Decía que en medio de aquella debacle económica que se vivía a finales de la administración Bush, parecía que el partido también estaba llegando al final de una era. Observaba que a los republicanos se les acababa la batería y no se vislumbraban nuevos ideólogos capaces de vigorizar las bases republicanas con una nueva dirección, no solo para el partido sino para el país.
Ese año fallecía uno de los pilares del neo-conservatismo que había permeado la ideología de este partido en la era pre y post-reaganiana, William Buckley y otros tantos salían discretamente –aunque no sin controversia– de los rangos de la administración Bush (Paul Wolfowitz, Karl Rove y Don Rumsfeld). Parecía que existía entonces una correlación entre el desastre económico y el ocaso de la agenda republicana, acompañado del fracaso de la guerra contra el terrorismo, y el inconcluso debate de la reforma migratoria. El legado de George W. Bush para los republicanos, predecía, no podía ser menos catastrófico a las puertas de las elecciones de noviembre 2008. El resto es ya historia.
La pregunta pertinente hoy a escasos cinco meses de las elecciones presidenciales de noviembre 2012 es si el partido republicano logrará revertir la historia, amparado en el éxito obtenido en las elecciones legislativas de medio término en 2010, cuando recuperó varias cámaras de legislaturas estatales y la cámara de representantes en el Congreso.
Sigo sosteniendo como hace cuatro años, que los republicanos se encuentran ante nuevas tendencias y actitudes que no aplican necesariamente a la nueva realidad social estadounidense, y este es su tendón de Aquiles. Times Magazine anotaba entonces que los cambios demográficos (más jóvenes con mayor educación) y de relajamiento en la percepción de temas sociales y religiosos (menor ansiedad en temas como el aborto y el homosexualismo, y mayor preocupación en asuntos como la pobreza o el medio ambiente) caracterizaban a esta nueva población, por ende más proclive a votar independiente o demócrata.
Hoy algunas encuestas siguen mostrando la misma tendencia. De acuerdo a una encuesta Gallup sobre moralidad publicada recientemente, los independientes se asemejan más a los demócratas en cuestiones de índole moral. Ambos tipos de partidarios suelen ser más permisivos que los republicanos en una serie de temas: divorcio, relaciones sexuales premaritales, el uso de la píldora, el matrimonio entre personas del mismo sexo, investigaciones sobre células madre y el aborto, entre las principales. Dado que la sociedad estadounidense se vuelve menos religiosa, más diversa y más abierta en cuestiones morales, sería contraproducente para el candidato republicano, Mitt Romney, seguir invirtiendo en mensajes que se centren en algunos temas ya superados (como los derechos reproductivos de las mujeres); los inmigrantes (siendo el voto hispano indispensable en algunos Estados clave), o el matrimonio igualitario, tema que avanza como marea, incluso en círculos corporativos a los cuales Romney pertenece.
En el horizonte lejano, más allá de las elecciones, la moderación que prevalecía en el partido y que incluso convencía hasta antes del 2008 a segmentos importantes como el hispano (cuyos valores como la ética en el trabajo, valores familiares y empresa, se asemejan a los republicanos) se erosiona, con lo que se vislumbra un desgaste del partido para responder a los retos de una sociedad global y abierta, al tiempo que abona a una polarización política persistente entre los dos partidos principales. La tendencia, según analistas, es que si bien ambos partidos se han distanciado del centro de sus respectivos idearios, el partido republicano es más proclive hacia posicionarse en el extremo, volviéndose más conservador, lo cual no refleja ya al conjunto de la sociedad estadounidense.
Si los resultados de las elecciones hoy mismo reconfirman al gobernador republicano Scott Walker en Wisconsin (quien el año pasado firmó una controversial ley que elimina el derecho a la negociación salarial de los sindicatos públicos, lo cual resultó en la recaudación de un millón de firmas ciudadanas para estas elecciones extraordinarias), se delinearían los intereses en juego en el corto plazo y algunos rasgos de la agenda republicana del futuro: más conservadora, nostálgica de la homogeneidad racial y religiosa del pasado, favorecedora de medidas de austeridad y rigor económico, negando derechos laborales y minando los avances de una sociedad más igualitaria. Veremos en el otoño, cómo los electores ponderarán lo anterior al tenor de la nueva realidad social.
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