Sería una simplificación, como también ocurre con la mal llamada “cultura de violencia”. No todo fenómeno social se explica con terminología culturalista, es decir, como un conjunto de (anti)valores más o menos aceptados.
Para comprender el comportamiento violento de los machos debemos acudir a la biología pues, por más que los humanos nos creamos la cúspide de la evolución o, pero aun, el centro de la creación, somos en realidad una especie animal más en este planeta, fruto de millones de años de evolución. Por eso conviene conocer cómo se comportan otras especies, especialmente los grandes simios, con los cuales compartimos gran porcentaje de información genética. Su comportamiento está determinado en gran medida por eso que llamamos instinto, una programación biológica para la supervivencia, resultado de innumerables interacciones con el entorno.
Nosotros, los humanos, también tenemos un fuerte componente instintivo que explica nuestro comportamiento. Sin embargo, una de las principales diferencias que tenemos con el resto de animales es la gran plasticidad de nuestro cerebro, la cual nos permite responder y, por lo tanto, adaptarnos con mayor facilidad y velocidad a los cambios en el medio ambiente que nos rodea. Esto ha demostrado ser crucial para la supervivencia de la especie y para habitar todos los rincones del planeta. Dicha capacidad de aprendizaje, de base biológica, nos ha llevado a crear cultura como respuesta pragmática a problemas que encontramos en la interacción social.
Es difícil dar una definición precisa de lo que es cultura, pero se le puede entender como un conjunto de reglas que constriñe el comportamiento humano. Reglas, normas o convenciones sociales que no se imponen por la fuerza, sino porque son compartidas por los modelos mentales de los individuos que conforman la sociedad. Algunas funcionan mejor que otras porque toman en cuenta la naturaleza humana, no la idealizan ni satanizan, siendo realistas con los incentivos y circunstancias del entorno a las que respondemos como especie animal siempre en busca de la supervivencia. Eso es lo que hace la diferencia entre una sociedad y otra, no alguna esencia nacional imaginada.
El debate tradicional entre natura y cultura ha dado paso a un consenso de interacción entre ambas. La genética y el medio ambiente se influyen mutuamente. Por ello, tampoco debemos minimizar el impacto que las restricciones materiales tienen a la hora de explicar el comportamiento violento del macho. Según la psicología evolutiva, el instinto biológico llama a reproducirse, por lo que tener acceso a una hembra es crucial para todo macho. El dimorfismo sexual –diferencia fenotípica entre machos y hembras de la misma especie, es un indicador del grado de competencia entre los machos para atraer a las hembras.[i]
El macho, sobre todo el Alfa, necesita imponerse, dominar y mostrar su poder sobre los otros machos, para acceder a las hembras y otros recursos del grupo. Entre los humanos, el estatus que puedan mostrar los hombres dentro de la jerarquía social es una de las principales características que observan las mujeres, consciente o inconscientemente, para seleccionar a su pareja. En ciertos grupos de animales, después de alguna escaramuza, el macho vencido busca nuevos horizontes, otro territorio y otras hembras. En nuestro caso, esta opción de salida es más difícil o costosa, así que la escaramuza se convierte en violencia hacia los machos rivales, y también hacia las hembras en un intento por poseerlas. Por eso, una economía que brinda la posibilidad de movilidad social ascendente contribuye a reducir la violencia, mientras que una acentuada desigualdad social conduce a la utilización de medios ilegítimos y violentos para sobresalir económica y políticamente.[ii]
Recientemente se descubrió que tenemos un 15 por ciento del genoma mucho más similar al de los gorilas que al de cualquier otro gran simio –nuestro último ancestro común existió hace unos 10 millones de años (Nature 483, 169–175, 08 March 2012), quienes recurren en algunos casos a la violación de hembras y al infanticidio. Claro que nuestro genoma sigue siendo mucho más parecido al de los chimpancés, de quienes nos separamos hace unos 6 millones de años, que se distinguen por matar a quienes invaden su territorio.[iii] Entonces, algún porcentaje del comportamiento violento de los humanos podría tener sus raíces en esos mismos factores que explican el “machismo” de los gorilas o ese “territorialismo” de los chimpancés, que no tienen nada que ver con cultura o valores.
-------------
[i] El dimorfismo entre los humanos no es tan marcado como en otras especies, pero es evidente –los hombres son, en promedio, 15 por ciento más pesados y 15 centímetros más altos que las mujeres, entre otras diferencias físicas.
Más de este autor