Son retratos que pudieron haber sido la imagen del documento de identidad o de un carnet de estudios y, en algunos casos, de una foto de recuerdo familiar. Pero estas imágenes que roturan las paredes no están impresas en papel fotográfico. No han pasado por proceso alguno de retoque. Son imágenes trasladadas a hojas de papel blanco. Otras han sido llevadas a esténcil para trasladarlas con pintura a las paredes viejas de la ciudad.
Es, por así decirlo, un álbum muy peculiar. No se trata de las tradicionales fotografías de familia que plasman reuniones o eventos especiales. No es ese tipo de colección fotográfica. No está reunido en hojas especiales. Está plasmado en paredes, casi siempre viejas, de esta ciudad que ha empezado a no olvidar a base de que en sus muros se tatúa la memoria.
Las manos que han creado ese códice son manos de mujeres y hombres jóvenes, ahora quizá de las edades de las mismas personas cuyos rostros nos interpelan cada que los vemos. Muchos de esos rostros ven también en esas mujeres y esos hombres a sus retoños: un colectivo que se formó hace 20 años y que ha levantado la bandera de la dignidad, de la memoria y de las batallas por la justicia. Se trata de Hijas e Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (Hijos Guatemala).
Un colectivo que marcó la ruta para resignificar el 30 de junio y convertir esa fecha no en una de conmemoración de un ejército que asesinó a su pueblo, sino en una fecha de dignificación de las víctimas de ese ente armado. Es por ello que un 30 de junio, hace ya 20 años, salieron a la calle con la carga del amor a sus ancestros, madres y padres, abuelas y abuelos, hermanas y hermanos, que fueron detenidos, desaparecidos o ejecutados extrajudicialmente. Salieron para impedir con la muralla del honor y la memoria que la infamia en uniforme celebrara el oprobio y la vergüenza.
[frasepzp1]
Desde entonces, año tras año han marchado por las calles de la ciudad para marcar con sus pasos el compás de la memoria digna, de esa que reivindica la vida de quienes la perdieron por buscar una sociedad justa y, en no muy pocos casos, porque se los percibía como enemigos sin siquiera ser parte de colectivo alguno.
Allí, entre cientos de imágenes, nos encontramos muchas veces con los rostros de Oliverio Castañeda de León, Antonio Ciani García, Hugo Rolando Melgar, Emil Bustamante, Marco Tulio Pereira, Julio César del Valle, Fernando García, Aura Marine Vides Alemán, Luz Haydee Méndez e Iván Alfonso Bravo. Allí también vemos el sonriente rostro del niño Marco Antonio Molina Theissen o de las hijas de Adriana Portillo, a las víctimas de la quema de la Embajada de España, a las víctimas del Diario Militar y a las víctimas de tantas y tantas masacres perpetradas por el indigno aparato militar, que usó su fuerza y su poder contra el pueblo al que debía proteger.
Por eso el 30 de junio debe ser resignificado. Y para ello, una vez más, Hijos nos convoca a que caminemos en la marcha que forma parte de las batallas por la memoria. Porque no olvidamos. Porque no queremos olvidar. Porque cada día debemos ver los rostros que desde las paredes de la ciudad, llenas de cicatrices por el dolor de la injusticia, nos recuerdan que no se han ido. Que están allí porque sus retoños han empapelado la ciudad con su recuerdo.
A las y los jóvenes que integran el colectivo Hijos debemos agradecerles la persistencia y perseverancia en ese ejercicio de dignidad cotidiana. Debemos agradecerles ser la voz de alerta contra el olvido y el silencio. Debemos agradecerles que hayan convertido las paredes en códices de la memoria.
Más de este autor