Mientras reviso las páginas de El País, tropiezo con un titular que habla sobre la carta de un grupo de intelectuales acerca de la intolerancia del activismo progresista, que contiene la siguiente frase: «Un agrio debate que se libra en las redes sociales».
Tengo problemas con esas palabras. Debate y redes sociales no combinan en la práctica (aunque el adjetivo agrio definitivamente lo hace). Si por debate se entiende gente opinando de cualquier cosa y un intercambio a nivel fanático argumentando sobre un Madrid-Barcelona, pues el debate ha alcanzado nuevas cotas, seguramente aún más bajas.
Sin embargo, el fondo de la nota va hacia algo profundo. Ciento cincuenta personalidades, intelectuales y activistas de los Estados Unidos en su mayoría, firmaron una carta abierta que se publicó en Harper’s Bazaar, que versa sobre lo que se puede definir como el derecho a discrepar y que se titula A letter on justice and open debate.
La carta expresa preocupación por lo que sus firmantes denominan el desarrollo de un nuevo conjunto de actitudes morales y de compromisos políticos que debilitan, a través del dogma y la coerción, el debate abierto y la tolerancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica.
La carta señala que se estaría creando un nuevo clima de intolerancia perjudicial al intercambio de ideas a través de una censura de facto hacia las ideas opuestas, la cual explota esa sed por la vergüenza pública y el ostracismo, que resultaría en «la tendencia a disolver complejos temas políticos en una certeza moral enceguecedora».
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El rifirrafe posterior a la publicación de la carta vino cuando las personalidades y los activistas vieron sus nombres juntos. Entonces, las diferencias afloraron entre quienes entendían que no querían ver sus nombres mezclados en la misma causa, de modo que algunos han pedido que sus nombres sean retirados. Otros señalan no haber firmado al entender el esfuerzo como uno inútil.
Lo que se reporta desde el norte guarda muchas similitudes con el trópico.
La superioridad moral que se arrogan a sí mismos los círculos identificados con la izquierda y sus eternas divisiones internas no son un elemento desconocido por estas tierras, al igual que el insulto fácil y la descalificación que aparecen como la primera arma para tratar de silenciar cualquier opinión que no esté a favor de la agenda progre, que incluye su propia lista de publicaciones prohibidas y de grandes censores.
Sin embargo, hay ausencias que en el contexto de la pandemia son decisivas. Entre ellas, la desaparición de los espacios públicos del movimiento sindical en un momento de transformaciones del mundo del trabajo y de necesarias reivindicaciones. ¿El diálogo tripartito ha desaparecido? Seguramente no, pero la presencia sindical y su posición son invisibles al gran público.
Mientras tanto, algo hemos aprendido en el índice de la tolerancia de manera ciertamente forzosa: no tenemos más opción que aguantar la omnipresencia de la incertidumbre, que se sienta con nosotros a tomar el café de la mañana mientras leemos los periódicos. La luz al final del túnel todavía no se divisa.
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