Cuántas historias, relatos, libros, novelas, no se han escrito sobre la experiencia migratoria, de dejar la tierra conocida por lo desconocido, de verse forzado a emprender el camino, ya sea como nómadas, como refugiados, como exilados, todo por un instinto innato de sobrevivencia, o en búsqueda de condiciones de vida más dignas y de esperanza.
Uno de los libros que más me marcaron de niña fue Corazón del escritor italiano Edmundo de Amicis. Mi mamá me regaló el libro de pequeña. Creo que para ella representaba un ritual: por ella me enteré de que su padre, mi abuelo Coca, quien era un esmerado tipógrafo y gran lector, también se lo había regalado a ella. Ese libro tan lleno de sabidurías y fundamento de muchos de los valores que influyeron en mi formación, de alguna manera también fue migrando de generación en generación.
Entre los relatos contenidos en esta novela de finales de siglo XIX, escrita a manera de diario por Enrico, un alumno de primaria de la clase alta y quien convive en la escuela con compañeritos de la clase trabajadora, el que más me conmovió entonces fue De los Apeninos a Los Andes, quizás el más famoso del libro.
De los Apeninos narra la historia de Marco, un niño Genovés de trece años que se embarca y atraviesa solo el Atlántico para buscar a su mamá en Buenos Aires. Su madre había emigrado de Génova hacia la ciudad bonaerense en búsqueda de trabajo como doméstica, para ayudar a la familia que había caído en deuda, y no se tenía noticias suyas desde hacía mucho tiempo.
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Sabemos que Argentina tiene una vasta historia de migración transatlántica desde Europa, particularmente —aunque no exclusivamente— de Italia. Millares de personas del sur de Europa migraron no solo hacia Estados Unidos, sino también hacia el sur del continente. De hecho, en otro libro, Sull'Oceano de Amicis describe escenas en los buques, donde se entremezclan pasajeros adinerados y los emigrantes: «rostros y ropas de todas partes de Italia, robustos trabajadores de ojos tristes, viejos andrajosos y sucios, mujeres embarazadas, muchachas alegres, muchachones achispados, villanos en mangas de camisa».
Marco es el primer menor no acompañado que conocí por medio de la literatura. Su travesía en buque desde el puerto de Génova, sus hazañas, su perseverancia por encontrar a su madre yendo de ciudad en ciudad y confiando en gente desconocida que le tiende una mano, su confiada determinación y el encuentro final con su progenitora.
Sin saber que décadas después yo también migraría, a inicios de este siglo, conocería a otro menor no acompañado, de mano de la periodista estadounidense-argentina, Sonia Nazario. Nazario cuenta la historia de Enrique, un niño hondureño de 16 años quien también decide ir en busca de su madre que ha emigrado a Estados Unidos para encontrar trabajo y enviar dinero a su empobrecida familia. En su bestseller La travesía de Enrique, Nazario emprende el mismo trayecto del niño, desde Tegucigalpa hasta Nuevo Laredo, investigando y contando los riesgos, abusos, peligros y traumas en su camino, incluyendo el viaje en el Tren de la Muerte que atraviesa México.
Los libros de ficción y no ficción nos ayudan a entender la complejidad humana y apreciar su resiliencia, como en el caso de Marco y Enrique. O bien, nos ayudan a tratar de encontrar soluciones a nuestros problemas más apremiantes. Si la migración es el sine qua non de nuestra vida e historia y los movimientos migratorios no van a disminuir, sino incrementarse, frente al auge de los nacionalismos y demagogia de las extremas derechas que tienden a deshumanizar y simplificar, ¿qué lecturas y soluciones podemos brindar a este fenómeno intrínsecamente humano y universal?
Saludo a la Filgua por promover conocimiento y discusiones alrededor de la migración desde el placer de la lectura.
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