Al momento de esa revolución, el 90 % de los varones y casi la totalidad de las mujeres eran analfabetos. El 5 % de los terratenientes poseían más del 50 % de las tierras fértiles, la esperanza de vida era de 42 años y la mortalidad infantil resultaba la más alta del mundo. La mitad de la población padecía tuberculosis y una cuarta parte malaria. Pero había también una cantidad impresionante de mulás (clérigos islámicos). «La religión es el opio del pueblo», se dijo. ¡Cuánta razón!
Aquella revolución promovió una importante reforma agraria mediante la cual se redistribuyeron las tierras confiscadas a los oligarcas, quienes huyeron, entre los campesinos sin tierra. También legalizó los sindicatos, estableció un salario mínimo, fijó un impuesto progresivo a la renta, redujo el precio de los alimentos de primera necesidad, prohibió el cultivo del opio (materia prima para elaborar heroína, de la que es principal consumidor mundial Estados Unidos), promovió cooperativas campesinas e inició una campaña de alfabetización con miras a desarrollar las industrias pesada y ligera. En ese marco se creó el Consejo de Mujeres Afganas y se emitió un decreto para «garantizar la igualdad de derechos entre mujeres y hombres en el ámbito del derecho civil y eliminar las injustas relaciones feudales y patriarcales entre esposa y marido». El nuevo gobierno socialista criminalizó los matrimonios por dinero o forzados, de modo que permitió que las mujeres eligieran libremente su esposo y su profesión, y de ningún modo, nunca, jamás, obligó al uso del burka. Por el contrario, elevó considerablemente la situación de las mujeres ayudando a su desarrollo personal y social, tal como hace siempre el socialismo en cualquier país.
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Ante todo esto, en 1978, Washington, por medio de la llamada Operación Ciclón, comenzó a formar insurgentes en el afán de neutralizar la revolución. La intención era «crearles su propio Vietnam a los soviéticos», como declarara Henry Kissinger, en su momento secretario de Estado de Estados Unidos. De acuerdo con Zbigniew Brzezinski, cerebro de la ultraderecha guerrerista estadounidense, la ayuda de la CIA a los insurgentes afganos fue aprobada en 1979, con lo cual se buscó involucrar en la lucha a la Unión Soviética de modo directo. Ello sucedió, y la guerra en Afganistán escaló en forma exponencial. A través del fundamentalismo islámico —fomentado y financiado por la Casa Blanca— se terminó con el proyecto socialista. Kissinger, sin ninguna vergüenza, pudo decir entonces: «¿Qué significan un par de fanáticos religiosos si eso nos sirvió para derrotar a la Unión Soviética?».
En medio de la Guerra Fría, que marcaba la dinámica del mundo, los talibanes tomaron el poder. Sus prácticas religiosas, misóginas y patriarcales hicieron perder los avances obtenidos por las mujeres afganas. Años después, en 2001, Washington invadió Afganistán (no olvidemos que este tiene grandes reservas de gas, minerales estratégicos y petróleo, más opio). La guerra civil, en un remolino de contradicciones, siguió por años y tuvo como consecuencia el final del proceso socialista y el retroceso de los derechos de las mujeres.
Ahora Estados Unidos, después de haberle hecho ganar millones de dólares a su complejo militar-industrial con una guerra que no pudo ganar y luego de haber masacrado a miles de personas en Afganistán, deja ese país, donde los talibanes vuelven al poder. No está claro aún qué sigue. Veinte años de guerra para —oficialmente al menos— sacar a esos extremistas fundamentalistas de en medio, luego de lo cual Washington decide irse dejando todo igual, ¡pero sin revolución socialista! (¿eso era lo importante?). Lo cierto es que para las mujeres estas no son buenas noticias.
Nancy Lindisfarne y Jonathan Neale comentan: «Esta es también una victoria política para los talibanes, ya que ninguna insurgencia guerrillera en el mundo puede obtener tales victorias sin el apoyo popular. Pero quizá apoyo no sea la palabra correcta. Es más bien que los afganos han tenido que elegir un bando y son más los que han elegido el lado de los talibanes que el de los ocupantes estadounidenses».
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