Correa está en su segundo mandato como Presidente, y ha dado a su país no sólo estabilidad política sino, sobre todo, estabilidad económica y desarrollo social.
Con una vida política más que inestable dado el casi permanente conflicto entre facciones de la élite económica, Ecuador, que social y culturalmente talvez es el país del sur de América que más se parezca a Guatemala, durante todo el siglo XX no tuvo largas dictaduras sino permanente conflictos entre sectores de su élite económica que condujeron a que muchos de los presidentes electos no llegaran a concluir su mandato. La última de esas crisis explotó en 1997, cuando el ya maltrecho sistema político ecuatoriano estalló en pedazos llevando a la destitución del presidente Bucaram, apenas un año después de haber sido electo. Ni Mahuad (1998) ni Gutiérrez (2003) electos posteriormente lograron completar tampoco sus períodos. La corrupción, el tráfico de influencias, acompañados del desmantelamiento de los industrias públicas en beneficio de transnacionales empobrecieron fuertemente al país, deslegitimándose todos aquellos grupos que hicieron del Estado instrumento para enriquecerse. El activo y beligerante movimiento indígena, al apoyar intensamente a Lucio Gutiérrez, con su debacle no pudo recomponerse como factor de poder, por lo que cuando en 2006 Correa surge planteando la recomposición del Estado no lograron acompañarle de manera decidida.
Rafael Correa no sólo gana las elecciones presidenciales de ese año sino, amparado en la legitimidad y claridad de sus propuestas, en 2007 su organización política arrasa en las elecciones para Asamblea Constituyente, con lo que el texto constitucional viene a ser la esencia de su propuesta de gobierno. Si bien su período debería concluir en 2011, la nueva Constitución estableció que todas las autoridades con cargo de elección debían ser ratificadas, por lo que en 2009 se somete de nuevo a un proceso electoral en el que sale triunfador (56%) en el primer turno. Como esa Constitución permite la reelección, Correa es de nuevo electo por otra abrumadora mayoría (57%) en 2013, para un período que concluye en 2017.
Nadie que conoce Ecuador puede negar que todos los procesos electorales ganados por Correa han sido transparentes y altamente competitivos. Simpatizan con él los distintos sectores, siendo criticado solamente por un reducido sector de la izquierda y la derecha radical, quienes en el último evento electoral creyeron que llegando a un segundo turno podrían condicionar su apoyo para acelerar o frenar determinadas reformas, según el caso, pero fueron vencidos todos juntos ya en el primer turno.
La Revolución ciudadana es un proceso más de carácter social cristiano –sin la demagogia religiosa– que socialista, con el ciudadano en el centro de todas las acciones, sin por ello dejar de lado los criterios de competitividad e iniciativa privada. No ha entrado en conflicto con las élites económicas, pero lo que si es cierto es que éstas han dejado de pugnar entre ellas para apropiarse del Estado para su particular beneficio, teniendo que convivir con una clase media que cada vez crece y se consolida más.
Con un marcado propósito nacionalista, Correa es en realidad el fiel de la balanza entre los proyectos más radicales de la izquierda suramericana (Venezuela y Bolivia) y los más moderados (Brasil, Argentina, Chile). A diferencia de Chávez y Morales, no es un asiduo visitante a La Habana, pero también le tienen sin cuidado los desplantes y las presiones de Washington.
Sus políticas han puesto el énfasis en los derechos ciudadanos: justicia, salud, educación, trabajo, y el resultado es que si para 2005 el Índice de desarrollo humano -IDH- era de 0,687, apenas dos centésimas arriba del de Guatemala (0.663), para 2013, cuando las mediciones han sido más ajustadas y estrictas, Ecuador aparece con un IDH de 0.711, mientras Guatemala ha caído a 0.628, mostrando ahora una diferencia de ocho centésimas. Esto significa que se ha reducido significativamente la brecha en escolaridad y mortalidad infantil, además de que los índices de desnutrición infantil se han llevado al mínimo. Si hace diez años, los ecuatorianos vivían casi en iguales condiciones que los guatemaltecos, ahora objetivamente viven mucho mejor.
Quiérase o no aceptar el estilo y forma de gobernar del Dr. Correa, las políticas aplicadas por su gobierno han beneficiado a gruesos sectores de la población ecuatoriana, mientras que en Guatemala la errática manera como se han impulsado, particularmente en lo que va del último gobierno, nos tienen trabados en el empobrecimiento. No por nada su gobierno gozaba en abril de este año, según la consultora mundial Mitofski, de 75% de popularidad, siendo el más popular y aceptado de todo el continente.
Sus palabras, entonces, deben ser analizadas considerando los resultados obtenidos, pero tomando en cuenta las marcadas diferencias que nos separan, pues si bien él ha tenido que negociar y satisfacer en determinados momentos los intereses de las élites económicas, lo ha hecho preservando siempre los intereses nacionales. Allá no se han regalado puertos a empresas extranjeras y se han puesto controles férreos a las empresas mineras. Talvez la gran diferencia entre nuestros países sea que allá no hubo asesinato en masa de opositores y críticos a las élites, y que éstas al final de cuentas han resultado mucho más inteligentes que las guatemaltecas al aceptar que deben ser burguesía pero no oligarquía.
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