café), apenas llegaba a 2.3 millones. Los precios, de otro lado, han caído siguiendo una tendencia de mediano plazo asociada al bajo dinamismo de la economía mundial. Por último, los avances de Estados Unidos hacia el autoabastecimiento obligan a Venezuela a sustituir un cliente que le compra casi la mitad del carburante que exporta.
Como efecto inevitable de estos factores, la economía de la muy bolivariana república apenas crecería este año el 1.4%, cifra que, por estar por debajo del crecimiento vegetativo de la población, se traducirá en una contracción del ingreso por habitante. Nada hace pensar que Venezuela salga pronto de este ciclo declinante. Para hacerlo tendría que devaluar el bolívar, subir los impuestos, aumentar la inversión en el sector de hidrocarburos y reducir el gasto estatal, medidas todas estas impopulares y difíciles de tomar en este momento.
Desde el punto de vista de Colombia, la mala situación de Venezuela se traduce en bajas exportaciones, la extinción, en la práctica, de las remesas de los residentes colombianos a sus familias en nuestro territorio, y bajo dinamismo económico en las zonas de frontera. Todo esto agrava el desempeño mediocre de nuestra economía, cuestión que reservo para próxima ocasión.
* Publicado originalmente en La Silla Vacía, 11 de enero
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