El documento que firmaron ha sido calificado de inoportuno, amenazante, olvidadizo y poco claro en cuanto «a quiénes se reclama con ese titular tan artificioso» (Edelberto Torres-Rivas; Plaza Pública, 18 abril 2013). Y, a tenor de su análisis, puede inferirse que se trata de un libelo al mejor estilo de los que difundía el desaparecido Movimiento de Liberación Nacional. Sólo les faltó estampar en el original aquella horrorosa cruz dagada y el lema: Dios-Patria-Libertad.
Con ese traspié, ellos y ella se unieron a Otto Pérez Molina, los veteranos de Avemilgua y otros dinosaurios quienes opinan que «el juicio por genocidio hace peligrar la paz».
La Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala reaccionó con un comunicado de prensa requiriendo mesura. De fecha 18 de abril, en su parte medular dice: «Especialmente llama la atención el campo pagado “Traicionar la paz y dividir a Guatemala” (elPeriódico, 16 de abril de 2013), pues se suman a dicha campaña algunas figuras que en otro momento enarbolaron la bandera de los derechos humanos y gozaron de la confianza de la comunidad internacional, entre ellos Eduardo Stein, Gustavo Porras, Raquel Zelaya y Adrián Zapata».
Ante tamaña declaración, vale la pena analizar circunstancias que no pueden soslayarse.
La primera, difícil de creer, es que esas cuatro personas —otrora reverenciadas—, hayan anunciado: «De consumarse, implica serios peligro para nuestro país, incluyendo una agudización de la polarización social y política que revertirá la paz hasta ahora alcanzada». Se refieren a la acusación de genocidio. ¡Oppsss!, ¿acaso no puede entreverse en ese párrafo una amenaza similar a las que lanzan los veteranos?
La segunda, aberrante y cínica, es que voceen: «La acusación de genocidio es una fabricación jurídica que no corresponde con el anhelo de los deudos de las víctimas de dignificar a sus seres queridos, de finalizar el luto inconcluso y de hacer justicia». Muy bien. Yo los invito entonces a que vengan a Cobán. Con gusto los pondré en contacto con personas del pueblo q’eqchi’ quienes, no solo testimonian lo contrario sino que luchan a diario por cerrar su duelo. En cuanto a, ¿fabricación jurídica?, ¡por favor señores!, el pueblo sufriente no es miembro de una facción izquierdista de hotel 5 estrellas. Es real, de carne y hueso, de sangre y savia que, clama justicia y anhela la paz. Ah, y tampoco es un pueblo idiota como han de creer ustedes.
La tercera circunstancia digna de ponérsele atención es atinente al comunicado de la CICIG. Estriba en el anuncio de la pérdida de confianza que estas cuatro personas se ganaron —a pulso— a nivel de la comunidad internacional. No es para menos. Haber navegado con bandera de luchadores pro derechos humanos y en este preciso momento firmar una declaración de esa naturaleza fue más que suficiente. ¡Vaya manera de desprestigiarse!
Hace algunos años, mi hija mayor me compartió su emoción en las dos o tres ocasiones en que, junto con las otras residentes, tuvo oportunidad de conversar con la Licda. Raquel Zelaya en la residencia universitaria donde vivía. Fruto de esos encuentros mi hija la tuvo —hasta el día 16 de los corrientes— como un modelo a imitar. Yo, emocionado y agradecido, la incentivaba a seguir precisamente esos arquetipos de persona: Trascendentes, honestas, dignas. Hoy, mi hija y yo, después de confirmar la firma de la licenciada Zelaya en el libelo, nos hemos visto a los ojos y, pasmados, guardado un profundo silencio. Nuestro común denominador es la tristeza.
El recién pasado 15 de abril, Jorge Mario Rodríguez, en su columna La voz de la conciencia en una sociedad corrupta (Plaza Pública), cita de Frei Betto, en su libro La mosca azul: «El poder no cambia a las personas sino sólo las desenmascara». Dicha cita —a tenor del documento de los doce—, viene como anillo al dedo a Eduardo Stein Barillas, Gustavo Porras Castejón y Adrián Zapata. De la Licda. Zelaya, por el conocimiento que a través de mi hija tengo de ella, prefiero pensar que tuvo un mal rato. Quizá, como manifestó el sociólogo Torres-Rivas, anteriormente citado: «El documento de los ex-funcionarios de Arzú no ve bien la realidad, o tal vez por ser doce, tienen un Judas que les redactó un texto breve pero con errores y equivocaciones».
De no ser así, ¡qué duda cabe!, en Guatemala, esa izquierda churrigueresca (recargada en decoración), rococó (individualista y cortesana) y ridícula, tiene harto dueño.
Más de este autor