No se nos ha terminado la indignación por el latrocinio en la SAT, por el encubrimiento propio y ajeno en los niveles más altos del Gobierno. Y sin embargo hace ratos que la jauría política brota pavlovianas babas sin esperar la señal de inicio de campaña del Tribunal Supremo Electoral (TSE), el pobre tribunal que, como enclenque auxiliar de perrero, nunca logró contener la canalla que latía frenética y escasamente alcanzó a hacerse a un lado para que no lo atropellaran en el arranque. ¡Dinero, dinero, dinero!, ladran desenfrenados mientras se lanzan a cazar la liebre: los votos de aquellos ingenuos ciudadanos que, agazapados en la supervivencia, siguen sin enterarse de que el único plato en el menú, tanto de perros como de perreros, es guiso de conejo.
¿Dramático? Quizá. Pero sirva para llamar la atención. Los políticos y sus partidos —la clase política entera— son como lebreles, perros de presa que deberían servir al cazador. Tendría el perrero que sujetarlos para que en medio de la algarabía hicieran la voluntad del amo, no para que se queden con la presa. Sin embargo, aquí la clase política escapó del control. Debería ser un instrumento para la democracia, que formula propuestas y que en perseguir votos detecta preferencias de los ciudadanos. Pero se tornó en depredador al anteponer la satisfacción de su voracidad a los intereses y las necesidades de la mayoría. Las propuestas desaparecieron de sus agendas, sustituidas por meras ocurrencias (educación bíblica obligatoria, válgame Dios) y sandeces demagógicas (vamos al Mundial: ¡qué golazo!). Se acostumbraron a comprar los votos e ignorar las preferencias. En este mundo al revés, los perreros —enclenques como el TSE o cínicos como algunos magistrados y jueces de casa grande y moral chiquita— se tornaron en lacayos del perro. La administración pública fue el nido en que se revuelcan, y la ciudadanía nos convertimos en el conejo asustado.
Pero los ciudadanos nos hartamos. Y mientras el conejo está destinado a huir siempre, nosotros podemos cambiar de papel. Y lo hemos hecho. Como dueños soberanos de la perrera tiramos de la cadena, ¡duro!, el 25 de abril. Tiramos de la cadena el 1 y el 2 de mayo. Tiramos de la cadena en el Palacio Nacional y volveremos a tirar cuantas veces haga falta hasta que las bestias hagan caso.
Ahora, querida lectora, querido lector, entendamos la coyuntura. Más que el destape de una vulgar rueda de ladrones de aduanas, que ya es bastante, vivimos hoy una puesta sobre aviso a toda la clase política. #RenunciaYa no es un capricho. Es un mandato. #NoTeTocaBaldizon no es encono contra un candidato, aunque su idoneidad para la presidencia sea tan sospechosa como espurio es su doctorado en leyes. Lo que la ciudadanía está gritando es que nos hemos cansado de la mentira como forma de conquistar el voto, como forma de gobernar.
En adelante, mientras piensa sus consignas para la siguiente manifestación, al ponderar si votar vale la pena, reflexione que la tarea mayor es someter a la clase política, sujetarla a nuestra voluntad. Primero debemos reformar los procesos de campaña y elecciones. A los candidatos y sus huestes no deben alcanzarles las gorras y el almuerzo de un domingo para convocar apoyo. Deben presentar propuestas de política y programas concretos.
Segundo, castiguemos el incumplimiento de las ofertas. La cotidiana traición de la palabra empeñada no es una forma aceptable de hacer gobierno. Al mandatario que incumple sus promesas de campaña y abusa de su mandato, justo es que se le exija la renuncia. A este y a cualquiera que lo siga.
Finalmente, no toleremos que hacer gobierno sea igual a hacer fortuna. Entran como pobres y salen como millonarios luego de saquear el fisco. Peor aún, con el enriquecimiento ilícito abren la puerta por la que entran la injusticia y los intereses particulares comprando la voluntad sobornable. Acabemos con el argumento de que, en nombre de la privacidad, el candidato quiera escudar sus bienes del escrutinio público.
Si hemos de pasar de las manifestaciones a las mejoras, es imperativo insistir en puntos operativos concretos. Actualizar la Ley Electoral y de Partidos Políticos, exponer y penalizar el enriquecimiento ilícito y monitorear y castigar el incumplimiento de compromisos de política son puntos que se perfilan ya en una inescapable agenda de reforma.
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