No necesitó más de tres minutos para abordar tres realidades sociales que son un verdadero desastre para los guatemaltecos. Me refiero a la salud, la seguridad y la educación. Irónicamente, en estos escenarios el Estado debería ser el principal garante de su óptima función para beneficio de la población.
Dijo que la salud no ha mejorado desde hace muchos años. Y esta afirmación es completamente válida. Si alguien tiene alguna duda de ello, lo invito a que nos visite en Cobán para constatar cómo el dengue nos está diezmando. Yo habría dicho que no solo no ha mejorado, sino que está empeorando. Y la abulia frente a semejante monstruo es descomunal. Pareciera que a nadie le interesa que se detenga. Ni qué decir de la desnutrición que campea a lo largo y ancho del país. Según Claudia Santizo, oficial de nutrición del Unicef Guatemala: «En Guatemala el 49.8 % de los niños sufre desnutrición crónica». Estamos ante un terrible cuadro en el que uno de cada dos niños padece desnutrición y somos el primer lugar en América Latina y el sexto a nivel mundial en cuanto a desnutrición infantil.
En relación con la educación, cada día hay más analfabetismo funcional. La velocidad y la comprensión de lectura de los estudiantes que llegan a realizar sus pruebas de admisión a las universidades son una muestra (no pocas veces tétrica). Una persona sin entrenamiento tendría que tener la capacidad para leer entre 200 y 300 palabras por minuto, pero alguien que pretende estudiar una licenciatura tendría que leer con más velocidad y con un nivel aceptable de comprensión. Sin embargo, hay muchos casos en que los estudiantes, ya graduados en la educación media, no rebasan las 100 palabras por minuto.
En cuanto a la seguridad, llama a risa escuchar a ignotos funcionarios decir que esta ha mejorado en Guatemala. Habría que preguntar a las personas que así lo dicen de qué seguridad están hablando porque, si vamos a asaltos, violaciones, extorsiones y un sinfín de acometimientos que parecieran venir del mismísimo infierno, bastaría con preguntar a los ciudadanos de a pie qué piensan y cómo se sienten al salir diariamente de su casa (para tener una versión más cercana a la verdad).
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Jorge Vega dijo: «Desde hace muchos años la educación no ha cambiado, la salud no ha mejorado, la desnutrición no ha cesado y la seguridad ha empeorado. Lo digo yo, un ciudadano que ha luchado contra toda adversidad y [que] con mucho esfuerzo y sacrificio he logrado salir adelante». Y sus afirmaciones, insisto, no solo son irrefutables, sino que están avaladas por ser un ciudadano a quien cada palmo de lo ganado le ha costado sudor y quizá no pocas lágrimas.
Sus denuncias no son para tomarse a la ligera. Menos en un contexto nacional y mundial donde pareciera que un complejo de mesías ha alcanzado a quienes nos gobiernan. Todos oran (del diente al labio), muchos cierran sus discursos (verdaderas peroratas) bendiciendo a diestra y siniestra, otros dicen hablar con Dios, otros tantos aseguran que Dios les responde y no falta quien diga que domina el clima. La mayoría se consideran ungidos y elegidos. También se hacen acompañar de personas que reprenden a los malos espíritus, sacan demonios y muestran una plétora de malabarismos tales que bien valdría la pena evaluar, para ellos y sus patrones, una dosis adecuada de Risperidona [1] (posiblemente a perpetuidad).
En el entretanto, los bosques se talan sin control, las selvas se queman (por supuestas causas que más generan dudas que certezas), un centroamericano emigra cada 15 o 20 minutos buscando el sueño americano y las enfermedades metaxénicas terminan de hacer lo que han iniciado los Estados.
Jorge Vega habló desde su realidad, que es la de miles de compatriotas. Su denuncia no puede soslayarse. La situación actual de nuestro desarrollo humano evidenciada a través de los indicadores básicos respalda contundentemente sus aseveraciones.
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[1] Antipsicótico de segunda generación.
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