Todavía no se aclara si ese viajecito a la sede vaticana formaba parte de la gira oficial por Europa. Una gira en la cual, para no desentonar con sus antecesores, derramó veneno contra el movimiento de derechos humanos, como herramienta para lavar la cara del gobierno al cual representa. En la mezcla de actividades en su encuentro con el jefe de la Iglesia católica, el canciller indicó haber pedido intervención del Pontífice en favor de los migrantes guatemaltecos.
Prensa Libre del 7 de marzo, cita al canciller quien habría dicho: “Tuvimos una reunión con el secretario para las Relaciones con los Estados de la Santa Sede, Dominique Mamberti, con quien tratamos dos temas: por una parte le planteamos la necesidad de que el Papa pueda dar más atención a los problemas de los migrantes en Estados Unidos”.
Una petición que podría parecer positiva si no viniera de quien la hizo: el responsable de la diplomacia guatemalteca, el jefe de las oficinas consulares de nuestro país, el encargado de la política exterior. En fin, el hombre, a cargo de la oficina de gobierno que tiene la responsabilidad de velar por los intereses de todas y todos los connacionales en suelo extranjero.
Y las y los migrantes guatemaltecos que son expulsados por este sistema excluyente y violento, que intentan atravesar el minado territorio mexicano, son compatriotas nuestros en suelo extranjero. De acuerdo con estimaciones de entidades que trabajan con población migrante, cerca de 400,000 centroamericanos intentan recorrer de sur a norte, el inhóspito terreno de nuestro vecino del norte. Veinte de cada cien son guatemaltecos. Es decir, 80 mil paisanos (la población de Fraijanes y San Pedro Sacatepéquez, junta), intenta llegar a Estados Unidos, por tierra mexicana.
Un camino que parece terreno minado por la cantidad de peligros que enfrentan. Situaciones que llevan, como caso extremo, la muerte o desaparición de migrantes. Cálculos de la comunidad de organizaciones de derechos humanos que auxilian a los migrantes, estiman en 20,000 el número de desaparecidos en tierra mexicana. Fenómeno que se ha manifestado más fuertemente en los últimos años y que responde a la acción criminal de, entre otros, el llamado cartel de los zetas. Los mismos que el Canciller afirmó que habían sido expulsados de Guatemala.
Pues bien, dicha estructura ha encontrado en el secuestro extorsivo y masivo de migrantes, un nuevo giro económico. De tal magnitud que puede representarle un ingreso cercano a los 50 millones de dólares por año, en virtud de los aproximadamente 20 mil víctimas de rapto. Amén de las violaciones, robos y agresiones en la ruta del ferrocarril.
Y aquí viene la incoherente acción del jefe de la diplomacia. Mientras declara a la prensa que requirió al Pontífice acción espiritual en favor de los migrantes, se cuidó muy bien de guardar silencio al respecto de su negativa a interceder ante el Estado mexicano para demandar protección. El estado vecino ha impedido por todos los medios a su alcance que se asuma la crisis humanitaria que representan las fosas en tierra azteca.
Y junto a esta actitud inhumana, nuestro saltinbamqui internacional se limitó a indicar que “Guatemala no puede pelearse con México”. Razón por la cual se saltó el charco para pedir una acción espiritual en virtud de que las acciones inherentes a su cargo no se llevarán a cabo para no pelearse con el vecino. Vergonzante abandono de la población cuyo estrato es, en definitiva, el que provee el mayor ingreso de divisas al país. Pero, en mentalidades tan púberes como la del Canciller, sólo cuentan las remesas pero no las personas que las proveen y menos, aún, aquellos y aquellas que no despiertan al sueño americano sino que se pierden en la pesadilla del trayecto.
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