Específicamente, critica a las ciencias políticas, la sociología y las humanidades por alentar una cultura que glorifica lo ininteligible, mientras desdeña el impacto y la audiencia.
Reflexionando sobre la ciencia como una vocación, el sociólogo Max Weber señalaba que los intelectuales debían pensar su actividad profesional como una suerte de servicio a fuerzas “morales”, tratando de mantener una integridad intelectual y evitar caer en análisis sesgados o partidarios, en aras de la objetividad. En el contexto guatemalteco, de vaivén y ambigüedad permanente, donde “lo único estable es la inestabilidad”, –como decía recientemente en un taller el periodista Gustavo Berganza–, ¿cuál es actualmente el papel de los intelectuales públicos para explicar y traducir a la ciudadanía el contexto, las tendencias y las claves esenciales del país? ¿Dónde están, dónde operan, cómo se acercan a sus audiencias y al más grueso de la población?
Vamos por partes. Dado el escaso aporte financiero que hay para la investigación en el país (en 2009 representaba el 0.06 por ciento del Producto Interno Bruto), me atrevo a decir que, a diferencia de los E.E.U.U., son los columnistas/articulistas y el periodismo investigativo los que están más cerca de los ciudadanos y se han dado a la tarea de tratar de suplir ese vacío en los principales medios escritos y digitales, los telenoticieros y los espacios radiales. El problema es que éstos tienden a estar concentrados en unas cuantas empresas y que la oferta coincide con una línea ideológica hegemónica conservadora de las clases medias urbanas –para también hablar en términos gramscianos–, con pocos matices para percibir y explicar la complejidad del país. El público confunde así a los columnistas (como me pasaba a mí) con intelectuales –sobre todo los que llevan apellidos rimbombantes– cuando no siempre es así.
Lo anterior no quiere decir que no existan intelectuales de peso dentro y fuera del país, en las disciplinas llamadas a dilucidar el complejo entramado de relaciones socioeconómicas y políticas, en todos los campos de las ciencias sociales y humanistas. Nombrarlos ocuparía muchas páginas. Sin embargo, me da la impresión que generalmente reaccionan en situaciones coyunturales a nivel personal o institucional (como lo vimos durante el juicio por genocidio a Ríos Montt, el cierre de CIRMA, o el recorte del período de la fiscal Paz y Paz), o alrededor de algunos temas puntuales. Sin embargo, escasamente existe un diálogo o interpretación permanentes de la realidad nacional, una suerte de intelectuales contra-orgánicos que maticen el pensamiento dominante.
Hablando sobre los distintos matices ideológicos que existen en el país, en un reciente foro organizado por este medio en su tercer aniversario, uno de los invitados mencionó que la academia no ha realizado un mapa ideológico. Si bien creo que hurgando un poco en algunos tanques de pensamiento uno lograría encontrar fácilmente ese mapa, pienso que es de urgencia efectuar un mapeo de los grupos de intelectuales en el país, quienes independientemente de sus inclinaciones ideológicas, aportan al entendimiento, acercándose a los postulados weberianos, a saber: con rigurosidad científica, conocimiento, objetividad y, (agrego yo), construyendo democracia.
Ignoro si esto se ha efectuado o está en proceso de realizarse. O si es útil. Pero me parece que identificar a los grupos dentro de distintos ámbitos, establecer relacionamientos, y encontrar puntos de coincidencia con actores sociales informados (activistas, profesionales, promotores culturales, pequeños y medianos empresarios, etc.) podría llevar a un movimiento ciudadano amplio para que, como sugiere Edelberto Torres-Rivas (el intelectual público por antonomasia), las clases medias se piensen y repitan sus hazañas, es decir aceleren la recuperación de lo público y la modernización de la sociedad. Faltaría, sin embargo, que empiecen a reconocerse como parte de una misma clase (o proyecto) y que como tal, se arme y prepare estratégicamente para el relevo generacional e histórico.
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