En esa lógica, aprovechando el temor que todo este ámbito acarrea, viene a sumarse un nuevo problema: el campo de las enfermedades mentales, justamente por lo anterior, significa la posibilidad de un gran negocio para quien se quiere aprovechar de esos temores. Favoreciendo estas estrategias de venta aparece la clasificación psiquiátrica, cada vez más enfocada a «inventar» nuevos cuadros. El conocido DSM (por sus siglas en inglés, Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders -Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales-) de la APA (American Psychiatric Association, Asociación Psiquiátrica Estadounidense), hoy día en su V Edición, publicada en 2013, presenta en forma creciente «cuadros psicopatológicos» producto más de la mercadotecnia que de la práctica clínica, «inventados» en los departamentos de mercadeo de grandes firmas farmacéuticas. Lo que se oculta tras ello es la voracidad de los laboratorios por vender psicofármacos.
La última actualización del DSM en muy buena medida se maneja con estos criterios: aparecen «nuevos» trastornos con los que se psiquiatriza el malestar, asustando a los portadores y sus allegados y al público en general, dejando abierta la posibilidad de los nuevos fármacos que vienen a resolver el problema en cuestión. Por cierto, nadie controla esto. Al contrario: el halo de cientificidad con que se monta todo el circuito no deja lugar a las dudas.
De esta forma del DSM pasó a ser palabra sagrada en este campo siempre resbaladizo de las «enfermedades mentales». Ejemplos sobran. El hoy día tan conocido «trastorno bipolar» hace unos años ni siquiera figuraba en las taxonomías psiquiátricas. Cuando apareció, se calculaba que el 1 % de la población lo padecía; hoy día, esa cifra subió al 10 %. ¿Estamos todos locos…, o son estrategias de mercadeo?
Un instrumento como el DSM abunda en este tipo de ejemplos, de cuadros psiquiátricos de discutible validez científica, pero de probada eficacia comercial: «trastorno disfórico premenstrual» para las molestias asociadas con la menstruación, «trastorno de compra compulsiva» para la conducta consumista, «trastorno desregulador perturbador del estado de ánimo» para los berrinches infantiles… Incluso la timidez puede recibir alguno de estos rimbombantes nombres con aire de enfermedad mental («trastorno de ansiedad social»). Realmente ¿estamos todos tan locos… o se trata de sutiles estrategias de mercadeo? ¿Qué avance real se registra en la práctica clínica con todas estas nuevas y cada vez más revisadas, corregidas y aumentadas listas de patologías con sus correspondientes fármacos asociados? ¿Es la enfermedad mental la que crece, o los bolsillos de los fabricantes de psicofármacos? 100 millones de personas toman diariamente algún psicotrópico en todo el mundo, es decir: 150 mil dólares por minuto consumidos en ese renglón. Pero la felicidad está lejos de alcanzarse, por supuesto. ¿Estamos todos tan locos? ¿Quién dijo que se alcanza la felicidad con comprimidos?
Así, todo el mundo puede estar en riesgo, por lo que a todo el mundo puede recomendársele un tratamiento preventivo, es decir: el consumo de alguna droga. El drogado preventivo pareciera marcar la tendencia actual. Al lado de las drogas ilegales -supuesto flagelo de nuestro mundo, nueva “plaga bíblica” que puede servir para justificar cualquier cosa, invasiones de países, por ejemplo- se desarrolla impetuoso el mercado de las drogas legales. Pero todo esto, las legales y las ilegales, ¿no es en definitiva una forma de fabuloso control social planetario?
Y la salud mental sigue esperando…. La «capacidad de amar y producir satisfactoriamente», como decía Freud para definir la normalidad… ¡no se arregla con pastillas!
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