En los días que siguieron, las peticiones virtuales para boicotear los negocios de Trump en este país y al sur del río Grande dieron frutos: tres cadenas televisivas rompieron contratos para transmitir su programa Miss Universo, una cadena de almacenes retiró sus productos, y México, junto con El Salvador, Costa Rica y Panamá, se separaron del anticuado concurso. Una concursante bajaverapacense también se sumó al rechazo. Asimismo, organizaciones hispano-estadounidenses han recomendado distanciarse del polémico empresario vuelto político.
Sin embargo, la estrategia xenófoba del virulento Trump funcionó, y en los últimos días se ha posicionado en segundo lugar en las encuestas entre los republicanos, por debajo del exgobernador de la Florida Jeb Bush.
Ninguno de los otros candidatos republicanos de origen latino o inmigrante —Ted Cruz, Marco Rubio o Bobby Jindal— se pronunciaron en contra de los inflamatorios propósitos del magnate. Solo un candidato de bajo perfil, George Pataki, se apartó inmediatamente de Trump, mientras que Bush, cuya esposa es mexicana, esperó varios días para denunciar la demagogia y agresividad del contrincante e indicar que este no representaba los valores del partido.
Pero ¿cuáles son los valores del también llamado Grand Old Party (GOP)? Yo diría que desfasados del nuevo contexto social. Como apuntaba aquí mismo en 2012, pese a los cambios dramáticos que han ocurrido durante los siete años de la administración Obama (reforma de la salud, acciones ejecutivas proinmigrantes, normalización de las relaciones cubano-estadounidenses, matrimonios civiles entre parejas del mismo sexo, legislación a favor del salario mínimo, reactivación económica y apoyo a la clase media, entre otros), sus valores son en esencia de tipo trumpiano: conservadores, nostálgicos de la homogeneidad racial y religiosa del pasado, con una agenda que favorece las medidas de austeridad y rigor económico, negando derechos laborales y minando los avances de una sociedad más igualitaria y equitativa.
La realidad los alcanza sin querer interpretarla. Cuando despertaron, allí estaban: con casi 55 millones, la población latina es mayor que la de cualquier país latinoamericano (excepto Brasil y México) y cuenta con más hispanoparlantes que en España. En cinco lustros, la mayoría de habitantes ya no será dominantemente blanca, como es ya el caso de numerosas ciudades a lo largo del país. Su poder adquisitivo representa 1.5 billones de dólares. Y si bien una buena proporción de los hispanos no puede votar, cada año miles de estadounidenses de origen hispano llegan a la mayoría de edad.
En el tema migratorio, los republicanos buscan continuamente entrampar una reforma integral y espantar con petate de muerto a sus bases para posicionarse en las encuestas o diferenciarse de los demócratas en uno de los temas eleccionarios más candentes. Algunos recordarán cuando en la última campaña presidencial Mitt Romney explicaba que en su gobierno las condiciones de los 11 millones de inmigrantes indocumentados serían tan difíciles que estos tendrían que autodeportarse. ¿Resultado? Solo un 27 % de electores latinos votaron por Romney, en contraste con el 40 % de apoyo a George W. Bush en 2004.
Aún así, algunos dirán que los republicanos no son antilatinos. ¿Cómo —repetirán cual disco rayado—, si comparten los mismos valores de familia, trabajo y ética sobre los cuales el país fue fundado? Pero eso no fue lo que dijo Trump refiriéndose a los mexicanos y a los centroamericanos y con lo cual sus colegas no parecen disentir. Por si existiera cualquier duda, que lo repita Jon Stewart en su segmento Calumniador Gigante.
Lo que queda claro es que, aunque todavía estemos aproximadamente a siete meses de que empiece el proceso de nominación republicana, a este ritmo los latinos se volverán más antirrepublicanos. Y que se cuiden los del otro bando porque lo anterior no necesariamente motivará a los latinos a asistir a las urnas por los demócratas.
Mientras tanto, parafraseando a Zaira Lainez, ¡no más mises ni Trumps!
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