Como la mayoría de cosas que tienen que ver específicamente con las personas, en vez de imaginar al miedo como algo exterior, lo considero como algo inmanente a la cultura y a la sociedad. Especialmente a la cultura política y económica de estas sociedades que al ser “modernas” no dejan de ser “coloniales”.
No es algo nuevo considerar al miedo como una parte central en la reproducción del mundo político. La relación de los súbditos con el soberano se basaba en buena medida en una relación de miedo a la muerte que podía causar el segundo sobre los primeros. Como dice Foucault, el derecho del soberano para exponer la vida y decidir sobre la muerte de los súbditos se asentaba también en una forma de miedo ante la amenaza que estos pudieran representar ante el primero.
De ahí que los fundadores de la modernidad localizaran al miedo en el centro de la reflexión política. Hobbes lo consideraba como un elemento fundacional de la sociedad, no solamente por el miedo que había que tener al estado de naturaleza en el cual la guerra es de todos contra todos, sino también por el miedo que se debía tener al castigo del Leviatán que encarna el Estado.
Hegel se refería al miedo (Furcht) a la muerte violenta como el peor de todos los miedos. Este miedo era en Hegel el chispazo que daba vida a la dialéctica del amo y el siervo; el miedo como negación “negatríz” que desencadena el movimiento hacia la lógica del reconocimiento y la consciencia absoluta.
Schmitt proponía que la relación fundamental para la constitución de una unidad política la constituye el antagonismo que se tiene con el enemigo a muerte. Puede uno inferir de ahí que esa declaración a muerte que daba vida a la unidad política schmittiana se basaba también en una relación de miedo.
Todos estos pensadores han situado al miedo en una posición eminentemente ontológica, en cuanto lo consideran como el elemento seminal de la gramática que desata y organiza las estructuras de la política. Es decir, uno no puede suponer que los pensadores más importantes para la cultura política occidental hayan considerado al miedo únicamente como algo paralizante, sino que lo ubicaban en una dimensión productiva.
Lo que trato de señalar es que, siguiendo a Esposito, en política moderna, el miedo ha existido más allá de su relación con la ley y el castigo. Tanto así, que es posible especular que esa metanarrativa del miedo haya sido un elemento no solo de justificación, sino constituyente de la industria de la violencia y el genocidio que recién atestiguamos en el siglo XX.
Yo considero importante (al margen del plano de generalización que hacen los teóricos sociopolíticos europeos) analizar la connotación político económica que adquiere el miedo en sociedades contemporáneas, específicamente en aquellas paradigmáticas de la “modernidad neocolonial”; sociedades como la guatemalteca, ladina, de clase media y urbana. Me interesa ensayar algunas ideas. Ideas que en este momento son aún muy preliminares.
El miedo ha de ser entendido aquí como un afecto diferente a lo que podría denominarse pulsión en términos “psicoanalíticos”. De lo que padecen los guatemaltecos (como tantos otros colonialmente modernizados alrededor del mundo) no es de lo mismo que un animal que, al sentirse amenazado, se ve obligado a sobrevivir por la pulsión de vida. Son fenómenos diferentes los que, por un lado, hacen correr a una liebre ante la presencia de un zorro y la motivación, por otro lado, que lleva a un consumidor del miedo a comprar una pistola, por ejemplo.
En efecto, el miedo no es natural, pero sí es, de algún modo, extraído de la naturaleza, como pulsión de vida, en un proceso productivo que no solo lo antecede sino que lo socializa. Lo que se extrae de la naturaleza, sin embargo, no es el miedo en sí, sino la pulsión que, al ser procesada por el trabajo, se transforma en miedo.
Entonces, ¿es plausible pensar que el miedo, al ser entendido como un afecto y no como una pulsión, es una materia prima, en el sentido que Marx le da al término? El miedo es un objeto que contiene ya trabajo “humano” acumulado. Trabajo que le ha aportado un valor determinado que puede traducirse en capital. Ese valor se suma al valor de otras materias primas que coinciden, ocasionalmente, en una mercancía específica. (Tal vez algún amigo especialista en teoría económica marxista me ayuda a mejorar esta explicación.)
Regresemos al mismo ejemplo. Una pistola contiene varios metales que adquieren valor por el trabajo que ha permitido su extracción de la naturaleza. En ella, además del valor de esos metales, está el trabajo de la producción de la pistola misma. A lo que voy es que considero que también hay un tercer tipo valor agregado en la pistola: el miedo. La relación de la pistola con el miedo produce un afecto específico en el consumidor que cree/siente ingenuamente que la función de la pistola es la de contrarrestar el miedo ante la delincuencia (ese otro afecto que llaman seguridad), antes que la generación de capital. Por eso el miedo se suma como un valor que puede haber sido creado y vendido, por ejemplo, por medios de comunicación o la industria bélica misma, inclusive. Lo que no hace el consumidor del miedo es diferenciar el momento en que lo consume directamente (cuando ve la tele o escucha a los políticos, por ejemplo) del momento en que lo consume como valor agregado. Con respecto a lo segundo, la producción en masa de pistolas se debe a una masificación de la materia prima-miedo que crea la ilusión de una demanda determinada de seguridad. Junto a la industria armamentista hay una industria de miedo. No es que haya demasiadas armas, es que se produce demasiado miedo lo que nos hace creer que necesitamos más armas. Por eso es que la demanda (de ese tipo, por lo menos) puede ser entendida como ideología, ya que conlleva la producción de afectos que han sido objeto del trabajo humano y que, falsamente, son asumidos como necesidades.
Solo preguntémonos, ¿cuántas otras “pujantes” industrias de “emprendedores” agregan ese valor a sus productos en países como el nuestro y se inventan más “demandas” y “necesidades”?
Pero bien, como digo, esta es solo una idea que estoy ensayando y detrás de ella hay un debate que me parece importante abordar.
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