Una de las primeras candidaturas anunciadas es la de Alberto Acosta, promovida por la Coordinadora Plurinacional por la Unidad de las Izquierdas, movimiento formado por una coalición que incluye la nada despreciable presencia de Pachakutik y CONAIE -expresiones del movimiento indígena ecuatoriano. Bajo el lema de rescatar el proceso de la Asamblea Constituyente de Montecristí, esta coalición marca el fin de una alianza que impulsó decididamente en 2006 el primer triunfo de Rafael Correa.
Así, antiguos colaboradores del régimen, como el mismo Alberto Acosta y Gustavo Larrea, han quedado posicionados como rivales de un gobierno del cual formaron parte en algún momento: Acosta fue presidente de la Asamblea Constituyente que redactó la carta de Montecristí y ministro de Energía y Minas, mientras Larrea fue el ministro de Gobierno durante el incidente fronterizo, en el cual tropas colombianas eliminaron a Raúl Reyes en una base militar de las FARC, ubicada en territorio ecuatoriano.
En declaraciones recogidas por El Comercio de Quito, Acosta, durante su intervención en la Asamblea que lo nominó como candidato, levantó en sus manos un ejemplar de la Constitución, mientras se dirigía a la concurrencia, diciendo: “esta Constitución es una camisa de fuerza para cualquier aprendiz de dictador”, en clara alusión al presidente Correa.
Esta situación puede resultar curiosa para un observador externo, que podría preguntarse, de manera muy válida, cómo es posible que el Ecuador del bloque bolivariano, del asilo a Assange, de las declaraciones de persona non grata a la embajadora americana y las expulsiones de los representantes del FMI y el BM, del repudio de la “deuda odiosa”, entre otras medidas, tenga la oposición interna de los grupos de izquierda.
Lo cierto es que las respuestas pueden ser varias, dependiendo de la agenda e intereses de cada uno de los grupos que forma parte de la Coordinadora. Y es que, Correa ha promovido en su Gobierno proyectos de inversión minera que lo han enfrentado con el movimiento indígena, ha negado permisos de funcionamiento a ONGs bajo la premisa de su intervención en política, y ha sostenido un ataque permanente al Sistema Interamericano de Derechos Humanos, entre otras medidas, que caracterizarían a cualquier gobierno neoliberal que se respete a sí mismo.
A partir de 2006, en América Latina hemos asistido a lo que los analistas políticos denominaron “el giro a la izquierda” de la región. La conformación del bloque bolivariano, las presidencias de Lula, Kirchner y Bachelet, alentaban este análisis que pasó por alto la intensa dinámica, atomización y divisiones internas que caracterizan a los movimientos de la izquierda latinoamericana, así como al desgaste que produce el ejercicio del poder, especialmente en marcos de debilidad institucional e inestabilidad –el Ecuador, producto de los golpes de Estado de 1997 y 2005, puede considerarse como un buen referente de esa afirmación.
Una situación semejante es la que enfrenta en Bolivia el presidente Evo Morales, parte de cuyas bases campesinas y obreras son ahora opositores de sus programas gubernamentales; al extremo que el secretario general de la Central Obrera Boliviana (COB), Juan Carlos Trujillo, en entrevista a La Razón de La Paz, señala que Morales “se ha derechizado cada vez más”. En El Salvador, el presidente Funes tiene que lidiar con las críticas a su gestión, que le llegan por igual tanto de ARENA como del FMLN, su propio partido, al cual el Presidente critica por “no entender que los cambios no se hacen de la noche a la mañana”.
Las repuestas de lo que le espera a la izquierda de América Latina, vendrán en los siguientes dos años, que serán marcados por las posibles reelecciones de Chávez y Correa. Sin embargo, entre otros escenarios, en el caso de México, el llamado a la desobediencia de Andrés Manuel López Obrador parece estar destinado a seguir el mismo destino de su impugnación a los resultados electorales, y es posible que se produzca un cambio de liderazgo, en el cual “yo soy 132”, podría convertirse en un actor interesante. Lo cierto, es que por ahora, la Coordinadora de izquierdas ecuatoriana no aparece como un sparring serio para Rafael Correa.
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