La clase media es esa zona gris en la que por un lado sus miembros se ofenden y escandalizan por parecer no tener el poder adquisitivo para ser la base del consumismo, tradiciones fastuosas como fiestas de 15 años y bodas, y lo necesario para subir peldaños de la encumbrada escala del estatus social. Abusar del teléfono celular, embriagarse los fines de semana y movilizarse en automóvil particular, son algunos estandartes sagrados de nuestra “clase media”.
Pero por otro lado, también les caracteriza endeudarse para sostener el estatus social y ofrecer resistencia feroz, peor de la que ofrecería un millonario, a contribuir lo justo al desarrollo de todos. Como guerrilla revolucionaria son cuando reciben las llamadas de los bancos por la tarjeta de crédito sobregirada, las cuentas por los servicios de telefonía, agua o electricidad, y ya no digamos cuando de pagar impuestos se trata.
Uno de los estribillos que caracterizó la polémica por la reforma tributaria aprobada al inicio del año, es que solo golpeaba la clase media y que dejaba sin tocar a los ricos. Algo que no es tan claro cuando la reforma exonera del ISR al 90% de los trabajadores asalariados, y a los que grava, lo hace con tasas sustancialmente más bajas (de 15-20-25-31%, bajaron a 5-7% sobre renta imponible); no aplicará el incremento del 5 a 7% del régimen simplificado del ISR a los contribuyentes que facturan Q 30 mil mensuales o menos; y, amplió significativamente el criterio para ser pequeño contribuyente del IVA (de Q 60 mil a Q 150 mil anuales, más exención del ISR). Tres medidas de protección para la clase media, nada despreciables por cierto.
El impuesto de primera matrícula en el caso de los importadores de vehículos usados fue también objeto de rabia. Pero cuando uno revisa las cifras, resulta que los importadores de usados vienen de un periodo de crecimiento y ganancias enormes. Pasaron de importar menos usados que nuevos (2002), a importar casi cinco veces más usados que nuevos (2009). Quien sufre tráfico, contaminación y deterioro de las calles día a día, no creo que celebre tanto esta inundación de vehículos usados, gracias en parte porque los importadores pagan menos impuestos al presentar facturas falsas o alteradas.
O qué decir del incremento en el impuesto de circulación de vehículos, señalado como un golpe a la clase media. Depende, porque si por ejemplo la recaudación adicional de esta reforma se destinara a componer el sistema de transporte público de pasajeros, urbano y extraurbano, entonces la cosa cambiaría. Sería un mecanismo muy efectivo y justo en el que quienes nos transportamos en la comodidad del automóvil particular, contribuiríamos a financiar la solución al calvario diario de la clase medida, la de verdad, que no tiene otra opción que sufrir los vejámenes de los buses. Pero cada vez que he planteado esto, surge el rostro agresivo e indignado de la “clase media”, reclamando que sean otros los que paguen, pero no ellos.
Nuestra clase media es egoísta, y ante la posibilidad de contribuir y ser parte activa de la solución de los problemas de todos, la respuesta es rechazo agresivo. Es una clase media que se maravilla ante los sistemas de transporte público en las ciudades de los países desarrollados que visitan de vacaciones, pero rechazan el hecho de que su éxito viene, precisamente, porque personas como ellos, conductores de vehículo particular, tributan para lograrlo.
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