Según una encuesta reciente, el 67.3% de los colombianos no creen que las negociaciones culminarán en un acuerdo. Peor aún: casi el 67% de nuestros compatriotas piensan que las FARC no tienen un interés serio en cesar el conflicto armado.
De este modo, si mañana se llegare a un acuerdo, sería casi imposible implementarlo, bajo el supuesto de que se requiere, como es indispensable que suceda, la expedición de normas por el Congreso. Sencillamente, los parlamentarios votan, en su gran mayoría, en función de lo que piensan los ciudadanos, no de sus propias convicciones. Pasaría aquí lo mismo que sucedió en Guatemala: que el acuerdo nacería muerto.
Vale, pues, la pena intentar una explicación de lo que ha sucedido; y exponer algunas medidas que podrían ayudar a que cambie el clima de opinión pública.
Comenzaré por lo más obvio y, tal vez, más grave. Estamos tan acostumbrados a la violencia endémica que nos resulta difícil tomar conciencia de los beneficios que traería el fin del conflicto. Nos pasa lo mismo que a quienes viven a la orilla de un torrente, que no perciben el ruido que lo acompaña. Sucede, sin embargo, que somos uno de los pocos países del mundo -el único en América- en donde todavía persiste un conflicto armado interno.
Cierto es que el conflicto ocurre en la "periferia", no en las principales ciudades, pero no somos conscientes de que afecta al 10% de la población -más de cuatro millones de personas- casi todas de modesta condición económica.
Muchos tenemos un contacto virtual con la guerra, que es, para amplios sectores de la población, apenas un segmento de los noticieros de cada noche. Tendemos a olvidar que los muertos, mutilados y desplazados son reales, así nuestras familias y nosotros no tengamos mucho que temer. En fin de cuentas la tasa de homicidios de Bogotá es más baja que la de Washington. Y no nos percatamos de que el gasto público en seguridad dobla al promedio de la región. Si pudiéramos reducirlo, digamos, del 6% al 3% del PIB, liberaríamos recursos para la educación, por ejemplo, cuya deficiente calidad garantiza que la pobreza se transmita de padres a hijos.
Se requiere, pues, una intensa pedagogía sobre los dividendos que el fin de la confrontación traería. Infortunadamente, el gobierno, que es a quien corresponde el liderazgo, no ha hecho la tarea. La voz que domina, a pesar de declaraciones saltuarias de Santos, de la Calle y Carrillo, es la del Ministro de Defensa denunciando los actos violentos de las FARC. Hace caso omiso de que hemos decidido negociar en medio del conflicto, y que, por lo tanto, no es posible exigir que haya paz para negociar... la paz.
En la memoria colectiva está presente el descalabro del proceso del Caguán. Cierto es que finalizó hace más de 10 años, pero también que durante los ocho años del gobierno de Uribe nunca se cesó de culpar -con toda razón- a las Farc por su fracaso. No es tarea sencilla cambiar el disco duro a la gran masa de los colombianos, para que en vez de ver en frente nuestro a esos "bandidos y terroristas", los aceptemos como interlocutores políticos.
Por este motivo, las posiciones maximalistas de la dirigencia guerrillera le hacen daño a los prospectos de paz. No pude verificarlo en el portal de las Farc, pero creo recordar que una de sus propuestas recientes consiste en que en unas zonas de reserva campesina, de las que se está hablando en la mesa habanera, sus autoridades tendrían total autonomía. Se trata, si entiendo bien, del mismo objetivo de los años sesenta -la creación de repúblicas independientes- no ya como consecuencia de la derrota del Estado sino por acuerdo con sus representantes.
Según una lógica castrense elemental, es preciso arreciar el despliegue de fuerza antes y durante la negociación de un eventual armisticio. Esta teoría no funciona respecto de la guerrilla como consecuencia del casi nulo respaldo político del que goza. Ciertas acciones, como la muerte "en combate" de unos policías, o la toma de unos soldados como "prisioneros de guerra", son vistos como asesinatos y secuestros por la mayor parte de la población. Así no se haya pactado un cese de hostilidades, un nuevo atentado como el del Nogal daría al traste con las negociaciones.
Sería absurdo pretender que las Farc decreten una nueva tregua unilateral; tampoco parece posible una de carácter bilateral por las insuperables dificultades que su verificación plantea en un territorio tan vasto como el nuestro. Pero, tal vez, haya que imaginar una línea media para reducir la intensidad de la confrontación y excluir cierto tipo de acciones que, por la reacción airada que generan en la ciudadanía, pueden aniquilar el proceso.
La negociación en curso es, de modo nominal y en apariencia, bilateral: entre los voceros del gobierno y de la subversión. La verdad es más compleja. El Gobierno tiene que negociar, de modo simultáneo, con otros estamentos del Estado y de la sociedad civil. Esta circunstancia explica que hagan parte del equipo negociador oficiales en retiro y un destacado dirigente gremial. Pero esto no es suficiente.
A estas alturas del partido, por ejemplo, se deberían haber realizado sesiones en el Congreso para que sus integrantes, que necesariamente tendrán que ser involucrados en la instrumentación de los acuerdos, reciban, desde ahora, adecuados elementos de juicio. Mantenerlo al margen es una manera de dilapidar un capital político que será indispensable.
* Publicado en La Silla Vacía, 20 de febrero
Como se recordará, antes de que fueran de conocimiento público los diálogos en Cuba, a instancias del gobierno se expidió el llamado "Marco Jurídico para La Paz", un conjunto de principios de justicia transicional para hacer posible que la dirigencia guerrillera pueda firmar el fin del conflicto sin irse a la cárcel por el resto de sus días. Se trata, como digo, de principios, no de reglas. Estas tendrían que provenir de una ley estatutaria cuyo trámite es imposible en menos de un año.
Como no resulta factible esperar a que el acuerdo esté listo, o casi, para presentar esas normas al Congreso, y sentarse a esperar durante largos meses a que este decida, me parece que el gobierno tiene que jugarse entero ya. Para triunfar, Presidente, hay que arriesgar.
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