El tráfico, con excepción de los autobuses, es casi el mismo de un día normal. En las esquinas, algunos peatones caminan entre los puestos de comida que venden atol o pan con frijoles y la gente con banderas blancas y carteles que cuentan historias dramáticas, que mezclan desempleo, hambre y desesperación.
Para el ciudadano común de las repúblicas del Triángulo Norte de América Central, aquel que depende de su sueldo, de un empleo informal o de un emprendimiento, ya sea en Tegucigalpa ...
El tráfico, con excepción de los autobuses, es casi el mismo de un día normal. En las esquinas, algunos peatones caminan entre los puestos de comida que venden atol o pan con frijoles y la gente con banderas blancas y carteles que cuentan historias dramáticas, que mezclan desempleo, hambre y desesperación.
Para el ciudadano común de las repúblicas del Triángulo Norte de América Central, aquel que depende de su sueldo, de un empleo informal o de un emprendimiento, ya sea en Tegucigalpa o en San Salvador, la factura de un cierre obligatorio no le permite aguantar más, por lo que poco a poco empieza a salir —si alguna vez dejó de hacerlo, ya que el Día de la Madre señaló el inicio de esta fase de aumento de contagios— y ejecuta así su propia desescalada, que tiene poco de plan, pero sigue el sentido común de disfrazar los rostros detrás de mascarillas.
La planificación difícilmente figura entre las virtudes de los Estados modernos de esta región. Por eso, la tarea de un desconfinamiento gradual resulta ser un desafío de gran magnitud. Mientras los Gobiernos discuten y elaboran planes y protocolos cuya aplicación se anuncia por lo menos difícil, en las calles los pequeños negocios formales que han quebrado y desocupan sus locales envían un mensaje irónico: gracias, pero ya es muy tarde.
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La pandemia deja en evidencia aquello de lo que los aparatos estatales carecen: especialmente eficacia a la hora de ejecutar los presupuestos. Aun cuando existen recursos, estos no se usan, como lo puede evidenciar el personal sanitario, que en toda la región sigue clamando por insumos de bioseguridad mientras engrosa las filas de los contagiados. La situación empeora si se analiza la ejecución del gasto público en el combate del hambre y de la desnutrición.
En nuestro déficit figura también la enorme importancia de encontrar un balance entre las prioridades inmediatas y la planificación estratégica de largo plazo al mismo tiempo que lidiamos con la discriminación y el miedo, que, por ejemplo, han convertido en indeseables a los migrantes —ahora retornados o deportados, amén de otras categorías y clasificaciones—, a esos que hace unos meses proveían de regalos de Navidad a sus familias y comunidades.
La pobreza, que nunca nos fue ajena, sigue aquí y amenaza, según las proyecciones de los multilaterales, con escalar a proporciones enormes, al mismo tiempo que las élites políticas presentan los cuadros más rocambolescos, como el caso de aquel asambleísta ecuatoriano, uno más de los jóvenes caciques locales aupados por la revolución ciudadana, que es buscado por la justicia por desviar fondos de la ya débil red hospitalaria y que sobrevivió a un accidente de aviación mientras escapaba por la noche con su novia, una famosa local de la televisión, en el avión de un ex funcionario público y miembro de la élite local de Guayaquil.
Me quedo con Waiting for the Flood (2020), de los Samsara Blues Experiment. Escribo mientras la madrugada despunta y veo como mi generación, en la frontera de los 50, sigue retos virales para mencionar sus gustos musicales, que nunca pasaron de los años 90.
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